"Bajo la arena": las víctimas también son crueles

viernes, 26 de mayo de 2017 · 15:30
MONTERREY, NL (apro).- Adolfo Hitler y la Alemania nazi pasan a la historia como el monstruo bélico que quiso dominar Europa en la Segunda Guerra Mundial. Su locura provocó millones de muertes y un trauma permanente en la humanidad. Pero, entre los oprimidos, no todos fueron víctimas inocentes. Cuando el Tercer Reich fue derrotado, y los Aliados retomaron el control del mundo, se desencadenaron algunas acciones de venganza que superaron, por mucho, las atrocidades de sus enemigos. Bajo la arena (Under sandet, 2016) recuerda que la maldad es universal. Los oprimidos, que lloran cuando la bota les pisa el rostro, toman desquite cuando sus atormentadores son aniquilados. Los buenos y los malos intercambian bandos con facilidad. La cinta echa luz sobre un capítulo poco conocido, ocurrido meses después del término de la Guerra. Dinamarca colocó miles de minas en sus playas, para evitar que los ejércitos de Alemania los invadieran por el mar. Al firmarse la paz, miles de explosivos quedaron enterrados bajo la arena. Para limpiar las costas, el Ejército danés empleó prisioneros de guerra alemanes, para que extrajeran los mortíferos dispositivos. El plan era perversamente ventajoso: si había detonación, se eliminaba un peligro y moría un soldado enemigo. Exponer a las minas a la basura germana, era una buena forma de conseguir que el planeta fuera un sitio más seguro. La historia, escrita y dirigida por Martin Zandvliet, se concentra en un pequeño grupo de prisioneros, adolescentes todos ellos, ajenos a los horrores de la guerra, pero estigmatizados por su nacionalidad. Los pobres chicos, aterrorizados por la abrumadora encomienda, deben sobreponerse, primero, a los rigores del entrenamiento, que implica un riesgo mortal y, luego, a su salida al campo maldito. Los planos abiertos muestran las dimensiones descomunales de su misión. Es inevitable que ocurran accidentes en el recorrido de decenas de kilómetros. Sobrevivir ahí es prácticamente imposible. Roland Moller, desconocido para el hemisferio americano, interpreta al rígido sargento danés Rasmussen, encargado de guiar al grupo de jóvenes a través del peligro. Los niños asustados no significan nada para él. Las cicatrices de guerra le han endurecido el corazón y esos chicos son simples esclavos al servicio de la nación que quisieron sojuzgar. Les promete liberarlos si cumplen con una cuota de minas colectadas, aunque ellos suponen que no regresarán vivos a casa. Escalofriante desde el inicio hasta el final, el film se introduce en el corazón de los victoriosos y los derrotados. Dinamarca también cultivó un odio paciente contra Alemania. Era el momento de hacerles pagar. Los muchachos pasan extenuantes jornadas en la playa. Como parte de la técnica de la desactivación, deben arrastrarse. Así es su condición de sometidos. Reptan ante un nuevo amo que no los quiere, aunque ellos no sienten odio por nadie, ni entienden por qué van a morir en una costa lejana por una guerra que pelearon sus padres. Sin embargo, entre el temor y el encono, surge la luz. En sus posiciones polarizadas existe un entendimiento. Después de todo, Rasmussen es también persona y tiene una moralidad innata. En las situaciones más terribles puede surgir la humanidad. Coproducida por Dinamarca y Alemania, y nominada al Óscar de este año, Bajo la Arena es una fría representación de los horrores de la guerra, desde una perspectiva emocional. Los muchachos no están en una trinchera. La Guerra terminó. Lo que más los agota es la amenaza permanente de dar un mal paso y terminar hechos pedazos a la orilla del mar. Sus días son de absoluta extenuación física y mental. Con una temática original que toma elementos de ficción para representar un incidente real, muestra las consecuencias funestas entre países de la revancha bíblica de “ojo por ojo”. A través de una mirada compasiva, le coloca a estos jóvenes alemanes una justa etiqueta de víctimas de la guerra que el gobierno de su país provocó. La película recuerda que en los tiempos de mayor crueldad, hay espacio para el perdón, el entendimiento y la reconciliación.

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