Inauguran la exposición 'Curanderos y chamanes', del fotógrafo Juan Miranda

miércoles, 3 de septiembre de 2014 · 20:13
GUANAJUATO, Gto. (apro).- En la región mazateca alta de Oaxaca, curanderos y chamanes son herederos de ancestrales rituales para curar y limpiar el espíritu de la humanidad. Sus rostros y cuerpos, transfigurados y adheridos al elemento mediante el cual ejercen este poder divino –el copal, la baraja, el oráculo, el huevo–, fueron captados en negro y blanco, en luz y oscuridad, por el fotógrafo Juan Miranda, fotoperiodista y coordinador de fotografía de Proceso durante varias décadas. Su exposición “Curanderos y chamanes”, que reúne parte del trabajo elaborado en sus largos recorridos por el territorio de la sierra mazateca a mediados de la década de los noventa, llega a esta ciudad y será abierta al público en el Museo de Arte Contemporáneo Primer Depósito, del artista plástico Javier Hernández “Capelo”, ubicado en la calle de Pocitos, este jueves 4 de septiembre. A propósito de la muestra, Juan Miranda la cataloga como su prueba de fuego, “el trabajo hecho con los curanderos, es así como la depuración del fotógrafo que se ha pasado más de 30 años mirando, para poder hacer un rescate de esa sinfonía que se da entre el volumen y la luz”. Ahí está Filogonio, el nieto de María Sabina, a quien Miranda conoció unos años antes de este trabajo. Fue la curandera que reveló el misterio de los hongos al mundo la que introdujo al fotógrafo en el repertorio de chamanes de esa región. Está Felipa, “la doctora de los pobres” que ahuyenta el mal de ojo. Felipe, el clarividente de las cartas. Rosalino, chupador de todo aquello que envenena el espíritu. Emilio, sabio del oráculo y retador de nahuales. Juan Allende, clarividente del copal. Petra, yerbera y espiritista. Apolonio, “hijo de un chamán en el oráculo de la suerte a través del maíz” (del libro “Curanderos y chamanes de la sierra mazateca”, publicado a propósito de la serie fotográfica por Gatuperio Editores). En conversación con Apro, Miranda habla de su obsesión por el claroscuro y su rechazo al flash y la luz frontal. Para las imágenes que forman la exposición, el autor procuró respetar las entradas de luz, pendiente de los distintos momentos de ésta filtrada a través de las rendijas de los techos, de las láminas de las casas donde estos curanderos y chamanes viven o efectúan sus rituales, atendiendo a las personas que llegan en su búsqueda. “Ahí es donde se logra ese efecto en el trabajo, en esas entradas de luz”. Sin embargo, algunos de los sitios de “trabajo” de los curanderos se encontraban a oscuras, “entonces ahí fue trabajar negro sobre negro sobre negro; robarle grano a la película. Porque esta es una serie que se hizo todavía con rollo fotográfico, coronando todos los años metido en el laboratorio…”. Es la luz, siempre, el medio para acentuar una mirada, destacar un rostro o reflejar una actitud, afirma Miranda. –Se trabajó previamente el concepto o se circunscribió al momento y a las circunstancias de cada curandero?–, se le pregunta. “Es todo. Como el escultor, el fotógrafo va moldeando. En el caso del fotógrafo, es siempre la mirada la que uno está buscando. No la del que retrata, sino del espectador. Las páginas del medio donde uno trabaja es la galería donde uno está exponiéndose en esa constante. Es un ejercicio. En mi caso, siempre he trabajado en semanarios, voy viendo cómo semanalmente va evolucionando mi manera de ver”. –De la idea  inicial al resultado, qué pasó; te sorprendió o era lo esperado? “Normalmente te vas sorprendiendo, en esa constante aplicación de tu propia búsqueda, vas perfeccionando tu imagen. Creo que cuando ya llegas a ver una imagen sin hacer ninguna edición –como en este caso– para mí fue haber coronado satisfactoriamente esa búsqueda. Porque está esa iluminación, pero además, que puedas ver al personaje como a ti te impresionó. “En el momento en que ya no tienes que hacer una edición para traducir lo que tú estás viendo, ya se acabó la técnica: es la madurez, la experiencia del fotógrafo para que el espectador vea exactamente lo que tú estás viendo. El fotógrafo ya no está. Son imágenes zen; no está la búsqueda depurada de una técnica, ni la búsqueda depurada de la luz, sino tal cual la vas percibiendo en un determinado momento del día”. La luz, insiste en su obsesión Juan Miranda, es voluble y siempre está cambiando “y hay que tener la sensibilidad para encontrar el momento, cada situación…Hay unas tomadas a la luz de un foco, se siente la luz cálida pero carente de la profundidad de campo. Pero hay luces muy fuertes, a mediodía, que se trasminan por las rendijas de la techumbre o de los costados, y que apenas bañan al personaje”. Otro aspecto del trabajo para lograr estas fotografías fue entender el lugar en el que los chamanes debían estar al momento de ser captados. “Parte de ese esfuerzo fue ir comprendiendo que cada quien va escogiendo su propio lugar para poder ser. Todos tenemos un lugar, todos tenemos que encontrar ese lugar. Y cuando yo llego, me doy cuenta de que ellos están en su lugar, y el que se tenía que adecuar a ese lugar era yo, con las técnicas de las películas, los revelados, los papeles”. Lograr la imagen que le impresiona le ha ocasionado a Juan Miranda muchos problemas en la vida cotidiana, dice. “Porque cuando veo a alguien y veo la luz, sé que será única en ese momento, y tengo que buscar la manera en que esa luz sea respetada”. Actualmente, otra exposición de Miranda se muestra en las rejas de Chapultepec; fotografía de Octavio Paz, presentadas dentro del programa de festejos por el centenario de su nacimiento, junto al de José Revueltas y Efraín Huerta.  

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