"La leyenda de Tarzán: el súper salvaje

viernes, 8 de julio de 2016 · 21:09
MONTERREY, NL (apro).- El nuevo Tarzán puede ser fácilmente incorporado a la legión americana de héroes, como un Euro Avenger. La más reciente versión del hombre mono, presentada en La Leyenda de Tarzán (The legend of Tarzan), es un sofisticado justiciero del siglo XIX que elude las balas, se desplaza sobre los árboles, se comunica con las bestias, las domina y, además, es irresistiblemente sexy. El personaje adaptado de la novela de Edgar Rice Burroughs, e interpretado por Alexander Skarsgard, no le envidia ninguna cualidad al Capitán América. El director David Yates trae una versión amable y romántica del bebé que quedó solo en la jungla luego de la muerte de sus padres. Como ya se sabe, pues así lo han presentado en decenas de adaptaciones en el cine y la TV, el chico fue criado por una manada de monos y se convirtió en uno de ellos. En esta secuela, dirigida a público juvenil, el Tarzán del nuevo milenio ya está domesticado. Tiene otro nombre, John Clayton, y es el rico Lord de Greystoke, de Inglaterra. Está casado con la bella Jane (Margot Robbie) y aunque vive entre comodidades, no está a gusto. Languidece en la ciudad. Su vida está en otra parte. Acepta la oportunidad de viajar a África para verificar las condiciones en que se desarrolla, en el Congo, el coloniaje de su majestad Leopoldo de Bélgica. Sin embargo, en la jungla descubre los planes perversos del comendador Rom (Christoph Waltz), que pretende esclavizar a toda la población. La recomposición del mundo, con intrincados juegos de geopolítica, es un pretexto para la aventura. Aunque Europa quiere repartirse el continente, lo importante es que la mujer del hombre mono está en peligro y que urge rescatarla, pues su captor es muy malo. El sueco Skarsgard es un Tarzán imposible. Aunque la leyenda se obstina en presentarlo como un hombre apuesto, esta versión es la de un modelo de Calvin Klein. Favorecido por la cámara, en todo momento está en pose, con el cabello rubio cayéndole estratégicamente sobre el rostro. Cuando, en la jungla, hace la transición de ciudadano a aborigen, se desprende de toda la ropa, pero se deja unos pantalones entallados, que le ajustan abajo del ombligo. Es un nativo demasiado londinense. Pese al impresionante despliegue técnico, con asombrosos efectos especiales, y con una fotografía magnífica, la película transcurre con exasperante lentitud. El héroe tiene regresiones a su triste pasado como paria de la selva, aunque guarda gratitud eterna por sus hermanos gorilas que le dieron protección y afecto. Pero en el presente se da tiempo para olvidar su misión, que es rescatar a Jane y hacer labor de redentor, al enfrentar colonizadores que tienen cautivos a otros aborígenes. La anécdota avanza como en un libro de páginas bellamente ilustradas, con episodios del salvaje reconociendo su antiguo hábitat. La cinta se precipita hacia un desenlace lleno de acción, pero con giros risibles. Convertido en una especie de Ace Ventura, Tarzán busca la ayuda de “amigos”. Es así como convoca a la fauna poderosa que emerge de la espesura para enfrentar a los soldados que se aprestan a depredar el mundo verde, en busca de riquezas. Como antagonista, una vez más Christoph Waltz se cicla hasta la náusea. Su papel del sicópata Rom es una copia exacta de todos los malvados que ha hecho antes: ingenioso, agudo, sin escrúpulos, alejado de la realidad y cruel. En situaciones de muerte, tiene tiempo para ofrecer una media sonrisa insana. El de aquí es el mismo personaje que ha hecho en Bastardos sin gloria, Djandgo sin cadenas, Los 8 más odiados y 007: Spectre. Por su parte, Samuel L. Jackson se convierte, inesperadamente, en el tontín de la historia. Amigo fiel del muchacho, ayuda a proporcionar risas en un estilo interpretativo de antigua comedia. La leyenda de Tarzán es una producción gigante, visualmente excelente, que será recordada como otra más de las adaptaciones del rey de los monos. Sirve como entretenimiento dominical.

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