Batman vs Superman: dictadura y democracia

jueves, 24 de marzo de 2016 · 12:48
MONTERREY, (apro).- Batman vs. Superman: El origen de la justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice) es una destructiva batalla de egos entre dos de las más grandes figuras históricas del universo de superhéroes. DC Comics juntó, en lo que parece ser una idea genial e inevitable, a sus dos principales franquicias, pero con un extraño giro: hizo competir a los próceres, con el propósito de demostrar que uno de ellos actuaba en el lado equivocado de la ley. Sus altanerías no cabían, simultáneamente, en un mismo planeta. Con un inmenso presupuesto, que tiene como propósito devorar la taquilla de todo el año, el proyecto es entregado a Zach Znyder, un estilista visual que, hace una década, había asombrado al mundo con 300 y quien, anteriormente, le había dado un enfoque interesante al mito de El Hombre de Acero, pero sin conseguir anclarlo en el gusto de los fans. Ben Affleck es Batman / Bruce Wayne y Henry Cavill es Superman / Clark Kent. Los dos juegan un derby y aunque se reconocen como elementos saludables para la justicia del planeta, en el fondo se repelen. Los superhéroes también sufren celos. En este caso es Wayne quien se siente afectado por el arribo de Superman a la escena. El murciélago era un prohombre, que libraba del mal al mundo. Sin embargo, para su mala fortuna, aparece volando un ser indestructible en capa roja. Puede todo y no rinde cuentas. Hace, exactamente, la función de un dios. El escritor David S. Goyer plantea, en esta odisea dúplice, un nuevo universo, en el que los ciudadanos finalmente cuestionan a sus héroes. Existe una obvia referencia panfletaria hacia el riesgo de la tiranía, en manos de un poder absoluto. Sin embargo, en su universo fantástico, la verosimilitud es víctima de autosabotaje: el mundo finalmente abre los ojos y se cuestiona si el inmigrante de Kriptón goza de demasiada autonomía. En un entorno democrático, nadie debe actuar con absoluto albedrío, como él. Sin embargo, es un Señor Justicia, como un noble dictador, que impone la ley en una aldea de salvajes, y no en un sistema de libertad, donde la mayoría impone, ordenadamente, a sus líderes. El razonamiento suena bastante centrado, aunque el escritor parece olvidar que la historia es de un tipo que vuela, que viene de otro planeta y que puede sostener un cohete espacial con sus manos. Quién sabe si es sensato llamar a la cordura en medio del realismo mágico. En el extremo, se rompe una regla no escrita entre los superhéroes con disfraz: por lo general, se mueven en escenarios tan insólitos como ellos, entre explosiones, naves voladoras y antagonistas de porte extraño. Es incómodo ver a Superman como un ciudadano más, enfundado en el traje azul, como un muñeco de cuerpo perfecto, caminando a plena luz del día, entre políticos trajeados en una sala del Capitolio. Luce como un payaso que no provoca risa, solamente porque se le teme. Con un elevado cuestionamiento hacia las instituciones y el orden, la pelea entre el héroe de Ciudad Gótica y el tipo de la capa roja, deriva hacia un juicio político. Sin embargo, las deliberaciones filosóficas y sociológicas, mueven a los personajes por una narración dispersa y caótica. Hay interesantes cuestionamientos, con brillantes diálogos, aunque la pirotecnia acapara toda la atención. Znyder sobrecarga la atmósfera con deslumbrantes efectos CGI. El espectáculo visual se coloca muy por encima de la historia. Aunque hay buenas actuaciones, las dilatadas subtramas consumen demasiado tiempo, y trompican el tracto narrativo, que se mueve lento en el inicio. En un arranque de deshonestidad, se insertan algunas escenas, de contenido artificioso, que buscan, únicamente, provocar sobresaltos, en medio de la monotonía. La película es de Cavill. Aunque nunca se ha destacado como un actor con resortes, aquí consigue hilar algunos rictus, para entregar una interpretación conmovedora como el atormentado extranjero que no consigue instaurar la paz, y como el sigiloso reportero que soporta, estoico, los reproches apabullantes de su caricaturizado editor. Affleck funciona mejor como Wayne que como Batman. De físico inflado, se ve lento y corpulento. Legatario de Christian Bale, el mejor Caballero de la Noche de la historia, apenas supera la prueba, en medio de mediocres coreografías de combate personal. De la esperada colisión entre los dos colosos hay muy poco. Su confrontación es más ideológica que física. Alexander Luthor parece una decisión acertada con Jesse Eisenberg, nervioso como un conejo, pero con un arrojo suicida que consigue postrar a toda la ciudad, incluidos los superhéroes. Gal Gadot, poco conocida, deberá demostrar, en futuras entregas, si es una digna Mujer Maravilla. Batman vs Superman es una aventura sombría que se toma demasiado en serio. Reflexiva y de temática novedosa, contrasta con el universo festivo de Marvel, en el que Iron Man, Capitán América y compañía, siguen rutinarias aventuras que únicamente generan delicia. Al final, queda la lección de que todos los superhéroes son unos vándalos a gran escala, que se ven forzados a destruir ciudades enteras para reinstaurar el orden. Y nadie pregunta por los daños colaterales, atrapados dentro de los edificios destruidos.

Comentarios