Ayotzinapa, violencia, narco, reto para antropólogos y psicólogos

martes, 13 de enero de 2015 · 22:42
MÉXICO, D.F. (apro).- Entrevistado en el marco del centenario del nacimiento del antropólogo estadunidense Oscar Lewis, recordado en el semanario Proceso, el investigador Carlos Zolla reflexiona sobre los nuevos campos que el estudio debe abordar en la época actual, a más de cincuenta años de la creación del concepto “antropología de la pobreza” de Lewis. Piensa, por ejemplo, en los libros que ha realizado el escritor Elmer Mendoza, a quien se considera representante de la llamada “narcoliteratura” o novela negra. Y responde si ahora habría que crear otros como “antropología de la miseria” o “antropología de la violencia”: “De la violencia, la migración… lamentablemente hay muchos candidatos para ser estudiados. Digo, no tenemos un buen trabajo antropológico sobre La Bestia, ¿no?, el tren este (que cruza el país de sur a norte y además de su carga, lleva a miles de migrantes centroamericanos, ansiosos de alcanzar el ‘sueño americano’)… No me extrañaría que de repente algún antropólogo se cuele por ahí.” Especialista en medicina tradicional, el también coordinador de Investigación del Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural e Interculturalidad de la UNAM, comenta que cuando Lewis publicó hace cincuenta años su libro Los hijos de Sánchez, indignó al gobierno, entonces de Gustavo Díaz Ordaz, que pretendía negar la pobreza en las ciudades y se jactaba del llamado “milagro mexicano”. Se le pregunta si acaso es como en la actualidad, que el gobierno quiere dar la imagen de un país con avances (que ha logrado varias reformas estructurales), e incluso pide a sus embajadores en el extranjero ponderar esta parte, mientras se pretende ocultar, olvidar o “superar” lo ocurrido en Tlatlaya y Ayotzinapa. “¡Pero por supuesto!”, es su respuesta. Habla entonces de un tema que se relaciona con su área de investigación, que es la medicina. Recuerda que hay una gran cantidad de pueblos indígenas en el país que carecen de servicios de salud y de seguridad social: “Viene el Estado a lavarse la cara y dice: ‘No tienes IMSS y no tienes ISSSTE, pero ahora tienes Seguro Popular’. ¡Como si fueran lo mismo! Y yo suelo decirles: “El censo de población dice que existen más de 17 mil localidades indígenas. De ellas 8 mil 300 tienen menos de 100 habitantes. Y sabemos, quienes hemos trabajado en la administración pública, que una localidad de 85, 100 o 150 habitantes no es candidata para una escuela, una oficina del Registro Civil, una unidad médica rural, etcétera. “Y digo: Si es difícil buscar en una comunidad rural un médico, busque usted psicólogos, a ver cuántos hay.” Se pregunta entonces cuál es la idea que un Estado como el actual tiene de la “salud mental”. Él, que ha trabajado desde la medicina tradicional temas como el susto, sostiene: “Hay comunidades indígenas altamente estresadas, donde deje ya los sustos típicos, que la víbora, el perro negro que salió de noche, el toro, la caída del caballo, no, no, los sustos nuevos: La Policía Federal, el narco… Mi conclusión es que hay una idea urbana de la psicología.” Explica que hay quienes piensan que en el campo no puede haber estrés porque “hay pajaritos y ríos”, cuando en realidad estos están contaminados; luego el fenómeno de la migración hace que muchas familias no sepan de su gente por meses, cuando además se conocen noticias sobre los asesinatos o secuestros de migrantes. “Ahora pensemos en Ayotzinapa y en la salud mental de esas poblaciones en este momento, en donde hasta las palabras que usa el Estado: ‘desaparecidos’, ‘secuestrados’ o ‘muertos’, pesan de una forma distinta en la psicología: Desaparecidos… ¿habrá chance de qué aparezcan?; o secuestrados… ¿y la incógnita, la incertidumbre?. Y no queremos pensar en que están muertos.” Sobre esto último califica como sintomática la reacción negativa que produjeron las declaraciones del luchador social Alejandro Solalinde, cuando dijo que los estudiantes normalistas estaban muertos: “No, no queremos que estén muertos, no queremos escucharle. Es un asunto de una gran complejidad. Más allá de los problemas judiciales o penales, hay que reflexionar el efecto de este tipo de cosas. Si la mamá del estudiante normalista se vuelve loca, no nos debería extrañar. No nos deberá extrañar un brote psicótico, porque las circunstancias están puestas para eso.”

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