Tercera persona: Un desencanto amoroso

jueves, 9 de octubre de 2014 · 13:59
MÉXICO, D.F. (apro).- Tercera persona (Third Person, EU-2014) de Paul Haggis, es como una mala relación amorosa: comienza con promesas maravillosas que terminan resquebrajándose al final. Tercera persona gira da cuenta de tres historias de amor interconectadas que se desarrollan en tres ciudades. La primera tiene lugar en París y el protagonista es un escritor llamado Michael (Liam Nesson), quien acaba de dejar a su esposa Elaine (Kim Basinger), pero sostiene una relación con otra mujer de nombre Anna (Olivia Wilde). Esta línea narrativa explora la incapacidad para comprometerse en una relación debido a un terrible secreto. La segunda ocurre en Nueva York. En este escenario vemos a Julia (Mila Kunis) y sus esfuerzos por ganar la custodia de su hijo. Resulta que Julia ha sido acusada de querer matar a su vástago, acusación que ella niega, sin embargo, el padre del susodicho, un artista plástico (James Franco), cree firmemente que ella es culpable y hará todo lo posible por alejar a su hijo de la influencia materna. La última transcurre en Roma y gira en torno a un empresario, Scott (Adrien Brody), quien se enamora de una mujer albanesa-gitana, Mónica (Moran Atias). El problema en esta relación es que el objeto amoroso de Scott tiene serios problemas: su hijo ha sido secuestrado por la mafia rusa. El ritmo con el que comienzan las historias es maravilloso; el director se toma el tiempo para presentarnos a los personajes, lo cual nos permite acceder a su intimidad. Durante los primeros minutos queremos conocer más de ellos, sus secretos y de lo que son capaces. Nos preocupamos por su destino e incluso deseamos justificarlos. Sin embargo, las cosas se descomponen conforme se va llegando al final. Las relaciones entre los personajes se transforman en algo absurdo: todos están enganchados en situaciones autodestructivas que no parecen tener una justificación interesante sino todo lo contrario. A lo anterior habrá que sumar lo siguiente: los nudos argumentales se resuelven, no como consecuencia de las acciones de los personajes, sino por arte de magia, como si en ese momento bajara Dios e hiciera un milagro. El encanto que Haggis había fraguado durante casi toda la cinta se desintegra, y entonces, nos sentimos defraudados por una promesa vacía que no se cumple. La arrogancia del director quien cree que su genialidad basta para resolver los conflictos. Al final, nada era tan interesante ni valía tanto la pena; inevitable sentirse estafado.

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