La película 'Museo” y el tráfico ilícito de bienes culturales

jueves, 29 de noviembre de 2018 · 18:14
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Para Xavier Betancourt, crítico de cine del semanario Proceso, la película Museo de Alfonso Ruizpalacios, que aborda el robo al Museo Nacional de Antropología (MNA) en la madrugada del 25 diciembre de 1985, es “un agasajo” porque el realizador esquiva hacer un documental. El propio director explicó el 17 de febrero pasado, en entrevista con la reportera Columba Vértiz de la Fuente en las páginas de la revista, que optó por una ficción apartada de la historia real porque los familiares de los presuntos ejecutantes, estudiantes de veterinaria Carlos Perches y Treviño y Ramón Sardina García, no aceptaron dar información para la cinta: “Para la ficción había situaciones que no cuadraban o no funcionaban en el marco narrativo. Entonces nos fuimos tomando licencias. Llegamos a la conclusión de que la cinta debía tomar su propio camino.” Vale la pena, sin embargo, recordar elementos que Proceso publicó tras aquel robo en su número 478, del 28 de diciembre pasado, porque no fue un hecho menor que se violentaran los protocolos de seguridad del museo más relevante del país y del mundo. El recinto que le dio a su constructor, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, reconocimiento internacional y tras ello recibió numerosas invitaciones para realizar otros museos en el mundo. En el proyecto de creación del MNA, impulsado por el entonces presidente Adolfo López Mateos y el secretario de Educación Pública Jaime Torres Bodet, participó un grupo de expertos en diversas disciplinas, entre quienes pueden mencionarse a Ricardo de Robina, Rafael Mijares y Jorge Campuzano, Iker Larrauri Prado, Mario Vázquez, Jorge Ángulo, Jorge Agostoni, Alfonso Soto Soria. Además de artistas plásticos, que plasmaron distintas obras: Leonora Carrington, Rafael Coronel, Arturo García Bustos, Jorge González Camarena, Adolfo Mexiac, Pablo O’Higgins y Rufino Tamayo, entre otros. Con el título “Sin recursos ante el pillaje”, los reporteros Óscar Hinojosa, Sonia Morales y Armando Ponce, escribieron sobre la indignación y polémica provocada, pues “el robo dio cuenta de la pobreza de recursos para cuidar el patrimonio que alojan los museos en todo el país, tanto de tipo económico como de decisión de las autoridades para hacer frente al problema, que ya había sido denunciado en el seno del mismo Instituto Nacional de Antropología e Historia” (INAH). Se hace una breve crónica de lo que el entonces titular del INAH, Enrique Florescano, respondió en una conferencia de prensa tan cuestionadora que “alzó la voz ante una insinuación de que era culpable”. Así respondió sobre el robo de las 140 piezas: “Yo no soy testigo clave, como usted me dice --contestó a un reportero español--, me niego a ser enjuiciado: soy responsable desde el primer día que asumí la dirección, lo soy como historiador, como funcionario y como mexicano”. Vulnerabilidad en todo el mundo Hizo ver mediante un listado de museos importantes del mundo, que cualquier sistema de protección es falible. La falta de presupuesto para contar con mejores métodos de vigilancia fue el más constante señalamiento de los expertos entrevistados, como Carlos Serranos, del Colegio Mexicano de Antropólogos, A.C., el arquitecto Carlos Flores Marini, Consuelo Sáenz de Pastor, del Museo Serralvo de Madrid, y la maestra Beatriz Barba de Piña Chan. Se reveló en otro texto que al INAH se le otorgaba sólo el 0.9 por ciento del presupuesto de la Secretaría de Educación Pública, de la cual dependía entonces (ahora lo hace de la Secretaría de Cultura): “A pesar de que su función contribuye a ‘hacer accesible la cultura a toda la población, con el propósito de enriquecer, afirmar y difundir los valores propios de nuestra identidad cultural’”, consignó el reportero Fernando Ortega Pizarro. No obstante, el MNA tenía un presupuesto de 51 millones de pesos “exclusivamente para la vigilancia”. El reconocido estudioso francés, autor de La vida cotidiana de los Aztecas en víspera de la conquista, Los olmecas y El arte del México antiguo, Jacques Soustelle, se dijo indignado y consideró el asalto como un crimen contra la humanidad. Atónito preguntó vía telefónica desde París, entrevistado por Enrique Maza, si las alarmas no habían sonado. “Culturalmente hablando, el valor de lo robado no se puede calcular. Son piezas que no se pueden reproducir, porque las civilizaciones que las produjeron han desaparecido hace siglos. Es una pérdida sin posibilidad de recuperación… Es una pérdida para la humanidad…” Los expertos coincidieron también en el hecho de que ningún museo podría adquirirlas y exhibirlas, siendo piezas tan reconocibles, por lo cual su destino era la venta a coleccionistas privados. El sentimiento de pérdida, indignación, agravio… no podía ser menor. En la película se esperaría “el remate de la inevitable moraleja”, dice Betancourt, y en vez de ello, el director “sondea el naufragio de los mitos de la clase media mexicana”. No hay lecciones morales. El único aprendizaje sea quizá que nada será suficiente ante quienes codician la posesión del arte, pero que nunca está de más una formación educativa de aprecio y defensa del patrimonio cultural propio y de la humanidad. Cuando se tiene, hechos como el incendio del Museo Nacional de Brasil, duelen a todos. Aunque es difícil predecir si habría menos robos y devoluciones de piezas sustraídas ilícitamente, porque como dice el director del filme, es difícil adentrarse en la mente de quienes cometen los hechos. La madrugada del 16 de julio de 1980, el Museo de San Carlos fue objeto del robo de cinco cuadros, realizados por Joos Van Craesbeeck, Ferdinad Van Kessel, Peter Paul Rubens, Anton Van Dick y Jacobo Rubusti, de la colección del Instituto Nacional de Bellas Artes. Antes, el 27 de junio, se había robado en el mismo lugar, una pieza de Pablo Picasso. Un robo más, en octubre de 1999, esta vez de un pectoral de jade, proveniente de la zona maya de Copán, Honduras, prestada por el gobierno de dicho país al Antiguo Colegio de San Ildefonso. La entonces directora, Dolores Beistegui dijo: “Todos mis colegas en Europa, Estados Unidos, Japón, saben que estas cosas suceden y lo más probable es que muchos de ellos lo hayan vivido”, señaló aclarando que no pretendía exculparse pues la “tragedia no debió pasar”. En junio de 2012, al asumir la presidencia de la reunión de la Convención contra el tráfico ilegal de bienes culturales, de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), realizada 40 años después de su creación en 1970, el embajador de México Carlos de Icaza, pidió que no pasaran tantos años para un nuevo encuentro. E hizo ver que México es una de las naciones más amenazadas por este fenómeno.

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