Los códices mesoamericanos, nuevo libro de Pablo Escalante

lunes, 30 de mayo de 2016 · 12:48
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Desde su llegada a Cozumel, los españoles se sintieron atraídos por los códices, aunque algunos arrasaron con ellos por considerar espantosas sus figuras; por ejemplo, los frailes se empeñaban en desterrar de raíz la idolatría y Hernán Cortés se afanaba en buscar información que le ayudara a trazar rutas de exploración y definir planes de ataque contra los indígenas. Así comienza Pablo Escalante Gonzalbo, doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), su libro Los códices mesoamericanos antes y después de la conquista española. Historia de un lenguaje pictográfico. Editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE), agrega que la obcecación con la cual los españoles quisieron deshacerse de esos testimonios escritos, no fue suficiente: “Toda esa torpe, furiosa o metódica destrucción no alcanzó para borrar los códices de la faz de la tierra. No ocurrió así porque los europeos también estaban interesados en la información que estos manuscritos contenían. “Primero, ya lo veíamos, porque no podían ignorar la utilidad estratégica de la información contenida en ellos, e inmediatamente después, porque entendieron que una gran cantidad de datos de índole genealógica, catastral, tributaria, podía conservarse y reproducirse utilizando aquellos libros y la pericia de los miles de artistas indios que sabían pintarlos en todas las provincias. “Incluso los códices de contenido religioso encontraron un camino de supervivencia. No solamente porque los sacerdotes indios los guardaran en el tapanco de sus casas para seguir recordando las fechas sagradas e instruyendo a los jóvenes --que también ocurrió-- sino porque los frailes mismos se dedicaron a la tarea de estudiar la religión y la cultura indígena, y para ello pidieron a sus colaboradores nativos que les mostraran y explicaran sus viejos manuscritos sagrados y que realizaran copias de ellos.” Llamados por fray Toribio de Benavente, Motolinia, los “libros antiguos de los naturales”, los códices dan pie a este amplio estudio, de 423 páginas, del académico del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, que se divide en doce apartados: I. El códice, la memoria y el lenguaje pictográfico, II. La tradición Mixteca-Puebla y los códices, III. Los antiguos códices del valle de México, IV. Los españoles y los libros de indios, V. Las nuevas imágenes y el aprendizaje de los oficios, VI. Los modelos y el grabado europeo en los códices del siglo XVI, VII. Dos tradiciones frente al cuerpo, VIII. Postura y movimiento, IX. Brazo derecho y mano izquierda, X. Los personajes hablan, XI. La expresión, la tristeza y el gozo; y XII. Los códices, el arte y la historia. Los apartados se dividen a su vez en distintos temas, entre los que pueden mencionarse El método de Donald Robertson, La cuestión del naturalismo nahua, Destrucción y ocultamiento de los códices, Los frailes y los códices, La enseñanza formal de los oficios, El grabado en las ilustraciones de Sahagún y Durán, Sumisión y acatamiento, El guerrero zurdo y la espalda, Cambio y permanencia, y Agonía de un lenguaje. En la obra se incluye una breve sección en la cual se consignan los códices que se consultaron y se mencionan en el volumen. Se explica cuándo se crearon y en dónde se resguardan. Entre ellos se cuenta el Calendario de Tovar, pintado hacia 1585 en el Valle de México, de la John Carter Brown Library; el Códice Azcatitlan, datado hacia el último tercio del siglo XVI, de la Biblioteca Nacional, de París, Francia; el Códice Mendocino o Códice Mendoza, realizado en 1541, de la Biblioteca Bodleiana, de Oxford, además de los códices Badiano, Becker I, Bodleianus, Boturini, Colombiano, Dresde, Fejérváry Mayer, Huexotzinco, Osuna y Selden, entre otros. Escalante Gonzalbo cuenta que durante la conquista de Tenochtitlan y Tlatelolco debió haberse perdió la gran biblioteca, de la cual --dice-- habla Bernal Díaz del Castillo al señalar que “tenían de estos libros una gran casa de ellos” y era resguardada por un mayordomo. Con el avance de los españoles se destruyeron templos, palacios y muchos códices. Si bien, destaca el historiador de arte, no hubo una búsqueda sistemática de estos libros para su destrucción, sino de hechos aislados, e incluso supone esos actos de destrucción tuvieron la intención también de incitar a los indios a esconder los que habían sobrevivido.

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