No hay tal revolución en Los de Abajo: Díaz Arciniega

jueves, 15 de septiembre de 2016 · 13:02
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Hace 100 años, el diario El Paso del Norte, de Chihuahua, publicó por primera vez y en entregas la novela Los de abajo de Mariano Azuela, considerada como la obra que abrió brecha en el llamado género de la Revolución Mexicana, aunque la historia de este importante movimiento de inicios del siglo XX no está descrita de manera global en su narración. Así lo relata el investigador Víctor Díaz Arciniega (1952), egresado de las carreras de posgrado en Literatura Hispánica de El Colegio de México y de Historia de México de la UNAM. El especialista se hizo cargo de la edición conmemorativa por el centenario y su estudio introductorio, realizada por el Fondo de Cultura Económica (FCE) en la colección Letras Mexicanas. Especialista en la vida y obra del autor nacido en Lagos de Moreno, Jalisco, el 1 de enero de 1873, y fallecido en la Ciudad de México el 1 de marzo de 1952, autor de Mariano Azuela. Retrato de viva voz y La memoria crítica. Azuela en El Colegio Nacional, entre otras obras, Díaz Arciniega explica que fue a raíz de la construcción de un proyecto de nación a largo plazo que requería de un fundamento identitario, que la novela Los de Abajo se convirtió en un instrumento ideológico. Durante una larga entrevista con apro, el profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, Díaz Arciniega detalla que la obra que conocemos no es precisamente la publicada originalmente hacia finales de 1915, sino la que el propio Azuela corrigió y reescribió en partes en 1920. Es la misma, agrega, que fue dada a conocer a partir de una polémica literaria promovida por el suplemento-revista El Universal Ilustrado en 1925. En su estudio introductorio, aclara que Azuela entregó cinco ejemplares de su novela a la entonces prestigiada librería de Andrés Botas. Pero como no se vendió uno sólo de ellos en cuatro años, a sus 51 años de edad esto representó una sensible pérdida de ánimo para la creación literaria, hasta que leyó en la prensa al prestigiado e influyente poeta Rafael López declarar al joven periodista Gregorio F. Ortega: “Los de abajo es lo mejor que en materia de novela se ha publicado de 10 años a la fecha”. Cuenta el autor del prólogo que el periodista preguntó al poeta si existía la novela de la Revolución Mexicana, y ahí se inició la prolongada polémica. Luego publica una entrevista con Azuela en donde él cuenta cómo nació su obra. Díaz Arciniega relata que Ortega tuvo un protagonismo decisivo desde la entrevista hasta la promoción para que se hiciera una edición económica y se diera a conocer la novela 10 años después de su primera aparición, en medio de un fenómeno cultural político que permite su consolidación. Primero, el contexto en el cual concluye la revolución e irrumpe, tras el asesinato de Venustiano Carranza, el grupo sonorense en el gobierno de la República, primero con Adolfo de la Huerta, luego con Álvaro Obregón y finalmente con Plutarco Elías Calles. Y el contexto más inmediato es el debate en torno a la novela de la Revolución. La historia subyacente El académico relata la historia real que alimentó la creación de Los de abajo. Formado como médico profesional, Azuela se nutrió cultural y políticamente de la tradición decimonónica mexicana pero sobre todo europea, con lecturas de Balzac, Zola, el teatro de Molière, Shakespeare, del Siglo de Oro español e incluso los realistas españoles. Es decir “el espíritu más intenso del positivismo”. A su decir, se forjó una sensibilidad “muy aguda”. Pero además hay otro detalle biográfico: fue simpatizante de Francisco I. Madero, por lo que era mal visto por los ricachones de Lagos de Moreno, que lo segregaron. A eso se añade que decidió como médico atender a los pobres. “Eso le daba una perspectiva social muy fina, muy delicada, una conciencia social clara”. Con “esa sensibilidad muy a flor de piel” y como testigo de las desigualdades, Azuela considera que con Madero hubo una revolución que califica de “mentirijillas”. En sus memorias dadas a conocer como conferencias en El Colegio Nacional, relata que deseaba conocer a los revolucionarios de verdad, no los de los discursos. Y por su amistad con los grupos villistas, se incorpora al breve gobierno de Julián Medina en Jalisco. Llega a ser jefe de Instrucción Pública en Lagos de Moreno. Ahí conoce y se decepciona de la burocracia, piensa que villistas o no, todos son idénticos. Entonces escribe Las Moscas y Domitilo quiere ser diputado. Cuando Julián Medina es derrotado por Manuel M. Diéguez, su cercano colaborador el coronel Manuel Caloca es herido gravemente en la batalla de Hostotipaquillo. Medina, relata Díaz Arciniega, pide a Azuela que lo atienda y si es posible lo opere, pero los