MÉXICO, D.F. (Proceso).- Según el mito de los antiguos griegos, Eros era el responsable de promover las relaciones amorosas de los hombres y, en este sentido, era de manera literal, es decir, era quien suscitaba la cópula entre varones. Diversos pensadores de entonces confirman que el numen, a diferencia de Afrodita que tutelaba el interés del hombre por la mujer, era el patrón de las prácticas amatorias hoy llamadas “gay”. En su Antología Palatina Meleagro refiere: “Afrodita y la reina Cipria avivan el fuego que enloquece a los hombres por las mujeres, pero Eros desata la pasión de los hombres por los hombres.”
La intensa devoción por el dios que los romanos convertirían en Cupido, quedó manifiesta en la gran cantidad de estatuas que, en reveladora proporción, estuvieron ubicadas en las palestras, o gimnasios, por ser los principales lugares de reunión entre los hombres y sus amantes. Asimismo, la pederastia fue una forma idealizada por el griego para dejar fluir su admiración por el cuerpo de los jóvenes atletas. De ese modo, el mito de Narciso se entrevera con las corrientes de pensamiento que se afirmarían en los siglos por venir: el cuerpo del hombre, en la integridad de su estructura, debe alcanzar la perfección que le es propia, mientras que el de la mujer, por un desprecio y temor milenarios, está sujeto a las deformaciones de la maternidad y la ascosidad del menstruo.
Dejando los mitos de lado y soslayando los prejuicios y el escarnio que la homosexualidad ha despertado en la historia, hemos de preguntarnos qué tan extendida ha sido su huella en la música de concierto. Con unos cuantos ejemplos tendremos tela de donde cortar para hacer deducciones y llegar, cada quien desde su óptica y preferencia, a las conclusiones que le sean más satisfactorias. Hagamos acopio, pues, de la tradición cultural griega ?incluida la bisexualidad? para presentar, sin resabios de morbo, a los siguientes personajes. Quedará implícito que no hay intención de desvelar intimidades que no sean de dominio público y que la consignación de algunos secretos resguardados por la oralidad tampoco pretenderá emitir condenas morales.
Preferible el arsénico. Durante largo tiempo la musicología soviética trató de ocultar la homosexualidad de Piotr Ilyich Tchaikovsky (1840-1893) pues era, de acuerdo con la praxis de los zares, un delito que se castigaba con cinco años de reclusión en Siberia, amén de conllevar un imborrable estigma. Por ende, el músico consentido por las multitudes había de presentarse como un ser con una personalidad conflictiva que había sobrellevado sus crisis volcándose en su labor creativa. El hecho de que hubiera contraído matrimonio con una mujer era una prueba que salvaguardaba su hombría de las malas lenguas, empero, en el epistolario y en los diarios del compositor ?son recientes sus traducciones a otras lenguas y sus ediciones soviéticas estuvieron vetadas? están las claves para aseverar sus preferencias sexuales y las penas que le depararon. Durante una de sus crisis le escribió a su hermano Modest, también homosexual aunque con menos problemas para asumirlo: “Estoy pasando por un periodo muy crítico. Los detalles te los contaré después, pero por ahora te diré que he decidido casarme. Es inevitable. Debo hacerlo no sólo por mí, sino por ti y por aquellos que quiero. Creo que para ambos, nuestras inclinaciones son el mayor obstáculo contra la felicidad, y que debemos combatir nuestras naturalezas lo mejor que podamos. Si me llegara a faltar el coraje para casarme, de cualquier modo abandonaré mis hábitos para siempre. […] En breve, busco en el matrimonio una suerte de involucramiento público con una mujer, para acallar la maledicencia…” Huelga decir que la boda con Antonina Milyukova acabó en fracaso y que Tchaikovsky nunca pudo refrenar su naturaleza. Entre los receptores de su erotismo se cuentan dos condiscípulos del Conservatorio de Moscú, su alumno Eduard Zak, quien se suicidó después del affaire con el músico, su mayordomo, su sobrino Vladimir Davidov, a quien le dedicó la Sinfonía Patética[1]y, para su desgracia, el sobrino del duque Stenbock-Fermor, quien no tuvo reparos en denunciar el entuerto ante el Zar Alejandro III. Con la perspectiva de perder sus derechos civiles y de ser exiliado en Siberia Tchaikovsky optó por una salida más digna: envenenarse. La versión oficial del deceso encubrió el suicidio bajo el membrete del cólera.
