'Capitalismo antidrogas. Una guerra contra el pueblo”

jueves, 26 de abril de 2018 · 12:47
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Sociedad Comunitaria de Estudios Estratégicos y Libertad bajo palabra editan el escalofriante estudio de 272 páginas y ocho capítulos de la canadiense Dawn Marie Paley titulado: Capitalismo antidrogas. Una guerra contra el pueblo (libertadbajopalabra@riseup.net). El volumen surge de un deseo de considerar motivaciones y factores alternativos para la guerra antidrogas, específicamente la expansión hacia territorios y espacios sociales nuevos o previamente inaccesibles. Además de enriquecer a los bancos estadunidenses, financiar campañas políticas y alimentar un redituable comercio de armas, la imposición de políticas antidrogas puede beneficiar a empresas petroleras, gaseras y mineras trasnacionales, así como a otras grandes corporaciones. Hay también otros sectores beneficiados por la violencia: las industrias maquiladoras y las redes de transporte, así como un segmento del sector comercial y de venta al menudeo representado por Walmart, e intereses en bienes raíces de México y Estados Unidos. La guerra antidrogas es un remedio a largo plazo para los achaques del capitalismo, que combina la legislación y terror en una experimentada mezcla neoliberal para infiltrarse en sociedades y territorios antes no disponibles para el capitalismo globalizado. La propuesta es repensar la llamada guerra antidrogas. No se trata de la prohibición ni de la política de narcóticos. En cambio, Dawn Marie Paley señala cómo el terror es usado contra la población de la ciudad y del campo, y cómo, al lado de esta política cuyo resultado es el pánico, se implementan políticas que facilitan la inversión extranjera directa y el crecimiento económico. Este año electoral en México, escribe la autora al final de Capitalismo antidrogas, la hizo sentir “mucha urgencia” en sacar este texto después de varios años de diálogos y decepciones con varias casas editoriales: “En realidad, las relaciones de cercanía entre las élites políticas en México y el gobierno de Trump son una continuación más ruda de lo llevado a cabo durante los ocho años de Obama. Llegando a las elecciones mexicanas de 2018, tenemos por qué preocuparnos: en el plano político de los últimos años hemos presenciado la legalización de un fraude electoral en favor del PRI en Coahuila, la fuga de varios exgobernadores tras su mandato y las conexiones entre éstos y grupos del crimen organizado, y también el desvío de fondos federales a favor de las campañas y los oficiales del PRI en Chihuahua. Esta máquina electoral, en conjunto con la militarización y la paramilitarización del país, nos esclarece que los intereses políticos de los grupos más poderosos de México no se someten a los procesos democráticos, sino se imponen sobre los pueblos.” El volumen se divide en los capítulos: “Capitalismo antidrogas”; “Definir la guerra antidrogas”; “Colombia, una mirada hacia el sur”; “México, las reformas de la guerra antidrogas”, “Plan México y la militarización”; “México, paramilitarización y guerra antidrogas”; “El capitalismo de la guerra antidrogas en Guatemala”; “El capitalismo del narco en Honduras”, más una conclusión y el epílogo de la autora. Enseguida reproducimos el prefacio elaborado por Jorge Comensal para Capitalismo antidrogas. Una guerra contra el pueblo. Prefacio del traductor A dos meses de la desaparición física de los 43 normalistas de Ayotzinapa, me encontré con este libro recién publicado por la estupenda cooperativa AK Press. Comencé a leerlo con hambre, con ansias de que me ayudara a comprender la violencia que estaba (y sigue) devastando a México y Centroamérica. Al terminar de leer Drug War Capitalism (el 5 de diciembre de 2014), me apresuré a buscar el correo electrónico de la autora, y le escribí para decirle que deseaba traducirlo al español. La indignación y la impotencia ante los efectos de la guerra contra las drogas en México me causaban una enorme frustración, y contribuir a divulgar el trabajo de Dawn Paley me pareció una forma constructiva de protesta. En mi carta le comenté a Dawn que yo vivía en la Ciudad de México, y ella me respondió esa misma tarde para proponerme que nos viéramos el lunes siguiente en un café de Coyoacán (entonces no sabía que ella, de origen canadiense, vivía en la ciudad de Puebla). Y así empezó el camino hacia Capitalismo antidrogas. Traducir el libro fue penoso y terapéutico a la vez. Por un lado, me dolía leer y reescribir el testimonio de las víctimas entrevistadas por la autora, así como las cínicas declaraciones de los que han promovido esta guerra; por el otro, me consolaba pensar que este ejercicio serviría para desmentir la idea de que la guerra contra el narco es un esfuerzo legítimo por controlar el tráfico de drogas y el crimen organizado, cuando en realidad se trata de una campaña bélica que sólo sirve para incrementar el control socioeconómico de las élites (narcos, políticos y capitalistas) sobre la población. Los acontecimientos de los últimos años confirman la tesis sostenida por el libro: que el Plan Colombia, la Iniciativa Mérida y otros programas trasnacionales, lejos de disminuir la producción y exportación de drogas hacia Estados Unidos, multiplican la violencia contra la sociedad civil, contribuyen al despojo territorial de los pueblos originarios, y modifican las leyes y dinámicas económicas en favor de los grandes capitales: mineras y agroindustriales que expolian los territorios desocupados, maquiladoras que explotan a los trabajadores reprimidos por el clima de violencia, empresas demasiado grandes para ser víctimas de la extorsión. Daré un ejemplo sintomático: tras un robo millonario de oro en una mina de Sinaloa a principios de abril de 2015, Rob McEwen, dueño de la empresa que explota la mina, declaró en la televisión canadiense: “Los cárteles están activos allá abajo [refiriéndose a esa región de México]. Generalmente tenemos buena relación con ellos. Si queremos ir a explotar a algún lado les preguntamos y te dicen ‘No’; pero luego dicen, ‘Regresen en un par de semanas cuando terminemos lo que estamos haciendo’”. Aunque el escándalo producido por esta declaración obligó al empresario canadiense a retractarse, sus palabras revelan que los poderosos inversionistas extranjeros no se sienten amenazados por los cárteles del narcotráfico; a los que sí temen son a los líderes sociales que se oponen al despojo de los recursos naturales: a Mariano Abarca, el líder chiapaneco al que un sicario vinculado con la minera canadiense Blackfire asesinó en 2009; o a Javier Cruz, campesino defensor de los bosques de Petatlán, Guerrero, asesinado en 2011 presuntamente por órdenes de Rogaciano Alba Álvarez, a quien Cruz había denunciado como autor intelectual del feminicidio contra la defensora de los derechos humanos Digna Ochoa. Rogaciano Alba fue líder ganadero y alcalde priista de Petatlán, Guerrero, aliado al mismo tiempo de la maderera estadunidense Boise Cascade (contra la que Javier Cruz y otros ecologistas amenazados protestaban), del cártel de Sinaloa y La Familia Michoacana. Casos como los anteriores son una muestra de los complejos vínculos entre los narcos, el Estado y el capital trasnacional; este libro es una aportación muy valiosa para entender el papel que la guerra antidrogas juega en este contexto. En la oscuridad de esta guerra han desaparecido decenas de miles de personas, entre ellas los 43 normalistas de Ayotzinapa. Ojalá que este trabajo sirva como una luz para seguir buscándolas. (Jorge Comensal)

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