Sobre y tras la santidad

miércoles, 19 de marzo de 2014 · 14:03
MÉXICO, D.F. (apro).- Pues sí, estimados lectores de la presente: me voy a tomar la libertad de preguntarles si saben por qué y cómo se llega a santo, si se es por gracia divina, por haber consagrado la vida a Dios o por una vida ejemplar, y si existe una santidad diferente de la religiosa. En esa controversia quedamos los asistentes a la reunión que de vez en cuando llevamos a cabo los amigos, todos de nombre Juan, en el ambiente penumbroso relajado del piano-bar EL TÚNEL DEL TIEMPO. No recuerdo como, pero el caso fue que iniciamos una plática sobre lo santo y la santidad. En un principio todos estuvimos de acuerdo en que ser santo era un digno ejemplo a seguir. Todos concordamos en la opinión de que eso de la santidad estaba identificado con la religión, con lo puro y soberanamente perfecto, por lo que lo santo por excelencia y excepción es Dios, por lo que los judíos, con toda razón, lo designaron como “el santo de Israel” (Is. 12, 6). Más pronto vino el desacuerdo; Juan Contreras, que poco había participado en la plática, dijo irónico que era una lástima que no estuviéramos en el cristianismo primitivo, cuando la Iglesia consideraba como santos a todos los bautizados, y que lastimoso era que viviésemos en esa época posterior en que el apelativo quedó circunscrito a los cristianos de vida ejemplar, a los que por añadidura exige dos o tres milagros para alcanzar tal grado religioso. Algunos de los reunidos reímos por la ocurrencia de Contreras, otros se incomodaron un tanto, a pesar de que, como todos, conocían sus salidas. Con eso, como ya dije, entramos en la discusión. Alguien dijo que no debería ser ateo, a lo que el aludido respondió que en modo alguno él lo era, pues el también tenía sus santos y hasta santitos. Respuesta tan insólita suscitó que todos lo miráramos sorprendidos, como pidiéndole una explicación, a lo que el así interrogado respondió con lo siguiente: JC.- “De santos a santos, les voy a los míos, ya que tienen la ventaja de no pasar por la taquilla de tener que hacer dos o tres milagros para obtener esa categoría, que por lo demás no la buscan ellos, y si la buscan es aquí en la tierra, y cuando encuentran lo que buscan, con ella han beneficiado, benefician y beneficiarán a millones y millones de sus congéneres, sin necesidad de que esos millones y millones de beneficiados tengan que hacer previamente una manda o tengan que ir a bailar a este u otro lugar o santuario para pagar la misma. Mis santos, señores, no hacen cualquier cosa, y sin que se los haya pedido nadie, han aliviado al hombre del miedo y del dolor de las enfermedades y del miedo a una muerte prematura y de otros miedos. “Santos son, para este servidor, todos los que han contribuido a descubrir que el rayo, por ejemplo, no fuera visto y creído como una manifestación de la ira divina, sino como un fenómeno natural. Los santos de su servidor son los que han aportado y aportan para aclarar que las enfermedades, en modo alguno, son un castigo merecido, enviado por los dioses a los humanos por sus pecados, como se pensó y creyó por cientos, por miles de años, eso en unos casos, que por otros hubo la creencia de que la enfermedad era entendida como una prueba para “checar” o verificar las virtudes o vicios del así tocado por la divinidad. “Santos, para su servidor, son las personas como Copérnico, Galileo o Torricelli, los cuales retomando a Aristarco, Arquímedes y Herón, respectivamente, han contribuido como pocos a combatir las nieblas de la ignorancia en la cabeza de sus congéneres. Y santos igualmente lo son para este servidor Eduardo Jenner, descubridor de la vacuna contra la viruela; Luis Pasteur, que descubrió la vacuna antirrábica y la del ántrax en el ganado lanar y vacuno. Santos también lo son James Simson, iniciador de los anestésicos para evitar los dolores en las enfermedades, y los dolores y los horrores en las operaciones, y asimismo Joseph Lister, iniciador e introductor de la asepsia en los centros médicos u hospitalarios. Y santos otros muchos biólogos y químicos cuyos descubrimientos e inventos han aliviado, alivian y aliviarán a millones de humanos, e incluso de irracionales, de la cura de sus males, del dolor, y dándoles una nueva oportunidad de vida: Esos son mis santos”. Al terminar Contreras con sus razones, no pocas, se las rebatieron. Unos le dijeron que esos eran científicos, a lo que respondió que serían científicos santos y más dignos de devoción que los santos por religión, pues además de no necesitar de mandas para otorgar beneficios, habían beneficiado, beneficiaban y seguirían beneficiando a millones y millones sin fijarse en el color de la piel ni hacer distingos por religión. Como alguien le dijera que costaban dinero los beneficios de sus santos, él dijo que no estaba hablando de médicos. Total que no nos pusimos de acuerdo y, enojados unos con otros, se deshizo esa reunión de los juanes. Su servidor escribió la presente a este buzón por considerar que puede ser de interés a alguno de sus lectores. Con esa esperanza y deseando lo mejor a los lectores de la misma, JUAN D’UDAKIS

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