El autohomenaje de Juan Gabriel en el cine

miércoles, 28 de septiembre de 2016 · 12:15
MONTERREY, NL. (apro).- Juan Gabriel tuvo una breve, pero intensa relación con el cine. Convertido en estrella instantánea desde su lanzamiento como cantautor en la década de los 70, fue también colocado en el estrellato en la pantalla grande. Las producciones en las que participó fueron medianas en aspiración artística, y en ellas evidenció sus limitadas cualidades para la actuación. Pero, para los propósitos de las exhibiciones, su talento a cuadro no era relevante. Lo importante fue que cada una de las cintas generó enormes dividendos en taquilla, pues el gran público quería verlo. Y si era cantando, mucho mejor. Seguía el camino oportunista de otros grandes de la música que, en el ascenso, pisaron los sets de cine como Vicente Fernández, Cornelio Reyna, Rigo Tovar, José José, capitalizando la arrasadora popularidad de la que gozaban ante el micrófono. El ídolo ya fallecido hizo a lo largo de seis años cinco películas, algunas de ellas producidas por él mismo. La temática en todas era recurrente: las anécdotas versaban sobre un chaval castizo que valientemente enfrentaba la maldad del mundo. Luego de pasar por interminables sufrimientos, a veces ganaba y a veces no. Argumentalmente, predominan las peripecias descabelladas. Era acompañado, siempre, de mujeres bellas que parecían ignorar los marcados amaneramientos del muchacho. En una sociedad tendiente a la homofobia, nadie, nunca, dentro de sus películas, hizo alusión a sus delicados ademanes. Juanga plasmaba en las películas lo que era. En todas sus cintas se llamaba como él mismo: a veces Alberto y otras Juan Gabriel. La leyenda señala que tuvo una infancia pobre. Que estuvo en el orfanato. Que pasó hambres y vivió en la calle. Fue a prisión y luego de esforzarse hasta las lágrimas, llamó la atención de los productores y pudo grabar un disco. Todo eso lo expresaba, con orgullo, en las películas que estelarizaba. El humilde Divo Juan Gabriel debutó en el cine con Nobleza Ranchera (1977), dirigida por Arturo Martínez. El título hacía referencia al entorno rural, a la aguerrida parcialidad humilde de la población mexicana, de donde emana su enorme base de fans. Al inicio de la película, El Divo de Juárez es presentado con la siguiente leyenda: “La actuación estelar cinematográfica de Juan Gabriel”. Aparecen en los créditos subsecuentes Sonia Amelio, Verónica Castro, Sara García y Carlos López Moctezuma. La trama de la película es microscópica. Juan Gabriel es un sencillo ranchero, que vive con su abuela, García. Un día llega a la hacienda el rico terrateniente López Moctezuma, con sus dos guapas hijas, Sonia y Lucía, que se disputan el amor del chico. Hay un secreto terrible por el que el hombre adinerado se confronta con un hombre malvado, interpretado por el villanazo Arturo Martínez. Es todo. El rancherito canta a la menor provocación. La malvada Verónica lo ve, alelada, en silencio, con ojos de deseo. La virtuosa Sonia lo admira y aspira a casarse con él. Cuando Juanga hace gala de su potente voz, ni a ellas, ni a García, ni a López Moctezuma, les dan ocupación en esas escenas. Solo miran al muchacho y cuando la cámara los capta, mueven la cabeza con aprobación. El mundo se detiene para escuchar al chamaco maravilla. Las situaciones son truculentas. Se demanda demasiada complicidad del público. El cantante, insoportablemente afeminado, se ve incómodo ante la cámara, aunque voluntarioso, cuando tiene que hacer una escena de macho, dándose de golpes con un tipejo. Recita las líneas sin intensidad, robotizado. Solo se ve a gusto cuando canta, lo cual hace una y otra vez. El final es amargo. Pero tanto el muchacho de la película, como el mismo intérprete saben que la vida es así. Con más tablas sobre el escenario, Juan Gabriel regresa en plan estelar con En esta primavera (1979), escrita y dirigida por Gilberto Martínez Solares, uno de los más prolíficos realizadores mexicanos. La cinta es la que tiene, quizás, más intención cinematográfica, con numerosos giros argumentales, aunque con situaciones ingenuas y ausentes de lógica. La acompañante es Estrellita, fugaz cantante rubia que tuvo su lanzamiento estelar. Un buen día, la chica, estudiante veinteañera, es seleccionada para entrevistar al famoso cantante que se llama, precisamente, Juan Gabriel. El flechazo es instantáneo. Sin embargo, el artista tiene una relación libre, sin ataduras, con su bella corista, Merle Uribe, mujer malvada que se encela y conspira para separarlos. En pleno escenario, las dos bellas mujeres se desgreñan. En esa insólita escena, Juanga es empujado y cómicamente cae de rodillas, sonriéndole al público, buscando atenuar el escándalo. Estrellita tiene un novio violento: Alfonso Munguía, un biker que desea casarse con ella a la fuerza. Los padres de ella se oponen a su relación con el cantante. Parece que triunfará el amor. Sin embargo, nadie puede contra el destino. En el desenlace, que es una larga persecución en moto, la chica escapa, pero es seguido por el novio y sus secuaces. El desenlace trágico es inevitable. El díptico del Noa Noa es un trabajo más personal. Inicia con El Noa Noa (1981), cinta en la que el cantante se involucra como productor, con el nombre de Alberto Aguilera