A 41 años de la Conferencia Internacional de la Mujer en México

martes, 8 de marzo de 2016 · 22:06
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En 1975, justo este día hace 41 años, las Naciones Unidas celebraron el Día Internacional de la Mujer con un encuentro donde México fue sede y contó con la presencia de diversas mujeres de la política y los medios de comunicación, pero donde destacó la boliviana y luchadora social Domitila Barrios de Chungara (1937-2012). Madre de siete hijos y esposa de un minero, formó en 1952 parte del Comité de Amas de Casa del Distrito Minero del Siglo XX, a través del cual mostró liderazgo, y luego de manifestarse y dar a conocer el sufrimiento de los mineros de su país, fue reprimida, apresada y torturada por los militares en 1967, durante la llamada Masacre de San Juan, en tiempos de la dictadura de René Barrientos Ortuño. A pesar de lo sucedido siguió con ese movimiento, y como invitada llegó a México a la Conferencia del Año Internacional de la Mujer, en donde sobresalió por un llamado de la situación actual de su pueblo al denunciar que la carta magna de las Naciones Unidas estaba firmada por Bolivia pero aplicada a la burguesía. Pero el punto central fue que mientras las feministas estadunidenses defendían la independencia respecto del género masculino, Domitila planteaba la unidad con él debido a que su marido, un minero, era explotado y, por ende, su familia vivía en la pobreza. Además, tuvo enfrentamientos con la delegación mexicana. A raíz de ese encuentro, dos años después se publicó la primera edición del libro Si me permiten hablar… Testimonio de Domitila. Una mujer de las minas de Bolivia, de Moema Viezzer, calificado como de alto valor histórico para las nuevas generaciones por su carácter testimonial. En ese 1977 Barrios Chungara inició una huelga de hambre junto con otras cuatro mujeres mineras contra la dictadura de Hugo Bánzer Suárez, a la cual se unieron más de mil 500 personas en poco tiempo, que después se contaron por miles; con esa acción se logró derrocar al régimen militar, y en 1978 por primera vez en muchos años Bolivia vivió un momento democrático. Domitila se convirtió en una figura nacional, al grado de que el día en que falleció --el 13 de marzo de hace cuatro años--, Evo Morales, actual presidente de esa nación, decretó tres días de duelo, considerándola “una de las más importantes representantes de la lucha por la democracia en Bolivia”. Aquella histórica Conferencia Internacional de la Mujer, efectuada en 1975 en la Unidad de Congresos del Centro Médico Nacional, quedó registrada básicamente por el papel desempeñado por Domitila Barros, quien se presentó ataviada con la tradicional vestimenta indígena de chola con su típico sombrero. A continuación se ofrece un fragmento del apartado “En la tribuna del Año Internacional de la Mujer”, de la mencionada edición de Si me permiten hablar...: * * * En la Tribuna aprendí mucho también. Y en primer lugar, aprendí a valorizar más la sabiduría de mi pueblo. Allí, cada cual que se presentaba al micrófono decía: “Yo soy licenciada, represento a tal organización”... Y bla-bla-bla, echaba su intervención. “Yo soy maestra”, “Yo soy abogada”, “yo soy periodista”, decía otra. Y bla-bla-bla, empezaba a dar su opinión. Entonces yo me decía: “Aquí hay licenciadas, abogadas, maestras, periodistas que van a hablar. Y yo... ¿cómo me voy a meter?” Y me sentía un poco acomplejada, acobardada. E incluso no me animaba a hablar. Cuando por primera vez me presenté al micrófono frente a tantos títulos, como cenicienta me presenté y dije: “Bueno, yo soy la esposa de un trabajador minero de Bolivia”. Con un temor, todavía, ¿no? Y me animé a plantear los problemas que estaban siendo discutidos ahí. Porque esa era mi obligación. Y los he planteado para que todo el mundo nos escuche a través de la tribuna. Esto me llevó a tener una discusión con la Betty Friedman, que es la gran líder feminista de Estados Unidos. Ella y su grupo habían propuesto algunos puntos de enmienda al Plan Mundial de Acción. Pero eran planteamientos sobre todo feministas y nosotras no concordamos con ellos porque no abordaban algunos problemas que son fundamentales para nosotras, las latinoamericanas. La Friedman nos invitó a seguirla. Pidió que nosotras dejáramos nuestra “actividad belicista”, que estábamos siendo “manejadas por los hombres”, que “solamente en política” pensábamos e incluso ignorábamos por completo los asuntos femeninos, “como hace la delegación boliviana, por ejemplo”--dijo ella--. Entonces yo pedí la palabra. Pero no me la dieron. Y bueno, yo me paré y dije: --Perdonen ustedes que esta tribuna yo la convierta en un mercado. Pero fui mencionada y tengo que