La generosidad de Raquel Tibol

martes, 3 de marzo de 2015 · 21:09
MÉXICO, D.F. (apro).- Si en el medio de las artes plásticas se esperaba y temía el famoso “tibolazo” de cada semana, llegar a la redacción de Proceso y escuchar el mensaje “te llamó Raquel Tibol” no era menos temible, aunque me dejaba la satisfacción de pensar que había leído mi texto y estaba presta a hacer un comentario --así fuese devastador--, una aclaración con o sin regaño, o alguna sugerencia. “¿Usted no leyó mi reportaje sobre el lugar de nacimiento de Siqueiros?”, me increpó por teléfono uno de esos lunes, cuando la llamé. Esa semana publiqué un texto en el cual, de manera mecánica, por costumbre, volví a escribir la frase hecha: “el pintor nacido en Santa Rosalía, Chihuahua”, siendo que el 30 de mayo de 2004, Raquel Tibol informó que, en realidad, David Alfaro Siqueiros nació en la calle de Arcos de Belén 30, en la Ciudad de México, el 29 de diciembre de 1896. No importaba si era para hacer que yo reconociera un error o para dar un consejo, sus comentarios siempre fueron magistrales. Raquel Tibol siguió los reportajes publicados en torno a un asunto que llegó a ser investigado por el FBI: La falsificación de obras de Siqueiros. Enseguida consideró que las entrevistas con los posibles involucrados eran casi exculpatorias. Con enojo me señaló: “Usted debería ir a pararse a la casa de dónde sacan los cuadros falsos, para que se dé cuenta”. De inmediato se autocorrigió y comentó que ciertamente eso no probaría nada, entonces sugirió nombres y hasta aportó teléfonos para que la investigación del semanario pudiera seguir su curso. Y afirmó sin tapujos: “El INBA tiene la culpa de todo e incluso me han dicho que saben que la mayoría de los falsos se hacen en un taller que está en el estado de Michoacán. Lo importante es poner las cosas en su sitio. Que se actúe en México igual que en otros países. El juicio contra Adriana (Siqueiros) es de un particular, no de una institución. Adriana da certificados a pasto y el INBA no la para y tendría derecho a pararla”. A la generosidad de Raquel Tibol debo dos portadas en Proceso, aunque no habrían sido posibles sin la espléndida obra de José Clemente Orozco. Tras los ataques a las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, del 11 de septiembre de 2001, la crítica de arte llamó la noche del jueves –cuando es el cierre de edición-- a Armando Ponce, editor de Cultura, para comentarle del cuadro “Los Muertos” del pintor jalisciense. Los edificios partidos por la mitad con los fierros de su estructuras retorcidos en una hecatombe, le parecían la portada ideal para hablar del suceso, antes que repetir las muchas fotos que había en todos los medios con los edificios incendiándose o con la gente saltando por sus ventanas. Pero habría que conocer la historia de ese cuadro. Ponce me turnó el asunto y Tibol me sugirió hablar con el historiador de arte Renato González Mello, actual director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y curador del Museo de Arte Carrillo Gil, poseedor de la obra en cuestión. Años más tarde, cuando parecía abrirse la posibilidad de enjuiciar al expresidente Luis Echeverría como responsable de más de 500 crímenes y desapariciones forzadas durante la guerra sucia de los años setenta, Tibol me llamó una tarde: “Vaya a ver los murales de Orozco en el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación”. De nuevo una obra de Orozco, esta vez sobre la justicia ciega y tratada como prostituta, era la portada ideal para el asunto. Ella misma contó la historia y me sugirió la consulta de los escritos de Justino Fernández. El 31 de julio de 2005 se publicó el texto “De Orozco, la crítica más dura al Poder Judicial”. Orozco no se equivocó al plasmar en los murales la visión de una justicia selectiva. Al final Echeverría quedó exonerado, aunque su obra no llegó a la portada en esa ocasión, sino hasta diciembre del año siguiente con el encabezado: “La corte de Azuela, justicia bandida”. El texto sobre los murales en la SCJN se tituló entonces “La matrona dormida”. Raquel Tibol pudo escribir ambos textos pues conocía perfectamente la historia de los murales, cómo fue contratado Orozco, cómo escandalizó a los magistrados que prefirieron suspender los trabajos y cómo él, que ya había recibido el pago por anticipado, se negó a abandonarlos y optó por terminar lo pagado en la iglesia de Jesús de Nazareno, ubicada en la avenida 20 de noviembre. Sin embargo, ella me concedió el gusto de hacerlo en un acto de enorme generosidad.

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