Mozart para todos, "Requiem" en el Parque Hidalgo

miércoles, 9 de noviembre de 2016 · 12:40
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Requiem aeternam dona eis, domines, et lux perpetua luceat eis” (Señor, dales el descanso eterno y que la luz perpetua los ilumine). La plegaria brota del coro de 20 voces y cuatro solistas que, por primera vez en la historia, presentan al aire libre y con acceso para todos, en el Parque Hidalgo de la delegación Azcapotzalco, el maravilloso Requiem de Mozart, para dar inicio a las festividades tradicionales del Día de Muertos en la localidad. Compuesta en apenas unos cuantos meses, esta cumbre de la música universal de todos los tiempos tiene una historia por demás interesante que, con unos cuantos cambios, fue conocida por el gran público a través de la película que conquistó a todos, Amadeus. En ella se ilustra cómo un personaje misterioso, con el ancho sombrero calado hasta los ojos y embozado, llega hasta la casa del Divino Mozart para encargarle una misa de difuntos, una misa para un ritual litúrgico mortuorio, es decir, un Requiem, que en latín significa descanso, que es lo que se pide, suplica en la primera palabra de esta obra extraordinaria. La historia, no sólo la película, nos cuenta que Mozart consideró a ese enviado como venido del más allá y que el encargo era para celebrar su propia muerte. El misterio, sin embargo, ha sido ahora develado y se sabe que el mensajero era un enviado del conde Franz von Walseg, un aristócrata que quería esa obra para hacerla pasar como suya en ocasión de la muerte de su esposa. Esa revelación, empero, no llegó a tiempo al gran compositor, quien murió creyendo su propia versión. No obstante, ya gravemente enfermo, siguió trabajando en ella, e inclusive a pocas horas de su muerte –ocurrida el 5 de diciembre de 1791–, puso las postreras notas a la Lacrimosa (lagrimosa), que fueron las últimas que alcanzó a escribir. El resto de la obra, sobre notas del propio genio de Salzburgo, la escribió su discípulo Franz Xaver Süssmayr. El Requiem, como misa católica que es, está dividido en ocho grandes partes: I) Introitus (coro y soprano); II) Kyrie (coro); III) Secuentia, dividida a su vez en seis partes: Dies Irae (coro), Tuba Mirum (Bajo, cuarteto y coro); Rex Tremendae (coro), Recordare (cuarteto), Confutatis (coro) y Lacrimosa (coro); IV) Ofertorium, en dos partes: Domine Jesu Christe (coro) y Hostias et Preces (coro); V) Sanctus (coro); VI Benedictus (cuarteto); VII Agnus Dei (coro); y VIII Communio (coro y soprano) que recoge la plegaria del inicio: Señor, dales el descanso eterno y que la luz perpetua los ilumine para toda la eternidad. La música abarcó todo el espacio, el Coro Voz Eterna, los cuatro solistas: Nora Cervantes (soprano), Brenda Iglesias (contralto), Edson Cornejo (barítono) y Habib Gama (tenor), cuatro muy jóvenes y valiosas voces acompañadas al piano por el también joven Eduardo Vera, dirigidos por David González Molina, que alcanzaron lo que toda manifestación de arte debe lograr cuando lo es de veras, la Comunión. En este caso, con un público de cientos de escuchas que, en su mayoría, nunca antes habían escuchado, ya no el Requiem, sino una obra como ésta. A dos años de la muerte de Mozart, su bellísimo Requiem fue estrenado en Viena el 2 de enero de 1793.

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