defenderme. Miren que he sido invitada a la tribuna para hablar sobre los derechos de la mujer, y en la invitación que me mandaron estaba también el documento aprobado por las Naciones Unidas y que es su carta magna, donde se reconoce a la mujer el derecho a participar, a organizarse. Y Bolivia firmó esta carta, pero en la realidad no la aplica sino a la burguesía. Y así, seguía yo exponiendo. Y una señora, que era la presidente de una delegación mexicana, se acercó a mí. Ella quería aplicarme a su manera el lema de la Tribuna del Año Internacional de la Mujer que era “Igualdad, desarrollo y paz”. Y me decía: --Hablaremos de nosotras, señora... Nosotras somos mujeres. Mire, señora, olvídese usted del sufrimiento de su pueblo. Por un momento, olvídese de las masacres. Ya hemos hablado bastante de esto. Ya la hemos escuchado bastante. Hablaremos de nosotras... de usted y de mí... de la mujer, pues. Entonces le dije: --Muy bien, hablaremos de las dos. Pero, si me permite, voy a empezar. Señora, hace una semana que yo la conozco a usted. “Cada mañana usted llega con un traje diferente, y sin embargo, yo no. Cada día llega usted pintada y peinada como quien tiene tiempo de pasar en una peluquería bien elegante y puede gastar buena plata en eso; y, sin embargo, yo no. Yo veo que usted tiene cada tarde un chofer en un carro esperándola a la puerta de este local para recogerla a su casa; y, sin embargo, yo no. Y para presentarse aquí como se presenta, estoy segura de que usted vive en una vivienda bien elegante, en un barrio también elegante, ¿no? Y, sin embargo, nosotras las mujeres de los mineros, tenemos solamente una pequeña vivienda prestada y cuando se muere nuestro esposo o se enferma o lo retiran de la empresa, tenemos noventa días para abandonar la vivienda y estamos en la calle...” Ahora, señora, dígame: ¿tiene usted algo semejante a mi situación? ¿Tengo yo algo semejante a su situación de usted? Entonces, ¿de qué igualdad vamos a hablar entre nosotras? ¿Si usted y yo no nos parecemos, si usted y yo somos tan diferentes? Nosotras no podemos, en este momento, ser iguales, aun como mujeres, ¿no le parece?' Pero en aquel momento, bajó otra mexicana y me dijo: —Oiga usted: ¿qué quiere usted? Ella aquí es la líder de una delegación de México y tiene la preferencia. Además, nosotras aquí hemos sido muy benevolentes con usted, la hemos escuchado por la radio, por la televisión, por la prensa, en la Tribuna. Yo me he cansado de aplaudirle. A mí me dio mucha rabia que me dijera esto, porque me pareció que los problemas que yo planteaba servían entonces simplemente para volverme un personaje de teatro al cual se debía aplaudir... Sentí como si me estuvieran tratando de payaso. —Oiga, señora —le dije yo— ¿y quién le ha pedido sus aplausos a usted? Si con eso se resolvieran los problemas, manos no tuviera yo para aplaudir y no hubiera venido desde Bolivia a México, dejando a mis hijos, para hablar aquí de nuestros problemas. Guárdese sus aplausos para usted, porque yo he recibido los más hermosos de mi vida y ésos han sido los de las manos callosas de los mineros. Y tuvimos un altercado fuerte de palabras. Al final, me dijeron: —Ya que tanto se cree usted, súbase entonces a la tribuna. Me subí y hablé. Les hice ver que ellas no viven en el mundo que es el nuestro. Les hice ver que en Bolivia no se respetan los derechos humanos y se aplica lo que nosotros llamamos “la ley del embudo”: ancho para algunos, angosto para otros. Que aquellas damas que se organizan para jugar canasta y aplauden al gobierno tienen toda su garantía, todo su respaldo. Pero a las mujeres como nosotras, amas de casa, que nos organizamos para alzar a nuestros pueblos, nos apalean, nos persiguen. Todas esas cosas ellas no veían. No veían el sufrimiento de mi pueblo. . . no veían cómo nuestros compañeros están arrojando sus pulmones trozo más trozo, en charcos de sangre... No veían cómo nuestros hijos son desnutridos. Y claro, que ellas no sabían, como nosotras, lo que es levantarse a las cuatro de la mañana y acostarse a las 11 o 12 de la noche, solamente para dar cuenta del quehacer doméstico, debido a la falta de condiciones que tenemos nosotras. --Ustedes --les dije-- ¿qué van a saber de todo eso? Y entonces, para ustedes, la solución está con que hay que pelearle al hombre. Y ya, listo. Pero para nosotras no, no está en eso la principal solución. Cuando terminé de decir todo aquello, más bien impulsada por la rabia que tenía, me bajé. Y muchas mujeres vinieron tras de mí... y a la salida del salón, muchas estaban felices y me dijeron que más bien yo debía retornar a la tribuna y debía representar a las latinoamericanas en la tribuna.

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