Fulguraciones

domingo, 20 de julio de 2014 · 10:09
STEAMBOAT SPRINGS, Colorado (Proceso).- Demasiado familiar nos resulta la imagen del emigrante que trastoca su vida --y la de su propio entorno-- en aras del evanescente “sueño americano”, sin embargo las historias de aquellos que sí lo plasman y lo moldean a su antojo nos son, en gran medida, desconocidas. Huelga abundar en las sangrientas aberraciones que esta migración conlleva, desde los niños que cruzan la frontera con la orfandad en ristre, hasta los desposeídos que se iluden creyendo que la adquisición de un trabajo remunerado en dólares va a colmar sus vacíos. Por tanto, acerquémonos sin mayor dilación a uno de estos contados personajes cuya reciedumbre anímica le valió --amén de su estatura como artista-- el acceso a las entrañas del Imperio. Ya desde la espontaneidad de su sonrisa, incluso de su franca carcajada, intuimos que es un hombre que está en paz consigo mismo y que ha logrado armonizar los mundos que habitan en su interior. De hecho, su estancia en esta ciudad del suroeste yanqui es una prueba fehaciente de ello: transcurre el verano impartiéndole sus enseñanzas a los alumnos del Rocky Mountain Summer Conservatory y lo hace en compañía de su mujer, la eminente chelista norteamericana Catherine Lehr. Además no sólo está aquí para dar lecciones sino que tiene programados varios conciertos en esta temporada. Para mayores señas digamos que es un violinista connotado --está a punto de jubilarse después de haber sido primer violín de la Saint Louis Symphony Orchestra desde hace tres décadas, pertenece al selecto grupo de Concertistas de Bellas Artes, y a últimas fechas se desempeña también como concertino de la OFUNAM (Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México)-- que vio la luz en Reynosa, Tamaulipas, en 1951. Su nombre: Manuel Ramos Reynoso. --Maestro Ramos, usted es un vivo ejemplo de cómo alguien puede evadir la condena de llevar una existencia demediada, es decir, aquella de no poder asirse con firmeza a ninguna cultura por tener los pies puestos en varias a la vez. ¿Cuál ha sido su fórmula para conseguirlo? --Yo jamás habría imaginado que mi primera salida de México con la idea de expandir mis estudios de música en esta nación iba a depararme tantos cruces de fronteras, llevo treinta años haciéndolo. Cándidamente yo creía que la aventura americana iba a terminar en el lapso que me impondría la Universidad de Indiana, donde deseaba yo tomar clases con el gran violinista Franco Gulli y que, de ahí en adelante, regresaría a nuestro país para retomar los trabajos que ya tenía. Creo que atrás de todo esto ha jugado un papel importante el azar y, visto en retrospectiva, a una actitud flexible de mi parte frente a las decisiones que se fueron presentando en el camino. No sé si pueda hablarse de una fórmula, pero lo que sí puedo decirle es que fui dejándome conducir dócilmente por las circunstancia; aquí conocí a la mujer de mi vida y aquí educamos a nuestros tres hijos, mas nunca me permití romper los vínculos con nuestro país. Por cierto, no me ha interesado tener la ciudadanía. He querido y no estoy seguro de haberlo conseguido, quedarme con lo mejor de las culturas que me reservó el destino y así transmitírselo a mi familia. Aunque tampoco puedo negar que la nostalgia es una parte irrenunciable de este flujo interminable de viajes de ida y vuelta. --Tengo entendido que su ingreso a las filas de la orquesta de Saint Louis fue motivo de incredulidad para sus colegas, cuéntenos sobre ello… --Va a estar difícil contárselo sin que suene medio pedante, pero ahí le va: estaba yo preparándome para intentar convertirme en alumno del maestro Gulli y al caer en la cuenta de que no hablaba ni una palabra de inglés un amigo me sugirió, es más, él me hizo el favor de llenar las solicitudes, que hiciera una audición en varias orquestas gringas a la vez. Si quedaba yo admitido en alguna se abriría la oportunidad que me obligaría a desenvolverme en inglés al tiempo que podría yo ganar unos centavos. Mandamos las solicitudes a la orquestas de Saint Louis y a la Nueva Orleáns, que en ese momento