El poder del dinero. En la primera mitad del Siglo XX destacó en París una cofradía de músicos autodenominado grupo de Les Six. Entre sus miembros resaltan los nombres de Milhaud, Honegger y Poulenc, este último dueño de una inmensa fortuna gracias a la heredad familiar de los Laboratorios Rhône-Poulenc. Como podemos deducir, de los seis camaradas, aquel que pudo darse el lujo de vivir su sexualidad con toda la desinhibición que la riqueza le consintió fue Francis Poulenc (1899-1963), quien aceptó de buen grado el epíteto del crítico Claude Rostand de ser un individuo “mitad monje y mitad hereje”. Para los investigadores, el caso del acaudalado compositor constituye, dentro de la historia de la música, el primer ejemplo de una homosexualidad enteramente abierta, aunque no exenta de episodios heterosexuales. A diferencia de Tchaikovsky, jamás escondió a su legión de amados, entre los que se enumeraron el pintor Richard Chanlaire, el novelista Raymond Radiguet, también amasio de Jean Cocteau, el bisexual Raymond Destouches, y los intelectuales Loucien Roubert y Louis Gautier. En cambio, en sintonía con el ejemplo del genial suicida ruso, Poulenc también contrajo un matrimonio de conveniencia que, para su pesar, se disolvió por la muerte de ella en 1930. Es importante anotar que como producto de una breve relación con una mujer llamada Frédérique nació una hija en 1946 a la que Poulenc convirtió en su heredera. Como hecho ulterior, debemos enfatizar que el 95 % de su producción musical tuvo como dedicatarios a sus amantes hombres.[2]
En las garras del imperio británico. Tampoco en la patria de Shakespeare se toleró aquello que muchos denominan una desviación contro natura y dentro de este clima represivo ?hasta los sesentas del siglo pasado era una felonía que se castigaba con cárcel? aparece el ejemplo de Benjamin Britten (1913-1976), de quien ya mencionamos, tanto su relevancia musical, como su valerosa homosexualidad (Proceso 1940). Igual que Tchaikovsky, Britten se vio en la necesidad de contraer nupcias con una mujer, mas su verdadero y único amor fue el cantante Peter Peers (1910-1986). Es interesante señalar que la fidelidad de Britten por su amado se acabó con la muerte ?están enterrados juntos? y que nadie supo de otros amantes masculinos con los que hubiera habido alguna relación seria. El musicólogo John Bridcut publicó en 2006 el libro “Los jóvenes de Britten”, sin embargo, lo único que puede colegirse es que algunas veces antes de relacionarse con Peers, se encaprichó con varios adolescentes sin que, necesariamente, hubiera una trascendencia carnal. Los melómanos de todo el mundo recuerdan los fabulosos conciertos donde Britten acompañaba al piano a Peers,[3] mientras que la dama que pasaba las hojas de las partituras era la mujer oficial del compositor.
En la tierra de cananas, tequilas y mariachis. Los secretos a voces forman densas masas corales que ululan por doquier. La endémica homofobia del mexicano salta de su escondite en cada recodo de nuestra historia patria dificultando cualquier labor de esclarecimiento. Oímos, propagamos, inferimos, mas la realidad se cela en los arcones de la secrecía. ¿Puede ser cierto que en México, tan adicto a las bravuconadas y el alarde mujeril, no hayan compositores con una sexualidad fuera de la norma “oficial”, “católica” y “apostólica”?... Hurgamos en balde y, sin medrar en la decepción de lo aportado, lo único que podemos ofrecer son los retazos de aquellas sospechas que están avaladas por testigos innombrables. Aquel que ofrece mayores indicios, no obstante haber tenido hijos y llevado un matrimonio duradero, fue creador de una clase de composición en el Conservatorio, de donde algún discípulo asegura haber salido huyendo por el acoso reiterado. Asimismo, se habla de su afición, después de sus conciertos como director de la Sinfónica de México, para vestirse de china poblana, participando como tal en las fiestas de sus mentores políticos. De sus amigos íntimos sobrevuelan los nombres de Salvador Novo, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Roberto Montenegro, Aaron Copland y un largo etcétera, tan largo que debe interrumpirse porque desde los arcanos de nuestro inconsciente surgen escozores. Retumba el vocerío diciendo que en México somos muy machos…
[1]Se recomienda la audición de su tercer movimiento por ser la obra donde quedó plasmada con mayor claridad la desesperación acarreada por su homosexualidad. Pulse el Audio 1. Piotr Ilyich Tchaikovsky: Allegro molto vivace de la Sinfonía n° 6 en Si menor op. 74 “Patética”. (Russian National Orchestra, Mkhail Pletnev, director. DEUTSCHE GRAMMOPHON, 1998)
[2] Se sugiere la escucha de algún movimiento de su Stabat Mater, obra compuesta para su amante Christian Bérard, quien moriría poco después. Pulse el Audio 2. Francis Poulenc: Inflammatus et accensus del Stabat Mater para soprano, coro y orquesta. (BBC Philharmonic, BBC Singers, Yan Pascal Tortelier, director. CHANDOS, 1995)
[3] Se recomienda la escucha del primer movimiento de su Serenata para tenor, obra que Britten le ofrendó a su amado. Pulse el Audio 3. Benjamin Britten: Pastoral de la Serenade for Tenor, Horns & Strings op 31. (Nell Mackie, tenor. Barry Tuckwell, corno. Scottish Chamber Orchestra, Stuart Bedford, director. EMI CLASSICS,2009)