El poeta que cantó mañana

domingo, 9 de abril de 2017 · 18:07
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Esta es la antigua alianza: Hombre, debes morir.

Kantate BWV 106 Actus Tragicus, J. S. Bach

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Este epígrafe fue elegido por Juan Bañuelos (Tuxtla Gutiérrez 1930-Tlalnepantla 2017) para arrancar su poema Viola de gamba y a él habrá que remitirse para elevar un cántico fúnebre por su reciente desaparición física (29 de Marzo). Es el viejo e ineludible pacto citado en el Ecclesiastés que el poeta chiapaneco acató con la docilidad de los que aprendieron a morir en cada acto creativo de su existencia. Así lo apuntó el místico Jakob Böhme, a quien Bañuelos leyó con fervor: “aquel que no muere antes de morir, está perdido cuando muere”, pues, en sus propias palabras “para ser parte de la creación, el poeta debe morir muchas veces en sus poemas y destruir el Yo, símbolo del vacío”… Como puede colegirse, no se pretenderá descubrir nada nuevo sobre el enorme quehacer literario de Bañuelos, sino abundar en su profundo amor por la música y, especialmente, por aquella de Johann Sebastian Bach. Fue el compositor sajón amor central de su melomanía y fuente recurrente de inspiración para su estro poético. Mas acaso, para acatar el fenómeno de este amor surgido gracias a su sensibilidad de vate iracundo y su raciocinio de hombre compasivo, valdrá la pena descuartizar los enunciados y enfundarlos en pentagramas de arena.[1] Como el limo que la inmortalidad prodiga y cual tropel de polen, donde “desciende el hilo sérico del sueño”. Pentagrama del desconcierto. Juan vivió la niñez entre los juegos y los afanes de la clase media. Cerca de su morada pasaba el río Sabinal, que parte Tuxtla en dos. Por uno el lado mestizo y criollo y, por el otro el de los indígenas zoques. Éstos lo sorprendían por su viveza y espontaneidad. Tuvo amigos de diversas clases sociales en aquella Tuxtla que descollaba por su liberalidad, al menos, en comparación con San Cristóbal las Casas que encarnaba al oscurantismo religioso. A la hora de descubrir la poesía, la carencia de comunicaciones con la Capital lo hizo buscar sus lecturas en Centroamérica. Se acercó a Darío antes que a López Velarde. Leyó el Popol Vuh y el Libro de los Libros del Chilam Balám desde la primaria, al tiempo que se enteró de los descubrimientos de las ciudades enterradas de Chiapas. Entendió ahí porque Darío afirmó que el gran acto cultural de la poesía surgiría de Palenque. Sus años como estudiante del Ateneo de Ciencias y Artes de Tuxtla lo marcarían por una admiración inducida hacia los griegos, haciéndolo transitar de la cultura maya a la griega sin azoros ni empachos. A pesar de eso, cuando llegaba a externar su estupefacción sobre el arte maya, sus preceptores lo reprendían. Eso no era arte, sino cosa de indios ignorantes. Al igual que la comida indígena, que no era comida sino bocadillos. Su corazón adolescente entró en conflicto y se preguntó: ¿qué pasa entonces conmigo, que soy amigo de zoques y que tengo una nana indígena?... Pentagrama de las influencias Juan tuvo una madre enérgica que le infundió ternura a sus nueve hijos y les enseñó a valorar el arte. Ella fue agua de un pozo profundo y también lluvia de nube. En cuanto a su padre, un hijo de general que había sido gobernador de Zacatecas, Juan lo recordaría como el proveedor familiar que amaba los grandes espectáculos que llegaban del D. F. Él le enseño a escuchar ópera y le puso a su disposición su discoteca de música clásica. No obstante, a la hora de imaginar un destino como forjador de versos, la negativa paterna fue difícil de domar. Tendrían que aparecer en su horizonte los mentores que allanarían el camino de las letras. Rosario Castellanos y Jaime Sabines se ocuparon de planchar escollos e infundir ánimos. A través de ella empezó a conocer la miseria y el dolor de los indígenas, pero sobre todo, con ella entendió que el lenguaje poético transformaba, y que esa transformación, al resolverse armónicamente, se convertía en arte. Con Sabines, la amistad surgió por mera casualidad. Al terminar la preparatoria, Juan estaba listo para trasplantarse al Distrito Federal pero su padre temía que en la gran urbe, los vicios lo sitiaran. Así las cosas, se buscó la protección de Sabines que era conocido de la familia para que guiara sus pasos, pero siempre alejados de la poesía. “Déjemelo nomás, señor Bañuelos” ?fue la respuesta de Sabines, “lo que sí puedo asegurarle es que voy a evitar que se haga maricón, porque la Ciudad de México en eso es un peligro. Se lo voy a hacer muy hombrecito.” Pentagrama religioso En su juventud Juan había sido ateo y lo había sido por reacción contra los católicos dogmáticos de San Cristóbal las Casas (en Tuxtla no había iglesias y a él lo bautizaron a los quince