y como partícipe en la elaboración de su propia historia. La película relata su pobre infancia, en Michoacán, la necesidad de su madre de emigrar a Ciudad Juárez, Chihuahua, cuando era pequeño, y la manera en que fue entregado, casi abandonado, en el reformatorio juvenil. El guión, elaborado por el director Gonzalo Martínez Ortega, da tumbos entre dos historias. Hay una prostituta depresiva y alcohólica, pero de buen corazón (Meche Carreño), que le da amistad y ayuda al joven Alberto, que busca una oportunidad para cantar en el cabaret El Noa Noa. En el popular antro se concentra la acción nocturna en Juaritos. Con una sensualidad agresiva, y de limitado rango emocional, Carreño confirma las razones por las que no pudo consagrarse ante la cámara. En sentido paralelo se muestra la historia del chico, que se presenta en varios centros nocturnos mientras escribe canciones, se entrevista con empresarios y llama la atención de los buscadores de talentos. Como en los musicales antiguos, Alberto se reúne con sus cuates y mágicamente la música retumba en todos lados y se forman coreografías. Él canta, por supuesto. Aquí se ve más desenvuelto, pero con la tendencia a hablar con murmullos, amanerado, como se le vio siempre en cine. En el drama, sus familiares le piden que no ande de vago. Ser cantante es una locura, le reprochan. Aunque al final se convencen de que tiene verdaderas ganas de ser artista. La historia anticlimática termina con un incidente doméstico. En el epílogo, Carreño le da una triste despedida de Juárez, para que busque fama y fortuna en la gran capital. La historia queda en suspenso. Con Del Otro lado del Puente (1980), Juan Gabriel se vuelve social y reflexivo. Aborda el drama de los chicanos, la raza, los paisas que viven en Estados Unidos. Alberto vive en Los Ángeles, en East LA, en una comunidad problemática, donde abundan las pandillas pero en la que también hay muchachos nobles, como él, que buscan triunfar en la vida. Vuelve a hacer equipo con el director Martínez Ortega que le escribe una historia para el lucimiento y lo rodea de actores ya reconocidos que fácilmente lo rebasan a cuadro. Valentín Trujillo es un drogadicto cliché en busca de rehabilitación. Julio Alemán es el maestro de Arquitectura en UCLA, con el que debate temas trascendentales como el “chicano power” y la demanda de igualdad de los mexicanos entre los gringos. Lucha Villa, carente de maquillaje, tiene una pequeña participación como la madre desaparecida y reencontrada del chico. Aparecen, también, Estela Núñez y Narciso Busquets. La música disco es la moda. Las coreografías, los atuendos y los escenarios están influenciados por Fiebre del Sábado por la Noche y Tony Manero. El muchacho, quien aspira ser un cantante famoso, canta en la Discoteque. Al, como le llaman sus amigos, está enamorado de la bella californiana Sue, que vive en una ostentosa mansión de Bel Air. Pero ella sólo quiere un pasatiempo. Hasta que el muchacho conoce a la paisana Estela, interpretada por Ana Laura Maldonado. Ella sí lo ama “de a deveras”. Alberto canta en la universidad. En lo que fue la única ocasión en la que, más o menos, se le vio practicando deporte, hace una coreografía en torno a un partido de futbol americano, con un grupo de compañeros rubios y apuestos, vestidos igual con la camisa de la Universidad. Se ve extraño Juanga atrapando un ovoide. Al final, el muchacho decide regresar a Juárez, con su nuevo y auténtico amor. Trujillo tiene un encuentro con la muerte, pero sale airoso y promete regenerarse. El final edulcorado contiene una coreografía en plena calle, donde hay coches tuneados y pachucos, con camisas a cuadros y pañoletas en la frente. Muchachos y muchachas rudos bailan sincronizados y en medio de ellos está Alberto con su chica, listos para iniciar una nueva vida. La parte biográfica de su paso veloz por las pantallas se cierra con Es mi Vida (El Noa Noa 2) (1982), su último estelar. Alberto Aguilera hace una tercera producción con Martínez Ortega. La película es un drama penitenciario. Presenta los acontecimientos que supuestamente ocurrieron en la vida real, cuando el joven Alberto llega a la capital como un paria. Al aterrizar por casualidad en una fiesta, es acusado injustamente de robo, por lo que es encerrado en Lecumberri. El casting es respetable. Aparecen Narciso Busquets, Guillermo Murray, Meche Carreño, Arlette Pacheco, Bruno Rey, César Bono, Fernando Balzaretti, Queta Jiménez. Entre las tristes rejas es sometido a vejaciones, pero mantiene la dignidad intacta. Adentro se destaca cantando entre los internos. El pretexto para ponerlo a vocalizar es inmejorable, porque le enseña a sus camaradas de desgracia sus nuevas creaciones. Y, por supuesto, nadie repara en sus maneras marcadísimamente femeninas. Entre truanes, el muchacho se da tiempo para sacar su lado macho. El capataz golpea a un interno inerme. Alberto le grita, engallado, con voz de trueno: “¡Paco, ya déjalo, carajo!”. El torturador se retira. En el desenlace, el paria se quiere quitar la vida y tiene unas proyecciones a futuro, en las que se ve grabando discos, asumiendo un nuevo nombre artístico, triunfando. Fue esta su última participación estelar en la pantalla grande. Juan Gabriel murió el 28 de agosto de 2016, en California.

Comentarios