"Lobos de Manhattan": La libertad del encierro

miércoles, 2 de septiembre de 2015 · 17:45
MÉXICO, D.F. (apro).- Seis jóvenes de apariencia sospechosa caminan por Nueva York, visten gabardina negra, sombrero y lentes oscuros... Es esta escena la que llamó la atención de Crystal Mocell, quien de inmediato hizo contacto con los hermanos Angulo sólo para darse cuenta de que había encontrado el tema de su próxima película. Lobos de Manhattan (The Wolfpack, EU-2015), es un documental fascinante: por un lado nos presenta una historia conmovedora de "sobrevivencia", y a la vez otra familiar, perturbadora. Todo gira en torno a esos seis adolescentes que vivieron encerrados prácticamente toda su vida en la casa de sus padres. Resulta que el señor Angulo (de origen peruano), enajenado con la filosofía Hare Krishna, decidió que la socialización --así como estaba planteada en la sociedad estadunidense-- esclavizaba al ser humano, al igual que el trabajo. Así pues, decidió que él y su familia vivirían en una comunidad cerrada y comerían gracias al dinero de la asistencia social. Los señores Angulo sólo salían por comida o por alguna situación estrictamente necesaria. Afortunadamente, la madre de los muchachos de origen estadunidense, maestra de escuela, pudo darle una buena educación a sus hijos. Los muchachos la complementaron a través a la música --su padre decía que un contrato con una disquera era la única forma aceptable de colaboración con la sociedad-- y del cine. De hecho, gracias a este último pudieron conocer el mundo exterior y, de alguna manera, mantener un poco de sanidad mental. Los hermanos Angulo pasaban horas y horas pegados a la televisión viendo películas clásicas del cine estadunidense, desde Ciudadano Kane, pasando por Lawrence de Arabia, Pulp Fiction hasta El señor de los anillos y la nueva trilogía de Batman. Y la cosa no paraba ahí, los chicos se organizaban como si fueran profesionales cineastas para recrear, con los recursos que tenían a la mano, escenas de sus películas favoritas. Al escuchar los argumentos del padre que justifican el encierro de la familia, no puede uno más que horrorizarse. Sin embargo, por momentos, hay algo de verdad en sus declaraciones: el sistema no es lo que debiera ser, es un sistema salvaje y violento que muchas veces oprime al individuo. Pero es sumamente claro que el señor Angulo se pasó de la raya. Por momentos, hay conducta violenta del padre hacia la madre, si bien no se habla de abuso físico hacia los pequeños. Resulta conmovedor el momento en que los muchachos relatan sus experiencias con el mundo exterior, en un principio algo traumáticas --como lo es el nacimiento de un niño cuando se enfrenta a una sobreestimulación externa--, pero posteriormente, un verdadero renacimiento, un descubrir constante. Hasta antes del documental, los chicos tenían permitido salir un par de veces al año. Cuando rompen el cautiverio, es cuando uno sonríe, porque sabe que existe un halo de esperanza para que los chicos puedan vivir una vida plena. Como espectador, uno es capaz de sentir el alivio y la magia que deviene a través de la capacidad de asombro. Para uno, el cine es el descubrimiento de que existe otro mundo. Para los chicos Angulo, la cosa fue al revés: ellos descubrieron el cine primero. Al final, no se puede evitar preguntar si sobrevivirán en el mundo exterior, y aunque es preferible la libertad al encierro, la voz del señor Angulo queda por ahí metida, sembrando la semilla de la duda: ¿Vivimos en el mejor de los mundos posibles? Finalmente, la vida real no es como las películas que los hermanos Angulo han recreado una y otra vez.

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