Nomeolvides de Fito Páez a México
MÉXICO, DF (proceso.com.mx).- Cierto: Gustavo Ceratti murió; pero no el rock argentino según pudo comprobar el penúltimo concierto en México del Teatro Metropólitan el dador de intimidades pianísticas Fito Páez, quien lleno de pila contagió con poética rítmica a un público danzarín que coreó las rolas del rosarino durante casi dos horas, hasta la despedida final de “Mariposa Tecnicolor”:
Llevo la voz cantante, llevo la luz del tren.
Llevo un destino errante,
Cuando me fui nunca me alejé…
El momento sublime del recital ocurrió cuando Fito Páez, tras “Ciudad de pobres (En esta puta ciudad)” unió su granito de arena a este México lindo y qué herido por la violencia, en clara alusión a Ayotzinapa con la declaratoria propia (“por todos los desaparecidos en este país”), y largó su esperanza:
¿Quién dijo que todo está perdido?
Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Sin pantallas de video, juegos pirotécnicos ni parafernalia escénica alucinante, el centro del espectáculo fue un artista con gran contacto visual con los asistentes, cambiando de vestuario hasta tres veces.
Primero, abre en ritual “Cadáver exquisito” al piano, con saco de terciopelo, corbata (¡sí!) y zapatos de charol negros.
Vengo de un barrio tan mezquino y criminal…
La estupidez del mundo nunca pudo,
ni nunca podrá arrebatar la sensualidad.
“¡Buenas noches, México! No sé vos, pero yo te amo.” 30 años después, apunta, un bandoneón resonga en la callada mistonga de “Giros”, con el poema aquel de Enrique Maroni:
Tango que me hiciste mal
y que sin embargo quiero,
porque sós el mensajero
del alma del arrabal.
Son dos cantantes las que hacen fuerte a Fito Páez en la voz femenina. Se disculpa por no haber traído a su invitado especial, el brasileriño Paulinho Moska con quien registrara su reciente álbum Locura total (Sony Music 2015), como prometió. “Hermanos”, de pegajoso coral pop alegra la ausencia:
Y si el infierno te quemó…
Y si la noche se llevó toda su emoción…
Yo siempre estaré aquí,
yo soy tu hermano del amor.
La gira de Fito Páez llega a su fin.
Insiste en ello, el domingo 8 será su despedida en el Metropólitan, aunque luce divertido, satisfecho, fuera de melancolías porque “me siento como en casa ya aquí en México…” Arranca “Muchacha”, al borde lagrimón del álbum Rock’n’Roll Revolution (Sony Music 2014), pero aguanta maduro:
Lo querrás, jugarás con él,
pero yo conozco tu alma.
Yo ya sé que te falta recorrer
muy largo camino, muchacha...
El segundo paseo da paso a transformación de vestuario.
Si bien previamente el flacucho Fito se agasajó en el teclado con arpegios enamorados, lentos, arrastraditos, y ni aún así la mayoría del público de pie se achicó en sus butacas, es hora de la montaña rusa. Troca a una lira eléctrica que apenas la suena con el adorno de su plumilla, montado en el pobre piano oscuro como exhibición de rock star demasiado joven para morir: pantalones y saquete blanco más botines puntiagudos, en parodia al Elvis Presley de los setentas, sin capa, para la pureza fonqui de “Circo beat” (1994).
Hará flashback a su musa y ex esposa de los noventas, Cecilia Roth, con quien tuvo un hijo, tornando a la cinta de Pedro Almodóvar Laberintos de pasiones, tan cara a su piel. La gente reza alaridos de una favorita:
Todo lo que diga está de más,
las luces siempre encienden en el alma
y cuando me pierdo en la ciudad,
vos ya sabés comprender.
Es sólo un rato, no más,
tendría que llorar o salir a matar.
Te vi, te vi, te vi.
Yo no buscaba nadie y te vi.
La religiosidad de Fito no pasa inadvertida, con guiños al Spinetta adolescente del grupo Alondra de “Muchacha ojos de papel”:
Dios santo, ¡qué bello abril!
Nos pasan tantas cosas en la vida,
que si aparece el sol hay que dejarlo pasar.
Abril otra vez, para que no tengamos soledad.
Y también, él mismo se entrega en una de sus predilectas: “Nadie puede vivir sin amor”. El reloj marca la retirada y a gritos europeizantes de “¡E, o, e e o… Fito, Fito!”, Rodolfo Páez Ávalos (13 de marzo de 1963) regresa para el encore en tiempo extra, tercer acto y final. Es un ciudadano de la calle, pueblerino casual y de tenis
Sólo que Cristo sigue allí en la cruz…
Pero más allá de cómo hay versos suyos que han logrado adaptarse al espíritu universal de las gargantas de los fans (no los acaramelamientos urbanos embarrando viejos temas de amores que nos atrapan de miel), quizás la trascendencia de Fito en nuestros corazones apunte a que hay algo muy humano y más extenso que un simple encanto de show entertainement.
El performer puede cambiar de papel, pero su alma permanece. Fito Páez no ha dejado atrás otros fantasmas de sangre. Uno, sin duda, fue la tristeza que le provocó el asesinato de sus “abuelas” en noviembre de 1986.
Igual, tal vez sea probable que hace más de una semana, cuando dijo a Proceso que él es un artista de simpatía política a la izquierda, refrescara en su memoria la época posterior de aquel crimen, siendo invitado por Pablo Milanés a Cuba, y en 1993 ya en la isla, sostuvo su credo:
“A cada pusilánime que habla mal de Cuba, yo le pagaría el pasaje para que fuera a verla y se mezclara con la gente, porque nadie hablaría mal si conociese que en Cuba se defienden los valores humanos ya olvidados en el mundo.”
Adora a Fidel Castro, conforme manifestó a su biógrafo Horacio Vargas en Fito Páez: La vida después de la vida:
“Es una persona con una nobleza increíble. Defendiendo su idea a toda costa y aunque le pese a todo el puto mundo occidental.”
De ahí la referencia a Ayotzinapa. Fito no olvida. Nosotros tampoco.