"Reclamo"
MÉXICO, D.F. (apro).- ¡Protesto y protesto enérgicamente! ¿Qué pasó? ¡Ay! En esa reunión de perros ni siquiera mencionaron mi nombre, cuando mis ideas han sido y son de las más influyentes en la vida de los humanos. Que falta… ¿de memoria o sobra de ignorancia? …¡Y precisamente en este 2014, en el que se cumplen 300 años de la primera edición de mi célebre obra, por muchos conocida y por pocos comentada. Servidor, su autor, opina que eso se debe a que poco o nada agrada a la humana criatura la imagen que en ella presento de la misma, aunque poco o nada hacen por desmentirla con sus pensares y haceres… Bueno, quiero creer que eso de que no me mencionaran se debe a que su apego al hombre les impide verlos como son en realidad: unos obstinados egoístas, duros e insensibles.
Ni modo. Para reparar ese injusto ninguneo, escribo la presente.
Servidor es aquel que escribió: “Nada existe en la Tierra tan universalmente sincero como el amor que todas las criaturas, capaces de sentirlo, se profesan a sí mismas; y como no hay amor al que no desvele el cuidado de conservar el objeto amado, nada hay más sincero, en cualquier criatura, que su voluntad, su deseo y empeño en conservarse a sí misma. Es ley de la Naturaleza que todos los apetitos o pasiones de las criaturas tiendan directa o indirectamente a la preservación, tanto de sí mismo como de su especie”.
Servidor es también el que nunca admitió que el hombre fuera bueno por naturaleza, y sostuvo que como todo animal no domesticado, sólo se cuidaba de complacerse a sí mismo y, naturalmente, en seguir la tendencia de sus propias inclinaciones, sin considerar el bien o el mal que su placer causase a los demás.
Servidor es igualmente de los de aquellos que creían que los vicios privados producían el bien público, como lo dejé bien asentado en mi obra La fábula de las abejas… pero a diferencia de otros, no consideró que el feroz egoísmo, el amor propio o a sí mismo, la egolatría o el hedonismo, servían por sí mismos para aumentar el bien y la armonía social, sino todo lo contrario. Por eso dijo y sostuvo que la única manera de hacer que el hombre, animal extremadamente egoísta tenaz, así como astuto, se comporte decentemente hacia su especie, es manipulando sus pasiones, sus vicios, contrapesando, por ejemplo, su orgullo y ambición con otras pasiones que le son propias, tales como el deseo de aprobación, asociar el egoísmo con la vergüenza, persuadiéndolo que va en su mejor interés cooperar con los demás y cosas similares… ¿Que es una manera cínica de pensar? Puede, pero pienso que es la única para mermar o incluso eliminar en el hombre su animalidad, pues si bien al orgullo y al insaciable deseo de fama y de honores se deben incontables males, también se les deben no pocos beneficios para el bien de todos.
Advierte servidor que, por el título de cínico que se le ha dado, pocas alabanzas y sí muchas críticas se le han dedicado, pero a pesar de ello, no pocos pensadores, de una manera u otra, han sido influenciados por él, como por ejemplo el pesimista de A. Schopenhauer, para quien la causalidad supedita a la voluntad, y como el hombre no puede establecer un conocimiento científico que se funde en la inalcanzable “primera causa”, se ve condenado a moverse en un mundo de apariencia, esa es su tragedia; F. Nietzsche, el cual hace tabla rasa de todos los valores o virtudes tradicionales, que dice ser producto de los esclavos, de los débiles, y para quien el progreso no es debido más que al esfuerzo de una casta superior, a los superhombres; o los autores de última hora, como los franceses y sus seguidores de la denominada deconstrucción, cuyas características son el relativismo y, frecuentemente, el irracionalismo. También están los modernos defensores del yo, como G. Lipovestsky, que osadamente propone a la frivolidad como base de la sociedad posmoderna, considera el bien común como una empresa fantástica y fantasmal, y como tabla de salvación no reconoce más que al yo, suma de los apetitos y deseos propios de cada persona; otro de los defensores del yo es F. Savater, que ha escrito un libro: “Ética como amor propio”, cuyo título lo dice todo lo que es en sí: Una defensa y justificación del egoísmo, del amor a sí mismo.
Espero que lo hasta aquí escrito haya puesto mi persona en el sitio que se merece, pues considero que, con justicia, merezco el crédito que reclamo.
Con el sincero deseo de que les sea leve la vida a los lectores de la presente.
BERNARD DE MANDEVILLE