tenían plazas vacantes, y resulté electo para el codiciado puesto en la de Missouri, pero como ya le dije para mí era sólo la escala previa que me permitiría la admisión a la Universidad de Indiana. Le cuento algo curioso: Entre los miembros de la orquesta que se acercaron a felicitarme por el éxito de la audición estaba la mujer que habría de convertirse en mi consorte. --Ya que trae a colación a su esposa, valdría la pena preguntarle qué tan complicada le resultó la relación con una mujer criada con otros parámetros educativos… --Más allá del enigma que toda mujer representa, gracias a ella pude replantear muchas de las conductas, por así decirlo, machistas de mi parte y hoy me precio de haber podido decantarlas. En esto también fueron importantes mis hijas. Sin haberme confrontado al momento de educarlas, me habría costado mucho más trabajo poder salirme de esos patrones formativos que ya no eran aceptables. --El año pasado tuve oportunidad de escuchar uno de sus concierto( ) en el Museo Mural Diego Rivera en la Ciudad de México y quedé hondamente impresionado por el hecho de que los otros miembros del cuarteto eran su propia familia, además de que el concierto fue memorable musicalmente hablando. A nivel humano esa es una proeza que es justo recalcar, ¿concuerda usted con esta afirmación? --La proeza que usted menciona habría sido, para nosotros, que la música no fuera una parte medular de nuestra convivencia familiar. Tanto mi mujer como yo creímos que educar a nuestros hijos con música era un deber sacrosanto y ambos tratamos de ser sus guías, aunque de la manera más respetuosa posible. Con una de las niñas me fue fácil ponerles las manos en el violín pero con el niño encontré ciertas resistencias; sin embargo, me dejó que lo aconsejara y hoy está a punto de recibir su licenciatura en la Universidad de Indiana. Me parece que en esto no hay casualidades. --Dada la elevada taza de deserción escolar que impera en los conservatorios y las escuelas de música de nuestro país, debo agregar que usted es uno de los contados alumnos que obtuvo su título y que jamás ha renegado de la mediocridad que rige en nuestro medio artístico, empero la pregunta es pertinente, ¿fue todo miel sobre hojuelas? --Claro que no, mi historia personal está signada por la adversidad y por mis luchas para doblegarla. Nací en una ciudad donde lo único que había eran mariachis y dentro de un hogar donde la escasez era la norma. Tuve once hermanos y la fuente de ingresos de mi padre era su trabajo como músico dentro de los centros nocturnos de Reynosa. Era natural que todos siguiéramos esa senda, hasta que mi padre sufrió un accidente que aceleró el curso de las cosas. Se fracturó un brazo y entonces nos preparó a mi hermano mayor y a mí para que lo sustituyéramos tocando en los bares donde sí podían entrar niños. Tenía yo nueve años. Después vino un periodo de intenso estudio supervisado por él, donde la improvisación estaba subvertida por el amor. Piense que se sentaba a estudiar conmigo, con sus limitadas nociones del instrumento, seis horas diarias, y además haciéndome creer que ese tiempo de estudio era mínimo sin consideraba las horas libres que me quedaban para jugar. Al parecer, ese proceso rindió sus frutos ya que al cabo de unos meses se dio cuenta que ya no tenía nada que enseñarme. Fue así que a los catorce años me mandó a la Ciudad de México, donde pasé de arrimado a ser inquilino de una vecindad infecta en la colonia Peralvillo, y también a hacerme cargo de un hermano menor que también fue mandado al D. F. a estudiar. En cuanto a mi paso por el Conservatorio no hubo cerezas avinagradas, no obstante que el maestro de violín que me asignaron carecía de visión pedagógica; sin embargo, tampoco me obstaculizó. Pero lo más importante es que cuando escuché por primera vez un acorde de la sinfónica del Conservatorio quedé subyugado. Esa era la música que habría de convertirse en el fuego central de mi existencia. Y aquí sigo medio siglo después, dejándome aún fulgurar por los destellos que la música le imprime al alma humana…

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