La bluesista Maya Angelou, el corazón de una mujer

martes, 1 de julio de 2014 · 20:59
MÉXICO, D.F. (apro).- El 28 de mayo pasado falleció a los 86 años de edad la poeta, cantante, bailarina, actriz, productora teatral, periodista y activista social afroamericana Maya Angelou. Su verdadero nombre fue Marguerite Johnson y nació el 4 de abril de 1928 en Saint Louis, Missouri, Estados Unidos. En la década de los sesenta, a petición del reverendo Martin Luther King Jr., ella se convirtió en la coordinadora de los Estados del Norte de Estados Unidos para la Conferencia Cristiana de Liderazgo en el Sur. Escribió los best-seller “I Know Why the Caged Bird Sings” (“Sé por qué canta el pájaro enjaulado”) y “Gather Together in My Name” (“Júntense en mi nombre”), así como los poemarios: “Just Give Me a Cool Drink of Water ‘fore I Diiie” (“Sólo denme un vaso con agua antes que parta”), “Oh Pray My Wings Are Gonna Fit Me Well” (“Rezo porque mis alas me queden bien”), “And Still I Rise” (“Y me levanto”) y “I Shall Not Be Moved” (“No me moverán”). Para teatro montó en los sesenta “Cabaret for Freedom” (“Cabaret de la Libertad”) con Godfrey Cambridge en el New York’s Village Gate, apoyando a Luther King y actuó en “Los Negros”, de Jean Genet. En los primeros capítulos de su libro biográfico “The Heart of a Woman” (“El corazón de una mujer”, Random House/ Bantam Books, 1981), Maya Angelou cuenta cómo conoció a la gran bluesista Billie Holliday y los malos ratos que la vocalista le hizo pasar. Una visita inesperada Corría el año de 1958 y Maya acababa de regresar a California con su hijo Guy, de doce años, tras una gira europea que duró un año entero como primer bailarina de “Porgy and Bess”. Había ahorrado todo el dinero que ganó cantando baladas hawaianas por diversos centros nocturnos de la costa oeste de Norteamérica y podía darse el lujo de alquilar una casa en el exclusivo barrio artístico de Laurel Canyon, en Hollywood, donde muy pocos artistas negros vivían, como los jazzistas Billy Eckstein y Herb Jeffries. No fue fácil para una mujer negra conseguir que le alquilaran la mansión. Cuando llegó al lugar donde había un letrero que anunciaba “Se renta”, el propietario vio el color de la piel de Maya y le dijo: “¡Lástima, esa mañana la había rentado…!”; así que ella pidió a sus amigos Atara y Joe Morheim, una pareja blanca que se la alquilaran, como en efecto ocurrió. Al regresar con su hijito Guy y la mudanza, el propietario cuello rojo la reconoció y amenazó con demandarlos; pero los Morheim advirtieron que quien sería demandado podría ser el dueño. Una mañana de junio, Maya recibió la visita de su profesor de canto Frederick Wilkie Wilkerson, quien le preguntó: –¿Quieres conocer a Billie Holiday? Viene de Hawai, estará de paso unos días. Voy a recogerla a su hotel. La traeré aquí si crees que puedes soportarla ¿Tienes ginebra? Cuando la célebre Lady Day entró con su perro chihuahueño Pepe y extendió su mano para saludarla, Maya creyó sentir la suavidad de un juguete de goma. La atravesaron unos ojos de azabache profundo. –¿Cómo estás Maya? Tienes una casa muy bonita… Trajo la ginebra, mientras Wilkie y Billie hablaban de los viejos amigos en Washington. Por fin, Billie la metió a conversación. –Wilkie me dice que eres cantante. ¿También cantas jazz? ¿Eres buena? –No muy buena –respondió Maya–. No tengo buena tesitura. –¿Quieres llegar a ser una cantante grandiosa? ¿Quieres competir conmigo? –No quiero competir con nadie. Soy una vocalista que se gana la vida entreteniendo. –¿Entreteniendo? O sea que… --Billie arrastró las palabras con sorna-- enseñas chichi y mueves tus nalguitas. --No tengo qué hacer nada de eso. Yo no lo haría para trabajar, no importa cuánto paguen. Wilkie terció para apoyar a Maya: “Billie, tienes que verla antes de hablar. Canta piezas de folklore, calypso y blues. Tú me conoces, y cuando digo que Maya es buena, lo es. Es muy amable, además, por habernos invitado a cenar, no la molestes o te voy a hacer rodar de sentones por esa colina allá afuera.” --No lo dudo, negro andrajoso. ¿Y qué vamos a comer, nena? Pollo y arroz siempre es algo bueno. Pero cuece el maldito pollo hasta que esté listo. Odio ver la sangre en los huesos de un pollo crudo. --Billie, no