Félix Guerra: poeta de la dulce amargura
Este texto del poeta, ensayista, traductor, editor y maestro, fue escrito para su lectura en el recital del poeta cubano Félix Guerra, efectuado ayer en el Centro de Arte y Cultura El Juglar.
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Qué desafío a la capacidad crítica enfrentarse con un hato de poemas sin numeración ni mayor presentación que las hermosas evocaciones autobiográficas de la hija de quien los escribió. Yo no conocía a Félix Guerra sino a través de la escritura de Gabriela. Así llegué a visualizarlo a él y a la mamá de Gabriela, esposa de Félix, y a demás familiares en la Habana y sus alrededores, dentro y fuera de ojos de huracanes, de casas en vías de derrumbe, todo desde la perspectiva de una niña que se abría a la maravilla y el horror. Este, desde la perspectiva infantil, poseía su propia maravilla, pues ella aún no sabía aquilatar el tamaño del desastre. En los poemas de Félix Guerra, sin embargo, empezamos a entreverlo en todo su esplendor y humanidad.
Sé que estos poemas fueron seleccionados como una especie de antología, que no fueron pensados como libro. No hay fechas ni lugares ni mayores datos para ubicar al lector-crítico. No hay anécdotas. Sin embargo, me trasmitieron claras sensaciones de hastío, hartazgo, cansancio, desilusión y –también– la sabiduría suficiente para verlo todo en perspectiva y no darle demasiada importancia. O será que las palabras de Guerra despertaron, en mí, mis propias sensaciones de hastío, hartazgo, cansancio, desilusión y dos que tres destellos de sabiduría incipiente. No puedo estar seguro.
Casi todos los poemas que leí deben mucho al surrealismo, al César Vallejo de Trilce y otro tanto de Poemas humanos, a una vocación de construcción barroca y un repudio general a las reglas poéticas entendidas como tradicionales. Esto no facilita su comprensión, pero cuando uno llega a comprender, se acentúa su deleite. En algunos poemas, como “Versión de Cristo” (que me entregaron, a su vez, en dos versiones con estructuras estróficas diferentes), conviven el terror y la ternura. El terror, entre líneas, y la ternura a flor de piel. Otros, como “Transparencia y oscuridad”, asumen la forma de una discusión filosófico-poética en prosa.
Disclaimer. La lectura de estos poemas requiere la presencia de un buen diccionario y un más o menos vasto conocimiento de la cultura de Occidente. Para entender la desilusión amorosa de “Percibo un disparo”, por ejemplo, es preciso comprender la tradición de la desilusión política que hemos sufrido desde los griegos hasta el momento, y en todas partes. No hay nada particularmente cubano en el poema, pero con un guiño se entiende como cubano al 100 por ciento.
Las “Odas” son de llamar la atención, sobre todo porque parecen ser odas a lo contrario de lo estipulado en los títulos. O si no son odas a lo contrario, son odas a otra cosa tangencial que sirve de fondo y de contraste. La “Oda al ser”, por ejemplo, puede entenderse como una oda al miedo de ser, o al miedo que ser inspira. Es decir, una oda a la renuncia y la resignación. La “Oda al Estado” parece, más bien, oda a la banalidad. La “Oda al consumo” obedece a un dualismo que podría expresarse mediante el binomio consumo/consumismo. No es lo mismo consumir para sobrevivir, que compro luego existo. La “Oda a las renovaciones” puede entenderse como una oda a la duda, que sería una especie de oda a la crítica, que el poeta viste con el ropaje de Carlos Marx.
Una perplejidad especial provoca la “Oda a la vaca”, pues en ella confluye el animal que brama con el fuego que arde. Pero en el poema, es el fuego el que brama, y el animal, el que arde. Y no sólo eso: se produce un siniestro originado en la leche de las ubres, unas “llamaradas rosadas y espesas”. Mas en realidad, todo aquello no era más que “el sol de ese día” que los bomberos “intentaron apagar”. Las preguntas obligadas: ¿cuál es el fuego de las vacas? ¿Este sol es producto de la combustión de las metáforas, de la poesía? ¿Debemos entender -como yo lo entendí- que es imposible apagar el fuego de la creación, del arte, del alma humana?
Igualmente perplejo me ha dejado la “Oda a la rutina”. Entendemos a la rutina como algo que amodorra, que idiotiza. Pero aquí brilla y ciega. No sé si nos ciega la rutina cuando nos damos cuenta de cómo se ha apoderado de nosotros, o si la rutina -como un rito amoroso- brilla con luz propia y nos da sentido.
No entiendo tanta vergüenza en la “Oda a estar vivo”. Me recuerda -y reconozco que es una relación surrealistamente azarosa- las autoacusaciones de quienes, para salvarse de la desgracia infligida por regímenes dictatoriales, debían confesar sus culpas, sus vergüenzas, públicamente, a fin de rehabilitarse a los ojos de la buena sociedad. Pienso en la revolución cultural china y en Shostakovich entre sus cuarta y quinta sinfonías, ambas geniales y que sus acusadores soviéticos, evidentemente, nunca llegaron a comprender. No sé qué hay detrás de este poema, pero me gustaría saberlo.
La “Oda a la lágrima” me hizo sonreír. El 90 por ciento de la composición, todo salvo los últimos cuatro versos, puede entenderse como un proemio. De manera retórica, nos explica que las lágrimas pueden ablandar lo que sea, no importa que sean auténticas, de cebolla o de cocodrilo. Esto nos conduce a la penúltima estrofa, el puente que nos lleva hacia los cuatro versos finales: “Anoche soñé con lágrimas / de una aldea conquistada y vencida / por el invasor o la adversidad”. Y el final:
Ojo: luchad contra conquista e injus-
ticias, endiosamientos y Poder en-
quistado. Etcétera. Que todo,
es cierto, no lo ablandan las lágrimas.
Finalmente, Félix Guerra nos ha entregado un par de vislumbres históricas: “Afilado por el sol” y “Erótica ancestral”. El primero parece ser una biografía de la especie creadora, pero también empresaria, y huele a historia fundacional cubana, familiar, compartida y verdadera. No lo sé por cierto; sólo adivino. Y la “Erótica ancestral” me hizo sonreír de principio a fin. No es una oda confesada, pero es, tal vez, la más oda de todas, una oda a los antepasados, a la genética, a ser humano.
El sabor que estos poemas me dejan es el regusto de haber venido, visto, vencido y sido vencido muchas veces, a lo largo de incontables años, y con resultados ambivalentes. Estos no son los poemas de un cándido soñador, sino de alguien cuyo sueño ha sido interrumpido innumerables veces, cuyos sueños han sido convertidos en pesadilla, en experiencia amarga. Estas experiencias, como el terror maravilloso de la niña de los huracanes que mencioné al principio, traen -con la edad y la sabiduría- su propia dulzura que no puede comprarse en ningún centro comercial de ningún país. Pero está presente en estos poemas, sólo para quienes sepan saborearla.