"Parásitos"

miércoles, 27 de julio de 2016 · 11:00
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Una sátira sobre la lucha de clases planteada de manera cotidiana con un ingrediente fantástico, es lo que nos ofrece la obra Parásitos del autor inglés Philipe Ridley (1964). El universo lo construye bajo un supuesto escalofriante donde la pareja de jóvenes clasemedieros acepta para satisfacer sus necesidades, ascender y querer tener siempre más; esa ansia consumista que el capitalismo ha sembrado en sus habitantes. Ellos firman un contrato con una funcionaria del gobierno que se les aparece como su hada madrina o el mismísimo diablo, y les regala una casa, así, sin más, con la única condición de ellos responsabilizarse de la remodelación y el equipamiento. Pero pronto descubrirán que el acuerdo implica que cada vez que maten a un indigente, el cuarto donde muere, por la energía que despide esa muerte, quedará remodelado o creado al gusto de los deseos de los habitantes, según la revista de moda que vieron o las necesidades o caprichos que les va surgiendo. El deseo de la joven y después del joven se va volviendo insaciable y se ven enredados sin posibilidad de salir teniendo apenas un par de crisis emocionales. La trama es más rigurosa que esto, pues el autor retoma la crisis habitacional que impera en su lugar de origen, y abre la posibilidad de que una pareja pueda cambiarse de un mini-departamento a una súper-casa, para poblar una zona que el gobierno quiere volver muy exclusiva. El juego siniestro y a la vez cínico que plantea el autor, deja a los espectadores estupefactos, sin saber si es una crítica aguda o una defensa por la eliminación de los indigentes. La obra no hace una crítica abierta y menos aún da un mensaje. La crudeza de la problemática provoca una reacción y se diluye la cuarta pared en el momento en que los personajes increpan a los espectadores, preguntando si serían capaces de hacer lo que ellos están haciendo. La respuesta, dada la gravedad de sus actos, es no, pero el cuestionamiento se queda incrustado en la mente del espectador como una metáfora brutal de lo que el capitalismo feroz provoca entre sus habitantes. Parásitos está encabezada por el joven director Miguel Santa Rita con actores de reconocimiento televisivo: Regina Blandón y Alberto Guerra, acompañados de la experimentada actriz Mónica Dionne. La puesta en escena es contundente y la sobriedad con que el director maneja el espacio escénico, diseñado por Adrián Martínez, el movimiento de los personajes y la calidad de la interpretación, da como resultado una obra sólida, aunque con algunos tropezones: Por un lado, el alargamiento de la escena de la fiesta donde el autor se regodea, y por el otro, la caricaturización de la indigente de la que se disfraza la funcionaria para ver la reacción de los jóvenes cuando se crea un lazo entre ellos y la víctima. Los actores que interpretan a la joven pareja proyectan la frescura y naturalidad que requiere la obra y son brillantes en este juego de ser ellos y los invitados a la fiesta. Mónica Dionne cumple muy bien en su papel de funcionaria rígida, hipócrita y con oscuras intenciones. Parásitos es una obra de teatro que parte de una premisa inusual, como suele hacerlo este autor multifacético. Sus obras, representadas en su país principalmente, se convierten en polémicas por la radicalidad con la que plantea las problemáticas de los personajes y lo insólito de las situaciones. Es su más reciente pieza (se estrenó apenas en marzo) y el director la ha traducido y llevado a escena desde el mes pasado en el Teatro grande del Centro Cultural Helénico. La experiencia es impactante y la sensación final está llena de preguntas más que de respuestas.

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