Martín Quiroz y sus traducciones de Carlos Drummond de Andrade

miércoles, 13 de agosto de 2014 · 12:49
MÉXICO, DF, (apro).- El 4 de enero de 1988 la revista Proceso publicó cinco poemas del poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade, desaparecido unos meses antes en su domicilio de Río de Janeiro. Hoy en un hospital de su natal Maracaibo, Venezuela, falleció de un paro respiratorio el profesor de literatura de la Universidad del Zulia, Martín Quiroz Sarmiento (10 de noviembre de 1948). En su memoria se reproduce enseguida la traducción de estos magníficos poemas, precedidos de una nota introductoria dando cuenta de su por qué. El artículo fue titulado “Triste para América Latina el año de la partida de Drummond de Andrade”. * * * Aunque en literatura no hay eso del mejor poeta, narrador o dramaturgo, a Carlos Drummond de Andrade se le reservaba desde hace muchos años el sitio supremo entre los poetas brasileños de este siglo. Nacido en Itabira, Minas Gerais, en 1902, y reunido dentro del grupo de Belo-Horizonte en la llamada Semana Moderna de 1922 en Sao Paulo, falleció el 17 de agosto pasado en Río de Janeiro, justo cuando se celebraba el Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México. A la hora de su participación, el poeta Octavio Paz dedicó al brasileño su lectura, en el Teatro de la Ciudad. Los textos que presenta Proceso ahora constituyen, pues, un homenaje: el profesor venezolano Martín Quiroz Sarmiento quiso traducir estos cinco poemas deslumbrantes no con base en su propio gusto, sino sobre todo el de otro poeta brasileño, Sergio dos Santos Gutiérrez, quien le “presentó” a Drummond en París, en 1972. En efecto: condiscípulo suyo en La Sorbona, el joven Dos Santos --a quien Quiroz nunca volvió a ver-- organizaba entonces veladas en la Casa de Brasil de la Ciudad Universitaria de París (edificio construido por Le Corbusiere), donde leía con pasión la obra de Drummond y releía una y otra vez estos poemas. Había comenzado ya el “boom” literario --Quiroz Sarmiento concluyó su maestría en el Instituto D'Hautes Etudes de la Amerique Latine con un trabajo sobre Cien años de Soledad--, pero todavía los latinoamericanos estaban condenados, sin reconocerse como tales, a descubrir su cultura en el extranjero. En la bohemia literaria de Dos Santos Gutiérrez se festejaban muchos poemas, pero no podía faltar "José". En una entrevista hecha por Cristina Serra traducida por Miguel Ángel Flores y publicada a la muerte del poeta (suplemento Sábado del periódico unomásuno), Drummond explicaba: "Esa poesía resultó de un estado de dolor de corno profundo. Yo era aún un muchacho. Para mí todo se había acabado en la vida, nada valía la pena, no había patria, no había terruño natal, no había amigos, ni existía Minas Gerais. Yo estaba completamente deshecho. Entonces, comencé "E agora José/ E agora Raimundo/ E agora Joaquim". Después analizando en frío, pensé que era mejor encontrarse en un solo nombre y precisamente en José, que es un nombre más simple. Aquel asunto fue un desahogo, un torrente que salió. Yo iba botando versos y sentía que también cambiada los versos. Hasta que en un momento de extenuación uno deja de escribir. Guarda aquello y después lo pule." En el prólogo del volumen del que Quiroz extrajo las traducciones (Reuniao. 10 livbros de poesía. Livraria José Olympio Editora; Rio de Janeiro, 1974, 6a. edición), Antonio Houaises explicó que "José", en su transposición simbólica, representa el mundo moderno en crisis y la poesía misma de Drummond en crisis permanente, configurada en este poema "en la persona de un Don Nadie, José". "Carlos Drummond de Andrade --comenzó escribiendo Flores en nota adjunta a la entrevista mencionada-- no soportó el dolor de ver morir a su única hija. Los males que lo aquejaban se agravaron y así la tristeza venció a uno de los mejores poetas del Brasil." Nacido en 1948 en Maracaibo, en cuya Universidad del Zulia cursó la licenciatura en Letras Españolas (discípulo del doctor en letras hispano-mexicano José Pascual Buxó, eminente sorjuanólogo), Martín Quiroz coordina actualmente ahí el departamento de Letras Francesas e imparte cursos de literatura, fonética, lingüística e idiomas. “José” ¿Y ahora, José? La fiesta acabó, la luz se apagó, el pueblo voló, la noche se enfrió, ¿y ahora, José? ¿y ahora, usted? ¿usted que es sin nombre, que se burla de otros, usted que hace versos, que ama, protesta? ¿y ahora, José? Está sin mujer, está sin discurso, está sin cariño, ya no puede beber, ya no puede fumar, escupir ya no puede, la noche se enfrió, el día no vino, el vagón no vino, la risa no vino, no vino la utopía y todo acabó y todo escapó y todo enmoheció, ¿y ahora, José? ¿Y ahora, José? Su dosis de palabras, su instante de fiebre, su gula y ayuno, su biblioteca, su tierra de oro, su traje impecable, su incoherencia, su odio --¿y ahora? Con la llave en la mano quiere abrir una puerta, no existe puerta; quiere morir en el mar, pero el mar se secó; quiere ir para Minas, Minas no existe más. José, ¿y ahora? Si