'Hambre”: Una historia de perros

martes, 5 de junio de 2018 · 10:21
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Los perros ladran, corren de un lado a otro, se extrañan de que la humana que cuidaba de ellos no despierte, no les dé de comer, no los saque a jugar, ni se preocupe porque no dejen sus excrementos en el piso de la sala. Tres perros, tres personajes interpretando el carácter particular de cada raza, sin aditamentos ni orejas de peluche o cola de cordón. Tres perros haciendo piruetas desde su humanidad perruna. Quién es más perro, nos preguntamos. En la obra de Jimena Eme Vázquez, Hambre, un Border Collie (Alejandra Reyes), un Cocker Spaniel (Fernanda Aragón) y un Bulldog (Juan Carlos Medellín) descubren que la humana de los perros no se levanta de la cama y tiene botes de medicina tirados por todos lados. Ella no despierta, ella se ha suicidado. El abandono de su ama los lleva a resolver el hambre que crece cada vez más, y a descubrir, desde su personalidad, cómo resolver el problema. La comida está bajo llave porque el Border Collie, la cachorra del grupo, todo se lo come, y el hombre que toca la puerta no entiende sus ladridos desesperados desde el interior. Jimena Eme Vázquez crea una atractiva situación dramática y la desarrolla con gracia. Utiliza el humor y distintos recursos dramáticos que posibilitan el encierro, para llevarnos hasta lugares oscuros del instinto y la necesidad, de la traición y la perversidad. Salta a la vista el carácter de cada perro y la autora los define muy bien. Los actores se apropian de su perro y le dan vida. Alejandra Reyes, una cachorra inquieta e inocente; y Fernanda Aragón, la seria y cauta de la manada, no sólo caracterizan a su perro, emprenden una búsqueda interpretativa y le imprimen una personalidad a través de acciones pequeñas, gestos y hasta miradas. Juan Carlos Medellín caracteriza al Bulldog viejo, cansado, y el de la experiencia, pero nada más. La dirección de Fernando Reyes es un tanto sucia porque se empalman los personajes cuando van y vienen y no hay una intención de armonía o contraste en el movimiento. Sólo corren o se echan, se sientan o brincan y ladran frente a la puerta. Es ingenioso que vayan apareciendo en el piso los excrementos de los perros, aunque se note que son ellos mismos los que los ponen. La escenografía e iluminación de Miguel Moreno Mati no es muy atractiva visualmente, y molesta la decisión de abrir la puerta del desahogo e incorporarla al espacio escénico, ya que el espectador ve una luz permanente a lo lejos, algunos botes de pintura o cosas que tal vez tienen que ver con el camerino. La elección de tomar a los perros como personajes escénicos provoca en el espectador una sensación especial que rompe con lo acostumbrado, sobre todo cuando no se les impone una caricaturización, como en esta obra. El director de Hambre logra esta experiencia por el concepto de puesta en escena que plantea. Hemos visto otras propuestas en el sentido de encontrar la esencia animal en el cuerpo de un humano. Tal es el caso de Sr. Perro, dirigida por Gabriel Figueroa Pacheco, y Lo que queda de nosotros, de Alejandro Ricaño y Sara Pinet, donde vemos la relación del animal con su humano. En la obra de Jimena Eme estamos ante las relaciones que se generan en la manada cuando han perdido a su humano. Hambre (Teatro La Capilla) es una propuesta interesante que sorprende por sus giros, por la tensión que genera y, sobre todo, por la manera de interpretar el mundo de los perros, tan humanos y tan animales al mismo tiempo. Esta reseña se publicó el 13 de mayo de 2018 en la edición 2167 de la revista Proceso.

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