Recoge libro idea del inframundo entre nahuas de Huauchinango, Puebla

sábado, 25 de abril de 2015 · 22:01
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- El inframundo nahua a través de su narrativa, un trabajo a varias voces, colectivo, pero estudiado y coordinado por el etnólogo Iván Pérez Téllez, es una de las novedades editoriales que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) presenta en el marco de La Fiesta del Libro y la Rosa. Siglos de catolicismo practicante no arrancaron de raíz la manera profunda en que los descendientes de los pueblos nativos de lo que hoy es México conciben la vida y la muerte. En particular, los nahuas de Puebla consideran que los muertos tienen existencia; estos conceptos que los pobladores de Cuacuila, en Huauchinango, mantienen sobre elMiktlan se compendian en un libro de reciente publicación. Pérez Téllez recuerda que su encuentro con esta comunidad, Cuacuila, se remonta hace 15 años, cuando llegó aún siendo estudiante, pues el lugar siempre ha tenido fama por el trabajo de sus curanderos. “En ese tiempo era inexperto, con las herramientas de mi disciplina poco afianzadas, y tenía más optimismo que documentación sobre los nahuas serranos. No obstante, las charlas que sostuve con distintas personas en Cuacuila daban paso a conocer tanto la cultura nahua como su narrativa; ésta terminó siendo el centro de mis intereses, en particular los aspectos referidos al inframundo”. Poco a poco, en sus afanes de investigación, Iván Pérez fue acercándose a los rituales que acompañan el deceso de una persona nahua, así como a los relatos que permitían comprender la parafernalia que se dispone para el Día de Todos Santos. “Quedé sorprendido ante el esfuerzo invertido por los familiares para que el tonalli (alma) del difunto se integre de buena manera al Miktlan(mundo de los muertos) y no afecte a sus familiares o a la demás gente del pueblo. En resumen, me enteré de que realizan cinco procedimientos rituales, entre vernáculos y católicos, con motivo de una defunción”. Si bien los nahuas de Cuacuila cumplen con las ceremonias funerarias que indica el catolicismo —la velación y sepultura del difunto, el novenario, la “levantada de la cruz” y el cabo de año (oficio religioso que se realiza un año después de la muerte de la persona)—, los ritos “vernáculos”, como explica el etnólogo, obedecen a una lógica distinta cuya raigambre procede de la Mesoamérica prehispánica. Uno de los aspectos que más llamó la atención del investigador del INAH es la presencia constante y abundante de comida en toda esta ritualidad, desde que el cadáver es tendido, en su entierro y los rezos posteriores. Esto también se observa en Todos Santos, “cuando colocan en el altar elchikiwitl (cesto), huaraches, prendas de vestir y comida, para que sus muertos partan con ellos de regreso a su morada”. “Parece claro que para los nahuas la vida de los humanos no termina con la muerte, es más, es posible afirmar que los nahuas siguen existiendo después de que la envoltura corporal ha muerto. Para ellos, los difuntos tienen una existencia paralela y especular [semejante a un espejo] en un espacio-tiempo que les es propio: se trata de okse tlaltikpak, otra tierra, otro mundo”, detalla. La mitad del libro El inframundo nahua a través de su narrativa recoge 16 relatos de hombres y mujeres nahuas de Cuacuila. Ellos narran desde qué sucede con aquellos que no quieren participar en Todos Santos, cómo es el Miktlan y los animales que ahí se encuentran, qué se debe llevar al llegar, hasta qué otros destinos post mórtem aguardan a los nahuas. Por ejemplo, don José Mata comenta que a los chamanes “los llevan directamente los que truenan, los que relampaguean, los que juegan, los que como ahora vienen con la neblina y tú los andas acompañando. Haga de cuenta como si todavía sigues trabajando con ellos. Te van a llevar allá al cielo, a los cerros”. En estos relatos se mencionan tres lugares en el Tlalitek (“en el vientre de la tierra”): el Miktlan, el Tlalokan y el Akpateko. Mientras, la morada de los humanos es el Tlaltikpak que quiere decir “encima de la tierra”. De acuerdo con el autor del libro, de Miktlan retornan los ancestros cada año para asistir a la festividad de mihkailwitl y hacia allá se dirigen cuando mueren en el mundo humano, cuando se mudan de Tlaltikpak. “Es un devenir constante, una interacción entre estos dos mundos que termina por estructurar una relación singular entre los nahuas y sus muertos, entre los humanos y los no-humanos”. Es decir, “en la ontología nahua no existe una compresión biológica de la muerte, sino que se le considera un proceso más que un hecho dado, acaso igual que la vida”, concluyó.

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