'Verano 1993”: una niña obligada a crecer

viernes, 20 de abril de 2018 · 18:54
MONTERREY, NL. (apro).- Frida no tiene padres. Su madre recién ha muerto. Le queda en la vida la parentela: abuelos, tíos, una prima. No obstante, la pequeña se siente sola. Nada en el mundo puede llenar el vacío que sufre por la pérdida reciente. Verano 1993 (Estiu 1993, 2017) es una conmovedora historia española sobre la dificultad de enfrentar una nueva realidad y el doloroso proceso de la adaptación. El mundo es muy complicado para sobrevivir en él y más cuando sólo se tienen seis años, y se comienza a vivir. La directora y guionista Carla Simón elige el camino apacible para explicar las tribulaciones de Frida, que se halla prematuramente en crisis. La historia, hablada en dulce catalán y con pinceladas autobiográficas, se ubica a principios de los noventa, en un poblado rural, en las afueras de Barcelona. En este sitio idílico se encuentran todo tipo de diversiones y aventuras, pero la huérfana no se siente a gusto, y expresa su malestar con depresión y agresividad. La madre ha fallecido por una enfermedad misteriosa que recientemente ha sido descubierta. La chiquilla ni siquiera entiende la causa, pero está abrumada y sus tíos y su pequeña prima Anna se convierten en el objeto de su ofuscación. El cine naturalista desplegado en esta austera producción es solidario con la niña y se compadece por su desdicha. El enorme bosque en el que habitan es una metáfora de la soledad que enfrenta ella, aislada de la sociedad y confinada a una existencia que no pidió. La cámara al hombro, sin ninguna toma fija, es como la mirada de otro pariente que está en la intimidad del hogar y atestigua en silencio los esfuerzos de la familia por superar la ausencia de la madre que, se infiere, sucumbió a los peligros de la vida loca que llevaba. Es ahí adentro, en la cocina, en la recámara, en el traspatio, donde se dirime una intensa batalla emocional, muy sigilosa, por encontrar un equilibrio entre vidas alteradas. Con planos largos y muchas tomas panorámicas se aprecian estupendos ambientes verdes, plagados de árboles, vegetación y agua. En esa escenografía de la naturaleza transcurren las existencias sin grandes sobresaltos. Estas personas no experimentan vuelcos espectaculares en sus vidas. Parece, por momentos, que ni siquiera actúan para la cámara, y que sólo viven sus existencias sencillas. La tensión está en la conducta voluble de la niña a la que no se le puede acusar de nada, aun si sus acciones se desvían hacia travesuras que exponen a riesgos a su pequeña prima. Sorprenden las actuaciones de las dos niñas, que se llevan la película por entero. Laia Artigas, en el rol protagónico, demuestra una asombrosa intuición histriónica para moverse en un amplio rango emocional que va de la alegría a la decepción, pasando por la angustia, la desolación y hasta el arrepentimiento por su renuencia a adaptarse. Su compañerita, la actriz Paula Robles, casi bebé, también es un complemento de apoyo maravilloso para integrar a la pareja que vive en su propio mundo infantil, rodeada de adultos que, pese a todo, se esmeran por hacerlas felices. Dirigida a un público mayor e incomprensible para los menores, Verano 1993 es una película para gustos muy particulares. No cualquiera encontrará suficiente recompensa en la contemplación de un drama sereno sobre una niña que es obligada por las circunstancias a crecer.

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