usted gritase, si usted gimiese, si usted tocase un vals vienés, si usted se cansase, si usted se muriese... Pero usted no muere, ¡usted es duro, José! Solo entre lo oscuro como un insecto, sin teogonía, sin pared alguna para recargarse, sin caballo prieto que huye a galope, ¡usted marcha, José! José, ¿para dónde? “Mundo grande” No, mi corazón no es mayor que el mundo. Es mucho menor. En él no caben ni siquiera mis dolores. Por eso me gusta tanto contar. Por eso me disipo, Por eso me grito, Por eso ávidamente leo la prensa, me expongo crudamente en la librerías preciso de todos. Sí, mi corazón es muy pequeño. Sólo ahora veo que en él no caben los hombres. Los hombres están acá afuera, en la calle. La calle es enorme. Mayor, mucho mayor de lo que esperaba. Mas tampoco en la calle caben todos los hombres: La calle es menor que el mundo. El mundo es grande. Tú sabes cuán grande es el mundo. Conoces navíos que llevan petróleo y libros, carne y algodón. Viste las diferentes razas de hombres, Los diversos dolores del hambre, Sabes cuán difícil es sufrir todo eso, amontonar todo eso en un solo pecho humano... sin que éste estalle. Cierra los ojos y olvida. Escucha el agua sobre los vidrios, tan calmada. No anuncia nada. Entre tanto, escurre tus manos, ¡tan calmada! va inundando todo... ¿Renacerán las ciudades sumergidas? Los hombres inmersos, ¿regresarán? Mi corazón no sabe. Estúpido, ridículo y frágil es mi corazón. Sólo ahora descubro Cuán triste es ignorar ciertas cosas. (En la soledad de individuo olvidé el lenguaje con que el hombre se comunica.) Otrora escuché a los ángeles, sonatas, poemas, confesiones patéticas. Nunca escuché voz de gente. Soy en verdad muy pobre. Otrora viajé países imaginarios, fácilmente habitables, islas sin problemas, no obstante y exhaustivas y convocando al suicidio. Mis amigos fueron a las islas. Las islas pervierten al hombre. entretanto, algunos se salvaron y trajeron la noticia de que el mundo, el gran mundo está creciendo todos los días, entre fuego y amor. Entonces, mi corazón también puede crecer. Entre amor y fuego, entre vida y fuego, mi corazón crece diez metros y explota. --¡Oh vida futural, nosotros te criaremos. “Palabras en el mar” Escrita en las olas la palabra Encanto balancea a los náufragos, arrulla a los suicidas. Ahí dentro, los navíos son algas y piedras en total olvido. Hay también tesoros que se derramaron y cartas de amor circulando frías entre las medusas. Verdes soledades, plañideros llantos, quejumbres de otrora, todo pasa rápido y los peces devoran y la memoria se apaga y solamente un resplandor de luna embrujada queda vagando en el mar condenado. El último hipocampo se deja apresar en un receptáculo de coral y lágrimas --del Océano Atlántico-- o en el de tu boca, triste por acaso, por demás amarga. La palabra Encanto reposa en el libro entre mis palabras inertes a la espera. “La Bruja” A Emil Farhat En esta ciudad de Río, de dos millones de habitantes, estoy solo en el cuarto, estoy solo en América ¿Estaré de veras solo? Apenas hace poco un ruido anunció vida a mi lado. Cierto, no es vida humana, mas es vida. Y siento la bruja presa en la zona de luz ¡De dos millones de habitantes! Y ni siquiera precisaba tanto... Precisaba de un amigo, de esos taciturnos, distantes, que leen versos de Horacio pero que secretamente influyen en la vida, en el amor, en la carne. Estoy solo, no tengo amigo, y a esa hora tardía ¿cómo buscar un amigo? Y ni siquiera precisaba tanto. Precisamente de una mujer que entrase en este minuto, recibiese este cariño, salvase del aniquilamiento un minuto y un cariño locos que tengo para ofrecer. En dos millones de habitantes, cuántas mujeres probablemente se interrogan ante el espejo midiendo el tiempo perdido hasta que venga la mañana a traer leche, periódico y calma. Sin embargo, a esa hora vacía ¿cómo descubrir una mujer? ¡Esta ciudad de Río! Tengo tanta palabra dulce, conozco voces de insectos, sé de los besos más violentos, viajé, bregué, aprendí. Estoy cercado de ojos, de manos, afectos, búsquedas. Pero si intento comunicarme lo que hay apenas es la noche y una espantosa soledad. ¡Compañeros, escúchenme! Esa agitada presencia queriendo resquebrajar la noche no es simplemente la bruja. Es más bien la confidencia que se exhala de un hombre. “Sentimiento del mundo” Tengo apenas dos manos y el sentimiento del mundo, pero estoy lleno de esclavos, mis recuerdos se escurren y el cuerpo transige en la confluencia del amor. Cuando me levante, el cielo estará muerto y saqueado, yo mismo estaré muerto, muerto mi deseo, muerto el pantano sin acordes. Los camaradas no dijeron que había una guerra y era necesario traer fuego y alimento. Me siento disperso, anterior a las fronteras, humildemente les pido que me perdonéis. Cuando los cuerpos pasen, me quedaré solo deshilvanando la remembranza del campanero, de la viuda y del laboratorista que habitaban la barranca y no fueron hallados al amanecer ese amanecer más noche que la noche

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