seré una gran cantante; pero sé cómo preparar mis alimentos. Nunca sirvo pollo crudo –respondió a la defensiva Maya. --OK, nena, OK, sólo te estoy diciendo lo que no me gusta. No quise lastimarte. Cuando se disponían a cenar, Billie se veía aletargada (“cada movimiento de ella parecía tardar años en ejecutarse”): --¡Mira nada más, pones una mesa espléndida y no estás casada! Maya le relató que vivía sola con su hijo. La cantante soltó la primera bomba: --¡No puedo aguantar a los chamacos! Otros desplantes de Billie fueron sus comentarios acerca de Hawai: --¡La gente ama las islas, las islas! ¡Demonios, toda esa mierda es un bonche de agua y arena! El sol brilla todo el día, ¿qué más se supone que haga? Maya señaló que la gente era muy gentil en Hawai; pero Billie dijo: --Son sólo un bonche de negros tiznados, negros corriendo en cueros. Y la música que tocan en sus ukuleles, ¡bah!, prefiero Nueva York, ahí todos son unos hijos de perra y no pretenden ser otra cosa. “¿Tú eres una fresa convencional, verdad Maya? ¿Por qué me invitaste a tu casa? --Porque eres una gran artista y te respeto. --¡Mierda! Tú nada más querías verme de cerca; pero está bien, eso no me lastima. Ya me estás viendo, aunque no veas nada. Yo solía ser una perra sobre ruedas. Los muchachos me hallaban bonita… La profecía de Billie Maya había escuchado historias feas acerca de que a Billie la golpeaban los hombres, que los vendedores de drogas la estafaban y que los agentes de narcóticos la perseguían. Descubrió que era la persona más paranoica del mundo. Entonces llegó su hijito Guy, y ella le recomendó a Maya: --Nunca dejes que entre al negocio del entretenimiento. Los negros en el negocio de la música son malas noticias. Cuando no consiguen llegar hasta la cumbre como merecen, la agarran en contra de sus mujeres. “Tu apellido es Angelou y él se apellida Johnson, no pareces ser tan vieja como para haberte casado dos veces…” Guy había nacido cuando Maya rondaba los 15 años de edad, pero nada contó a Billie quien se fue, prometiendo volver al día siguiente. Por la noche, Billie cantó para su hijo Guy “You’re mi Thrill” (“Eres mi emoción”), llena de sensualidad, y “Strange Fruti” (“Fruta prohibida”), acerca de los linchamientos de blancos a negros y donde menciona que se trata de una canción “pastoral”. El pequeño Guy preguntó qué significaba una escena pastoral y Billie contestó con crueldad: –Significa que los blancos asquerosos están colgando a los negros tiznados. Es como si agarraran a un pequeño negro carbonero como tú, te royeran el hueso de tu cabeza y te colgaran de tu pinche cuello en un árbol. Eso hacen, eso es una escena pastoral. De nada sirvió que Maya le reclamara una vez en su coche, pues Billie expresó: --¿Le mentí acaso? ¿Mentí de los cochinos blancos? ¿Qué tiene de malo decir la verdad? Maya se dirigía al hotel de Billie, pero en el camino la cantante exigió que la llevara al teatro donde Maya cantaba cada noche. Una vez ahí, Maya subió al escenario e interpretó una balada y presentó a Billie Holiday, quien recibió un aplauso atronador. Escribe Maya Angelou: “Mi siguiente canción era un viejo blues, que comencé a cantar con un bajo de acompañamiento únicamente. La música era triste y la letra muy trágica. Tenía mis ojos cerrados cuando de pronto, como si un vaso de cristal se estrellara, la voz de Billie se metió en mi canción: --¡Detengan a esa cabrona! ¡Párenla, con un carajo! ¡Paren a esa perra! ¡Suena como si fuera mi pinche madre! “Miré a Billie quien se paró, agarró a su chihuahueño Pepe y la vi entrar al baño. Agradecí al público, detuve a la orquesta y pedí que me disculparan mientras iba a buscar a Billie…” De nada sirvieron los reclamos de Maya. Billie le dijo con aire profético: “Tú vas a ser famosa, pero no lo vas a lograr con esa voz. Cuando seas famosa, te preguntarás: ‘¿En quién puedo confiar?’. Todos los blancos racistas son malos y los negros tiznados no son mejores Recuerda que te lo dijo Billie Holiday…” Maya la llevó a la calle y la subió a un taxi. No se volvieron a ver. Pocos meses después, el 17 de julio de 1959, Billie Holiday moriría en un hospital de Nueva York. Tenía 44 años de edad.  

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