años). Empero, en 1994 dio un vuelco su vida, merced a los indígenas del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional. Ellos le revelaron que sí poseía un sentimiento de lo sagrado ante la naturaleza. Al convivir con las distintas etnias ?fue miembro de la CONAI? pudo observar que su existencia transcurría en sintonía perfecta con los ritmos de los árboles, las flores, los animales y las aves. Los indígenas encausaban su comunión con la naturaleza en el sincretismo que hacen de lo alegórico y lo mitológico con lo cristiano. Cuando se puso a analizar su propia conducta religiosa, Juan cayó en la cuenta de que si no adquiría ese sentimiento de lo sagrado, iba a perderse. Nunca se convertiría en católico ni en cristiano, sino en creyente de un dios ausente que los hombres, sobre todo los poetas y los músicos, deben inventar. Esta dialéctica sagrada nació en él cuando acompañó al obispo Samuel Ruiz a las comunidades indígenas. Ahí logró percatarse con estupor cómo el tatic Samuel unía la palabra del Evangelio con las necesidades acuciantes de los pueblos indígenas. Les mostraba la vía para que las enseñanzas cristianas enriquecieran sus propias vidas. Al cabo de cuarenta años de catequización, la labor de don Samuel con los pueblos mayas le haría, finalmente, adquirir un hondo respeto por la religión. Pentagrama del ensueño sonoro Juan soñaba con músicas seráficas mientras escuchaba crecer los árboles en la mano abierta de la tierra. Soñaba las aguas de su infancia, oyendo cómo se cerraban por encima de su cabeza cual cúpula astral. Los sonidos ordenados transfiguraban su mente entera y coronaban de solaz sus impulsos vitales. Una larga relación con una famosa soprano coloratura lo instruyó para catar los cantos de la realidad como si ésta fuera un pájaro que nunca se posa y que deja fluir sus alas como un río sin cauce. El acto de hacer música era para él transformar el temple volitivo del ser, era encarnar en milpas de cien colores los tanteos de la belleza suprema. Juan no descuidó jamás su misión de cuidar la armonía del mundo, era para él un encargo de los hombres verdaderos. Pentagrama bachiano “Ese que se levanta del asiento y cierra lentamente el clavicordio, camina grave ahora y distraído: ha escrito en esta noche el Actus Tragicus[2]. (Detrás de Dios, del sueño y la penumbra, la indescifrable araña hila memorias sobre unas amapolas). Polvo disperso lo que fue una roca, mira nacer al hombre el alba y se estremece. No de la luz anticipada sino del último relámpago que almoneda los sueños de las cosas. Lo ha alcanzado la fuga de la muerte, la multitud de hojas detenidas en su sencilla eternidad de trémolo. Brisa animal cuando el metal se anima se oye crujir la nieve como el hierro y Bach se inclina a su cantata breve (un sedoso mastín gruñe en la puerta: se ha extinguido el candil en la recamara de Ana Magdalena). Ensimismado cruza la sala y de otra zarza ardiente oye las notas siervas de su nombre[3], bien sabe que el azar acecha oculto en su naturaleza con abismos, que de su mano comen las violas de la noche y que ha devuelto solo al tiempo un dios disperso en sonidos armónicos o atroces. Cerca del frío recuerda que bebió ?hasta las heces? la sumisión ante el margrave, y que no olvida su cautiverio en la Corte de Weimar[4] (la mariposa rota que entró por la ventana apenas entreabierta, cae). Fugaz, intemporal a despecho del desastre, ciego tantea con el pie la fosa al tiempo que en los riscos del aire van tejiendo redes de pesadilla las centurias. Él, que templó la voz humana, ¿por qué no extrae de la sombra su palabra?... Sólo bebió el destino del espejo que agazapa los rostros de un modo involuntario. Liberado del sueño tantas veces, ¿cuántas otras fue presa del olvido?... Con el sol se oye un órgano de escarcha: Señor, las ramas crujen al peso de la nieve. Hombre, debes morir: Es la antigua alianza. Y si tocó el molusco de la duda fue para saborear ecos y pasos de la muerte. Hoy (Johann) sabe que su música ha creado un planeta gemelo de la Tierra.” Mañana, Juan supo que su poesía urde un bastión de dignidad para las palabras de los hombres genuinos, aquellos que piensan con las manos puestas en el corazón. [1] Los primeros tres son extraídos libremente de una espléndida entrevista que le hizo Marco Antonio Campos. [2] Se sugiere la audición de varias de sus partes. Audio 1: Johann Sebastian Bach – Sonatina de la Kantate BWV 106 Actus Tragicus. (The English Baroque Soloists. John Elliot Gardiner, director. ARCHIV. 1990) Audio 2: Coro y arioso. (Idem) [3] Referencias a las letras B, A, C, H, que transcritas de la nomenclatura sajona significan. Si bemol, La, Do y Si natural. [4] Bach estuvo encarcelado un mes en el castillo de Weimar por una insignificante desobediencia laboral.

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