villistas empiezan a ser derrotados y hay carrancistas por todos lados. “El enfermo coronel está muy grave, hay que operarlo, pero no hay condiciones en Jalisco porque los carrancistas ya están ahí. Al llevar el mando –con 70 u 80 individuos acompañándolo, protegiéndolo-- decide irse a Aguascalientes a operarlo, pero no pude ir por los camino de herraje (de caballo) ni por los del ferrocarril. Conocedor de la región, decide irse justo por en medio de la sierra jalisciense-zacatecana que es el Cañón de Juchipila, la parte más abrupta”. Es un recorrido de entre 40 y 45 días a lomo de mula, del cual de los 80 hombres que lo acompañaban llegan sólo 12 a Aguascalientes. Caloca es operado y no bien se ha recuperado cuando ya están los carrancistas a las afueras de Aguascalientes. Azuela lo monta al tren para irse a Chihuahua. “Este es el episodio de 40 y tantos días de un recorrido que el teniente coronel Azuela vive y va a plasmar en la novela… ¿Qué plasmó?: La experiencia humana en el sentido más radical que significa la experiencia en contexto de guerra, de persecución”. Fue esa desesperación de sentir que les estaban pisando los pies quienes querían matarlos. Hay que ponerse en los zapatos de Azuela para entender, dice, que todos sin excepción estaban fuera de sus condiciones normales de vida, de sus rutinas, sus ambientes, sus amistades, su familia, fuera de todo, “en el desquiciamiento absoluto”. El escritor asegura que “aquí hay un fenómeno cultural que debo subrayar y ha pasado inadvertido: Se dice que en la novela está plasmada la revolución y por revolución entendemos todo. Y no es cierto, lo que está plasmado es la guerra, lo que significa la guerra independientemente de qué grupo de militares se trate. Son unos perseguidos por otros, estamos atacando, estamos defendiéndonos, ¡es la guerra!, no hay buenos ni malos, es uno contra otro. “Y ahí esta Azuela, quien tiene la afición, el oficio de recuperar la conversación ésta, la conversación aquella, el canto de aquel, el dicho del otro, lo que se van diciendo unos a los otros, lo que escucha sobre la marcha. Él hace como reportero, así se califica a sí mismo, un reporte. Va tomando notas en hojitas sueltas sobre esa experiencia de 40 y tantos días y acumula un montón de papelitos con frases, con descripciones de paisajes, descripciones de individuos”. El académico de la UAM afirma que con todas sus notas y su propia sensación de haber estado en ese “no lugar que es la guerra, pero con paisajes profundamente familiares para él”, llega a Chihuahua, donde estuvo una cinco semanas. “Tiempo suficiente para haber escrito la primera y segunda parte de la novela”, agrega. Acomoda sus notas sobre una línea argumental ficticia, con personajes que tienen rasgos de personas reales. Y con dos hilos conductores construye la novela, el primero --indica Díaz Arciniega-- es la historia de los hombres en la guerra: Cómo se va construyendo un ejército improvisado a partir de una docena improvisada de individuos, llegan a Zacatecas aproximadamente 100. En el camino se van incorporando adeptos, espontáneos, se suman aquellos que van liberando de las cárceles. “Es un ejército con armas muy pobres, con caballos muy malos y sin ninguna organización militar pero con una fuerza y un entusiasmo donde Demetrio Macías (protagonista de la novela) adquiere la categoría de jefe, no por grado militar, sino por su valentía, su claridad, su heroísmo, por su entrega y por su capacidad de mando natural, innato quizás”, dice. El personaje de Demetrio estuvo en la cárcel por sumarse al maderismo. Lo atrapan los caciques y lo envían a la cárcel. Su compadre también estuvo preso. Demetrio --hace ver el académico--, tiene rasgos de Julián Medina, pero también de Caloca y algunos otros que Azuela reconoció como gentes de mando. La otra línea conductora --que a decir del investigador es más visible pues está en primer plano pero a veces no se percibe--, es una historia de amor “muy del siglo XIX, un triángulo amoroso entre Camila, la Pintada y Demetrio. La segunda parte concluye con el asesinato por mano de la Pintada de Camila enfrente de todos, triángulo amoroso convencionalototote pero muy, muy fuerte”. El especialista se pregunta a qué se debe que Azuela articulara esas dos historias: “Porque es la historia humana con las pasiones, los enamoramientos, las soledades, las necesidades de compañía, con la disputa de la mujer por el hombre y del hombre por la mujer. Es decir, los valores más convencionales de las personas y simultáneamente mete el conflicto de guerra con los otros valores de estar fuera ‘de’, en esa crisis de perder cualquier noción de las estructuras formales, la más elemental ética, moral siquiera. En ese desquiciamiento profundamente moral, está el cuadro de la guerra, la revolución es el contexto”. No hay tal