"Amor mío", una pasión destructiva

viernes, 20 de mayo de 2016 · 11:22
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Mientras se recupera de un percance de ski en una clínica, Tony (Emmanuelle Bercot) rememora la impetuosa y frustrante relación amorosa con Giorgio (Vincent Cassel); en Amor mío (Mon roi; Francia, 2015), narrada en retrospectiva, la terapia de rehabilitación médica funciona como metáfora de reconstrucción de moral de una adicción amorosa, sobre todo si, como sugieren los médicos, el accidente ocurrió casi a propósito, un posible intento de suicidio. Actriz y realizadora, Maiwenn no rehúye el aspecto trivial de cualquier historia de amor que puede contarse, a estas alturas, en el cine; Tony es una abogada exitosa seducida por un adinerado hombre de negocios, exuberante e histriónico. La ecuación se ve clara: una mujer liberada e inteligente puede dejarse impresionar por un tipo que es pura apariencia; de poco sirve que el hermano menor de Tony (Louis Garrel) sospeche a las primeras de cambio que Giorgio es un farsante. A la directora no le preocupa despejar la incógnita de por qué su heroína se deja embaucar; es decir, cuál es la falla en ella misma que la relación refleja. Maiwenn concentra su talento en dirigir a sus actores y en conseguir que los lugares comunes del romance se sientan auténticos, parte de una historia totalmente singular. El tono que Vincent Cassel imprime a su Giorgio, apasionado y desbordado, al punto de provocar vergüenza ajena tanto a la novia como al público, logra que extravagancias como la de darle el aparato celular y arrancar en su Jaguar cuando ella le pide su teléfono, permanezcan en la memoria, aunque de manera incómoda. En una conferencia de prensa, Cassel confiesa su determinación por defender la posición masculina en el esquema de la realizadora; tampoco es fácil ser hombre, y menos aun en una historia de amor, asegura el actor. Es cierto que cada vez resulta más artificial hablar de un cine de hombre o de mujer, a menos que se trate de un filme militante, ya sea feminista o misógino; pero el comentario de Cassel delata el riesgo en el que se habría sentido de parecer un monigote engañador de mujeres. Bercot hace lo posible por asumir la adicción sentimental de su personaje, y evita a toda costa pasar por víctima; pero Tony, que se compra el numerito completo de casarse y tener un hijo con Giorgio, siente que nunca conoció en realidad a su rey, como proclama el título en francés de la película. Quizá lo que Cassel no resistió fue la idea de funcionar meramente como el objeto oscuro de un deseo femenino, una versión masculina de Betty Blue, impredecible e indescifrable. Las historias de pasión, de amour fou (“amor loco”) abundan en la cinematografía francesa; pese a sus arrebatos, a la intensidad de los encuentros sexuales, a las explosiones de violencia, Amor mio no cabe en ese género debido a la exigencia de coherencia de Tony en la construcción de su relación. La pasión sólo quiere someter a su objeto. Emmanuelle Bercot también es actriz y directora (la estupenda Con la frente en alto, por ejemplo); juntas prueban que un actor puede saltar de cualquier lado de la cámara, y hacerlo bien.

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