Eraclio Zepeda en Poesía en movimiento
MÉXICO, D.F. (apro).- En el prólogo a Poesía en movimiento (1966), la antología preparada por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis (Siglo XXI Editores, 1966), el poeta Octavio Paz explica cómo aplicó el I Ching o libro de las mutaciones a la obra de los poetas más representativos. El siguiente es un fragmento acerca del grupo “La espiga amotinada”, conformada por los chiapanecos Juan Bañuelos, Jaime Labastida, Oscar Oliva, Jaime Augusto Shelley y Eraclio Zepeda, y se reproduce en ocasión del fallecimiento de este último, ocurrido el jueves 17, cuando el autor de Benzulul tenía 78 años.
Juego
En 1960 apareció un libro, La espiga amotinada, que era la presentación colectiva de cinco jóvenes: Juan Bañuelos, Oscar Oliva, Jaime Augusto Shelley, Eraclio Zepeda y Jaime Labastida. El prólogo lo firmaba el poeta catalán Agustí Bartra, guía y amigo de estos muchachos. El título del libro era romántico y un poco retórico. Los poemas también lo eran. La actitud del grupo pareció exagerada. Paso por alto la retórica y me quedo con el romanticismo y la exageración.
A este libro siguió otro: Ocupación de la palabra (1965). Sin someterse a los necios preceptos del “realismo socialista”, los cinco han declarado que para ellos el ejercicio de la poesía es inseparable del cambio de la sociedad. Esta pretensión, en la segunda mitad del siglo XX, puede hacer sonreír. Por mi parte creo que, inclusive si se estrellan contra el famoso muro de la historia, pensar y obrar así es un punto de honra para cualquier poeta y más si es joven. Al proclamar su voluntad de unir el acto y la palabra, el grupo volvió a la actitud de Taller, sólo que con mayor lucidez y osadía poética.
Este regreso fue, además y sobre todo, un retorno al verdadero origen del movimiento poético moderno. Doble tradición: una va del surrealismo, por la vía de Rimbaud, hasta los románticos alemanes y Blake; la otra va de Marx por el puente de Fourier, hasta Rousseau y su complemento contradictorio: Sade. Es la tradición del comienzo, el principio del principio que ha inspirado a la poesía moderna desde el fin del siglo XVIII: la ambición de construir una “sociedad poética” (comunista y libertaria) y una “poesía práctica” (como los ritos, los juegos y las fiestas).
Así pues, el modelo que refleja la situación de este grupo dentro de la joven poesía mexicana, es el Primer cielo u Orden primordial. Como el grupo está compuesto por cinco poetas, la simetría parece romperse. No es así. Al leerlos advertí que en Jaime Augusto Shelley --sin que esto implique el menor juicio sobre sus lealtades políticas y amistosas-- el gusto por la experimentación es mayor que la voluntad del testimonio. No repruebo esa inclinación (la aplaudo) pero creo que esto separa un poco a Jaime Augusto de sus compañeros.
El signo que corresponde a Bañuelos es el Trueno, sólo que ahora en relación de antagonismo complementario con el Viento: Oliva. Otra diferencia: aquí el Trueno no nace arriba: brota de la tierra. Es una protesta de abajo. El Viento la recoge y la extiende. La unión de estos dos signos produce el de Aumento. Este último encierra la idea de crecimiento, progenie, propagación (palabra que se codea con propaganda). Trueno y Viento: la imagen de la violencia con que irrumpió el grupo y, asimismo, advertencia contra las facilidades del proselitismo y la elocuencia. Como la de Montes de Oca, la poesía de Bañuelos es poderosa pero su peligro no es la dispersión sino el ruido: la retórica de la fuerza. La poesía de Oliva me recuerda a veces la de Éluard, no por el erotismo sino por la limpidez: edificios verbales hechos de aire. Si Bañuelos tiende al énfasis, Oliva en ocasiones se evapora. Trueno y Viento se complementan y se oponen: el primeo es movimiento que se difunde; el segundo es movimiento que penetra. Uno es un círculo en expansión; el otro, una flecha que se aguza.
La otra pareja es Montaña y Lago. La primera y única vez que vi a Eraclio Zepeda me pareció, en efecto, una montaña. Si se reía, la casa temblaba; si se quedaba quieto veía nubes sobre su cabeza. Es la quietud, no la inmovilidad. Un signo fuerte: la tierra áspera que esconde tesoros y dragones. El lugar donde viven los muertos y los vivos guerrean. Uno de los mejores poemas de Zepeda es Asela: el hombre que mira a la mujer tendida, el monte frente al mar extendido. Labastida es el Lago, el depósito de agua: en su fondo se encuentran muchas cosas --quizás las que perdimos en la infancia--. El Trueno proclama, el Viento propaga, la Montaña defiende: el Lago recoge a los elementos. Aunque la poesía de Labastida no es reflexiva como la de Pacheco, sí tiende a verterse en formas estables. Montaña y Lago se unen en un signo contrario al de Bañuelos y Oliva: Disminución. El Lago mina a la Montaña y ésta inmoviliza al Lago. Los riesgos: desmoronarse y estancarse. El remedio: que el agua corra, que el monte se levante. Doble movimiento: el agua, horizontal; el cerro, hacia arriba. Disminución no es un signo malo (no hay signos malos ni buenos): es lo contrario de Aumento. La influencia de Disminución corregiría los inútiles excesos de Aumento y éste fortalecería a aquél.
El movimiento está representado por Bañuelos y Oliva; el elemento estático por Zepeda y Labastida. Bañuelos tiende a las formas fijas (extraña nostalgia del ocelote por la jaula); Oliva, el más inventivo y amante de la experimentación entre los cuatro, aún no encuentra una forma; la tentación de Zepeda es la fuerza inmóvil, la pesadez; Labastida puede secarse. Los cuatro, al lado de muchos gritos y puñetazos, han dado a nuestra poesía joven algo que le faltaba: la rabia.