Revolución La tercera parte de la novela comienza con la noticia sesgada de la derrota de Francisco Villa en Celaya, lo que hace --considera el investigador-- que los villistas se queden sin el referente que los llevaba a la guerra. Se da la última batalla en Juchipila en la cual Demetrio y su gente están bajo el cañón y los carrancistas arriba, con la ventaja de contar con ametralladoras. En la segunda edición, la de 1920, sigue Díaz Arciniega, Azuela incorpora a otro personaje que es fundamental: Valderrama, quien con otro de los militares afirma: “Volvemos a Juchipila, cuna de la revolución”. Y explica el académico: “Obviamente es la cuna de la revolución pero pera ellos. Y ahí está el fenómeno universal: La Revolución Mexicana fue hecha por grupos y cada grupo tenía su revolución. El de Demetrio es elocuentísimo, es un grupo de esforzados que quieren derrotar al cacique local. No tienen la dimensión de Estado, de nación. Tienen la dimensión del problema local ‘quiero cambiar mi realidad y por eso Juchipila es la cuna de la revolución’”. Recuerda que Friedrich Katz analiza el fenómeno y señala que la revolución villista fue la amalgama de esos muchos grupos que se incorporan a un gran líder como Villa. Y así, agrega Díaz Arciniega, Azuela vislumbra que la revolución es una lucha territorial de los campesinos que se ven obligados por las circunstancias a dejar sus territorios, azadones y mulas, para tomar el fusil, dejar de ser sus propios patrones para ser soldados y subordinarse a un jefe militar. Se forman grupos y de ahí facciones aglutinadas dentro de un pensamiento articulado en torno de figuras como Zapata, Obregón, Carranza, quienes plantean ideas. Aunque se decía que Carranza no era legítimamente revolucionario, dice que él articula el pensamiento de Villa y Zapata y lo proyecta en la legislación de la Constitución. Obregón pensaba en la revolución como en la lucha que ya había pasado, la muerte, el maltrato, el costo de las vidas. A su vez, Plutarco Elías Calles tuvo la noción de la revolución hacia el mañana, el futuro. Empieza a hablar de instituciones, de la familia revolucionaria, de lo que se necesita y piensa en una cobertura ideológica y puntos de acuerdo sobre la identidad colectiva. Por ello, añade, se modifican entre 1926 y 1930 varios códigos del derecho penal, civil y mercantil y se crea la Ley Federal del Trabajo. Identidad y género literario Y en el punto de la identidad, la novela de Azuela se convierte en instrumento ideológico: “Aquí están los hechos todos participamos, todos fuimos pueblos, todos sufrimos, todos nos morimos, todos renacimos”. Así se forma simbólicamente la identidad. Y al tomar la novela con ese fin empieza a formarse el llamado género de la Revolución Mexicana que debe, como un mandato, cumplir con determinadas características: Tener hechos de armas, violencia, polvo, muerte, entrega “de nosotros a la guerra en aras de un porvenir y que sea una memoria testimonial: ‘yo estuve’, para legitimarme como autor, darle validez, veracidad y con eso proyectar una experiencia colectiva”. Sucede entonces, sigue Díaz Arciniega, que se le quitan a la novela los elementos de carácter moral y humano y se queda el anecdotario. Lo que importa es la anécdota, “el episodio llamado Revolución Mexicana, sus hombres que nos dieron lo que somos ahora, esa libertad”. --¿Es el grupo sonorense el que hace de la novela de Azuela ese instrumento ideológico, cuando él fue crítico de la revolución? --¡Claro! De los sonorenses en particular, fue ferozmente crítico, de lo institucional, de esa ideología pero le quitamos el sentido humano y nos quedamos con el sentido meramente histórico. En 1960 aparece por primera vez en la Colección Popular del FCE, Los de abajo y logra vender 100 mil ejemplares. Se agota y de entonces a la fecha ha sido el libro más vendido de esa casa editorial, destaca. Luego cita a José Joaquín Blanco, quien dice que se debe a que es un libro de texto a partir del cual se enseña la Revolución: “Di un curso a estudiantes normalistas y cuando comentamos la novela, todos esos maestros vieron a Zapata, a Villa, a Carranza, la Convención, la batalla de Zacatecas, la derrota de Huerta. Vieron la revolución. Y les dije: ‘Por favor subrayemos dónde está, díganme dónde está. “¡Yo no lo he visto, porque no está! Y ustedes maestros, ¿cómo lo encontraron, con qué ojos lo vieron, en qué línea? porque sólo vagamente se hace una mención. Se dice vagamente ‘las batallas de Villa’, pero cuando se pregunta a los protagonistas si lo vieron, dicen ‘no, cómo cree’. Y Zapata no existe aquí, Carranza ni se menciona”. Díaz Arciniega concluye que la llamada primera novela de la Revolución, que no tiene nada acerca de un movimiento nacional, se transformó pues “en un fenómeno psicológico cultural muy ideológico”.

Comentarios