Inauguran "Sala Vicente Leñero" en la Casa del Teatro

sábado, 13 de diciembre de 2014 · 00:29
MÉXICO, D.F. (apro).- Tras un caluroso homenaje al dramaturgo Vicente Leñero en la Casa del Teatro, se develó una placa que lleva su nombre para designar uno de los salones donde el autor impartió clases. Leñero, quien falleció el miércoles 3 a los 81 años de edad en su casa de San Pedro de los Pinos, fundó la institución en 1992 junto con su colega Víctor Hugo Rascón y el director escénico Luis de Tavira, y posteriormente en esa escuela crearon varios ciclos de un programa exitoso que titularon Teatro Clandestino. Se trataba de obras breves, emergentes, de contenido social, realizadas para exponer los problemas nacionales de actualidad. Leñero estrenó ahí Todos somos Marcos (la relación de una pareja de jóvenes que discute, ella a favor del subcomandante y él en contra) y Rascón Los ejecutivos (denuncia sobre la visión neoliberal al interior de un banco de los propios dueños a costa de los ahorradores y empleados). De todo ello se habló durante el homenaje, conducido por Miguel Ángel Cárdenas, El Chamaco, y donde participaron las cuatro hijas de Leñero: Estela, Isabel, Eugenia y Mariana, además de la actriz Julieta Egurrola y el cineasta José Luis García Agraz. Mariana Leñero leyó ahí, en el teatrito de Vallarta 31, frente a la Plaza de la Conchita en Coyoacán, un texto que se reproduce en seguida: “Pararme aquí enfrente a todos ustedes para hablar sobre mi papá en un momento de duelo por el que estamos pasando mi madre, mis hermanas y yo es uno de los retos más grandes a los que me he enfrentado en la vida. Y lo hago porque a pesar de ser la más pequeña de la familia, la que no vive del teatro o en el teatro, o en la artisteada y para acabarla de amolar vive en el extranjero, podría resultar el ejemplo perfecto de que con mi papá se valía todo. No importaba en qué posición jugabas o quién eras… Siempre había lugar para interesarse por ti. Podías ser bueno para escribir, malo para el dominó, presumido o pretensioso, empresario, ateo o albañil, y a mi papá le interesabas… le interesaban las historias. Lo que vi todos estos años es a mi papá preguntar… En este mundo donde todos tienen mucho que decir y mucho que demostrar de lo que saben, mi papá en cambio preguntaba. En su homenaje en Bellas Artes muchos de los abrazos eran de aquellos que conocían a mi padre pero yo no necesariamente los conocía. Buscaba a mis hermanas para que me soplaran quiénes eran, porque estaban llorando, sin embargo cuando decidí simplemente compartir la pena y preguntar, como lo hacía él, los abrazos me decían, así de sencillo, que mi papá los había visto, los había tocado, a ellos también les había preguntado. Yo lo que tengo son buenos recuerdos de él. Mi hermana Isabel me decía: mi papá no sólo nos enseñó a vivir sino nos está enseñando a morir. Aun cuando su proceso fue doloroso para todos y especialmente para él, puedo decir que nos dio la oportunidad, me dio la oportunidad, de devolverle un cachito de su generosidad y de su amor incondicional. En esta etapa mi papá nos enseñó a estar en silencio, a contar y escuchar historias esporádicas, unas divertidas, otras macabras, otras simplemente historias. Cómo disfrutábamos de esas noches cuando le entraba por hablar y contarnos de sus viajes fallidos, sobre la obra completa de Los miserables, del milagrito que le pedía a Chesterton o de la aparición de la Virgen de Fátima. Sé que lo que más le ha de haber dolido a mi papá es haber dejado a mi mamá, su compañera de vida… pero una vez nos dijo: Yo estoy en paz, escribí lo que tenía que escribir, hablé lo que tenía que hablar, leí lo que tenía que leer. Ahora hago lo que quiero, aunque más me gustaría hacerlo sin estar enfermo. Irse de la vida sintiendo que los ciclos están cerrados no creo que sea tarea fácil, pero él nos lo dijo bien y nos lo dijo bien claro: “Yo voy a estar a toda madre, sólo voy a extrañar verlas, pero yo voy a estar bien. Yo creo en la vida eterna.”

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