'Crimen en El Cairo”: asesinato, poder y corrupción

viernes, 4 de mayo de 2018 · 15:27
MONTERREY, Nl. 4 de mayo (apro).- El realizador sueco Tarik Saleh echa una rápida ojeada en el sistema judicial de Egipto, para decirle al mundo que el país es un asco. La peor pesadilla del ciudadano que busca protección de las instituciones se materializa en este país, donde nada importa más, a los hombres de la ley, que obtener beneficio de las denuncias, juicios, aprehensiones, homicidios. Crimen en El Cairo (The Nile Hilton incident, 2017) es un elegante thriller policiaco, con matices políticos, que exhibe con brutalidad el inexistente apego a la legalidad en la tierra de los faraones. La anécdota aquí relatada bien pudo ocurrir en cualquier otro país de América latina, región ahogada también por la deshonestidad de sus funcionarios. Pero llama la atención que la producción sea africana, pues el continente ofrece a Occidente, principalmente, cintas coloridas, romances y dramas inter raciales, no policiacos. Como una especie de Los Ángeles al Desnudo (L. A. Confidencial, 1997), ubicada en el corazón de Egipto, la historia de corte noir parte del asesinato de una dama famosa en el interior de un hotel. Pese a que el crimen tiene una firma de saña, los investigadores determinan que la muerte fue un suicidio. El año es 2011 y los jóvenes han tomado las calles para pronunciarse contra el régimen. En una época de revuelta, lo que menos quieren las autoridades es otro lío, por lo que deciden recibir una gran billetiza y dar el carpetazo. Pero hay un policía que hará la diferencia. El maravilloso papel del agente Noredin (Fares Fares) está lleno de contrastes. Es una piltrafa, consumido por la misma inercia de deshonestidad que arrastra a toda la corporación. Tiene un entorno familiar desastroso. Vive solo, alivia el aislamiento con estupefacientes y acepta con gratitud los sobornos. Los jefes le ordenan que deje el caso, a fin de cuentas no es más que el de otra prostituta cara muerta. Pero el expediente apesta, porque pronto descubre que en el ilícito están involucradas personas de la más alta esfera de la política nacional, lo que lo lleva a meterse a un entramado aún mayor de corrupción criminal, con una vertiente de chantajes, que involucra, incluso a los mandos policiacos. No hay motivo por el que este detective continúe las indagaciones. Se está enfrentando a poderosos y, en la corporación, pocos quieren protegerlo. La regla dice que debe guardar silencio y recibir dinero para no hacer nada. Pero algo obliga a Noredin romper los códigos. Se reinventa, enfrentándose a quienes eran sus amigos y protectores. Saleh es prolijo al presentar detalles de las miserables barriadas, filmadas en Marruecos, aunque como un retrato muy parecido al de la capital egipcia. En un entorno tan cálido, con escasas lluvias, todo está cubierto por el polvo y la cochambre, como la moral misma nación. Abundan los migrantes nubios. Uno de ellos una camarera del hotel, es testigo clave del crimen. El policía siente un llamado de humanidad, una alarma interna que se enciende, para conectarse con su sentido del deber, que lo lleva a enfrentar a influyentes y poderosos, aún a costa de su propia vida. No tiene conexión con la chica, pero sabe, íntimamente, que necesita protegerla. El epílogo tiene numerosos simbolismos. La revolución ya está instalada en el país. Los estudiantes protestan en las calles. El policía, pistola en mano, clama por hacer que la ley se imponga. Hasta el último momento buscará que la justicia prevalezca. Crimen en El Cairo es una grata sorpresa de cine detectivesco, con un buen retrato del policía perdedor que se juega su última carta para recuperar su dignidad.

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