CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Recordar por qué vale la pena vivir, o qué es lo que nos mantiene vivos, son las tantas sensaciones que la obra de teatro Puras cosas maravillosas nos provoca, y lleva a cuestionarnos el por qué una persona quisiera dejar de vivir.
Puras cosas maravillosas se mueve en una doble realidad: la del esfuerzo de un hijo por subrayar las cosas buenas que tiene la vida y la de una madre sumida en la depresión habiendo perdido las ganas de seguir viviendo. En este monólogo, protagonizado por Pablo Perroni en el Foro Lucerna, el punto de vista es el de un hombre que recuerda cuando tenía siete años y empezó a hacer una lista sobre las cosas que le hacían feliz; primero para darle motivos a su madre de no volver a intentar suicidarse y después para tratar de no caer en la misma depresión que ella.
El hilo conductor de la historia, escrita por el autor británico Duncan MacMillan y el actor Johnny Donahoe que la interpretaba, es la intención del personaje de hacer una lista sobre las cosas que le parecen maravillosas. Pasa por diferentes etapas de su vida y eso hace que vayan cambiando según la edad. Así, cuando era un niño de siete años, sus ilusiones eran un helado, las guerras de agua, el color amarillo y el ver la televisión hasta muy noche; en la adolescencia podría ser el primer beso, gente que se tropieza o naranjas jugosas; y en la madurez, la música de Ray Charles, las percusiones de una magnífica pieza de jazz, el sexo o bailar solo.
A lo largo de la obra vamos conociendo a un personaje que nos devela suavemente y sin aspavientos, sus momentos de quiebre, la relación con sus padres, el olvido de la lista, la depresión y el rompimiento con su pareja. La mezcla agridulce de las historias, donde se conjuga la realidad con las ilusiones, evita caer en lo melodramático o tremendista, pero también la idea de un mundo rosa con “puras cosas maravillosas”. Esa es la habilidad de la propuesta, la de contarnos una historia emotiva e imperfecta, pero con el impulso vital de buscar lo que nos hace querer seguir vivos. Es dolorosa la vida que presenciamos, pero la forma de plantearla y las situaciones que eligen subrayar, también nos provocan risas, ternura y optimismo.
La honestidad en el trabajo actoral de Pablo Perroni y la naturalidad con que se maneja en el escenario, permiten al espectador volverse su cómplice y acompañarlo en su recorrido emocional. El riesgo de eliminar la cuarta pared y entablar contacto directo con el público, es resuelto exitosamente tanto por el intérprete como por la dirección de Sebastián Sánchez Amunátegui. Durante la narración, el protagonista invita a uno que otro espectador a que colabore en su historia, a que sea el veterinario que duerme para siempre a su perro, o a su maestra que lo acompaña manipulando un perro calcetín, a su novia que conoce en la biblioteca o a su padre que dice el discurso del día de su boda. Las intervenciones fluyen sin tropiezos y el personaje continúa su historia en solitario. La cuarta pared está rota y el actor se dirige al público como un interlocutor con el que intima para contarle sus aventuras.
Sánchez Amunátegui despoja el escenario de cualquier aditamento, y con sólo una silla y una mochila hace que viva el personaje encarnado por Pablo Perroni y brillen sus historias a través del estímulo que genera en la imaginación de cada espectador. Transita por el espacio con ligereza y hasta recorre la butaquería buscando aprobación.
Puras cosas maravillosas es una historia conmovedora y divertida, que nos hace sonreír, pero también toca nuestro corazón dolorido. Martes 20:45 horas en el Foro Lucerna