José José: 'Los príncipes también lloramos”
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Aquella mañana de enero, José José, El príncipe de la canción, me recibió como en los viejos tiempos, con los brazos abiertos y cantando:
Ya lo pasado, pasado, no me interesa…
“Soy el mismo a mis 45 años de edad. Sólo que mejor, aunque nos falten los tragos y las nenas, ¿recuerdas? Año nuevo, vida nueva. Estamos en 1994 y la vida ha comenzado para mí otra vez, gracias a Dios. Tenemos que vivirla, no hay de otra…”.
José José me abrazó jovial y sentí el sufrimiento en su pecho, bajo la solapa del traje y la corbata clara, así como la amargura entre su mueca facial. Acababa de recuperarse tras su divorcio de Anelle y había superado otra crisis alcohólica. Me sirvió café. Se levantó con esfuerzo y del montón de frascos médicos en la mesa, jaló una píldora y la tragó con un vaso de agua. Cojeaba de un malestar en la pierna izquierda, apoyándose con bastón. Encendimos un cigarro.
–¿Qué pasó, mi príncipe?
–Que cuando uno toma un poco, puede alcanzar el grado llamado “alfa” y crear obras maestras. Muchas de las genialidades artísticas de la historia han ocurrido en esos períodos de plena lucidez. Todos los que hemos experimentado el grado alto, entendemos por qué nos gusta el alcohol. Lo creativo que tiene el beber te captura; nos enamoramos del vino. Son terrenos de Dios.
“Como en las caricaturas de Popeye el marino, donde se te aparece un angelito que te dice: ‘Ándale, prueba un poquito, pero nada más’. Y el diablito sale y: ‘No, llégale más, ¡embriágate!’, al rato ya no sientes nada y cambias de bebida o de droga. Y el diablo muerto de la risa al verte así”.
–Pues enhorabuena que estás del otro lado. Ya serán 26 discos con las canciones para el nuevo que acaba de componerte Manuel Alejandro…
–La cosa es así y déjame gritarlo: ¡Qué padre cuando el público te busca, porque es un apoyo valiosísimo! Si no me he muerto es por él. No puedo tapar el sol con un dedo, ponerme una careta y decir: “No soy quien soy”, porque eres una persona que te debes a tu público y ahí estás, con tus células adormecidas, si quieres. Con la depresión, que es también otra enfermedad, en plena antítesis de la vida. ¿Qué haces? Te suicidas. La gente cree andas en el puro ji-ji-jí y ja-ja-já y eres un borrachote, que siempre está de fiesta y de parranda en parranda. No, mano… Y no sales y nomás no sales.
–Sólo por la fuerza de tu voluntad.
–Sí, me salvé. Y una manita de mis cuates que me llevaron a un centro hospitalario gringo. Y la religión. Todos tenemos una herencia de nuestro padre, Dios, que son los sentimientos. Estás hasta atrás, pero tienes la conciencia divina.
“Yo heredé de mi madre el gusto por la gente, sería un buen jefe de relaciones públicas. Pero el legado de mi padre natural fue el alcoholismo, pues él murió por alcohólico, a mi edad. Mi carrera es muy bonita, pero como lleva el camino de la fama, es un broncón ser una figura pública. Hagas o no hagas, la envidia provoca que te publiquen mentiras a cada rato.”
La fe mueve montañas
Recordamos sus inicios cuando tenía 15 años, con el grupo de rock Los Heartbreakers y “todo era felicidad”.
–Eran otros tiempos, Roberto…
“Cuando no manejas tus emociones, llega la angustia. Desde mi divorcio para acá me vine abajo. Intenté salvar el matrimonio, dos veces en Miami y en México, con mis hijos. Valió la pena, pues supimos que la relación no era sana. De ahí para acá, la debacle total.
“El año pasado me dieron un periodicazo desde el Ecuador, donde me exhibían beodo. Me interné y en la radio anunciaron que había muerto. Incluso, un reportero escribió que mi delgadez era producto del sida”.
–¿Te mataron?
–¡Me enterraron! Y tuve que llamar desde Minesotta, donde estuve en una escuela de recuperación para que pararan todos los homenajes. Se la pasaban cantándome “Las golondrinas” Muy caro, eso sí, pero muy efectivo; te tienen protegido, checado… Cuando se te acaban los recursos humanos para luchar contra la enfermedad, tienes que ponerte en manos de Dios.
“Cuando retomé la conciencia, vi a mis amigos de siempre: Ricardo Rocha, Tina Galindo, Fanny Schatz, Darío León, Antonio Menumea, quien estuvo las 24 horas conmigo en el Hazelden, que no es un hospital en sí, es una academia”.
–¿Sentías colgar los tenis?
–La muerte, efectivamente. Pero salí… Soy una gente común y corriente, porque tengo el mismo proceso de maduración que tú, a veces menos o más doloroso, pero otros se la llevan peor. Nunca me quejo cuando me va bien, pero que no caiga en cama, porque, como todos, ya estoy aullando por Dios. No hay nada como recuperarse, para ti y para Dios. Nadie nos puede ayudar sin su ayuda. Me lo dijeron allá, en Estados Unidos, y ya lo sabía porque había ido a Alcohólicos Anónimos.
–La fe mueve montañas.
–Definitivamente. Soy creyente, y dije: “Me voy por aquí”. Cuando recobré la conciencia, estaba maravillado: “¡No me pasó nada! Ya no volveré a tomar, Dios mío, ¡gracias!” Todo me lo dieron: desde cómo te afecta el alcohol, cómo aprender a manejar tus resentimientos, y hasta cómo aprender a perdonarte a ti mismo y a los demás.
–¿Tu mayor rencor?
–El dinero, porque me trajo tanto dolor. Nunca me importó y se lo di a gente a la que amaba y tenía confianza. No iba a darlo a quien no conociera. Y a quien se lo di, se lo llevó y abusó de mi confianza. Las traiciones más grandes que he recibido de hombres y mujeres han sido por dinero. No tengo un centavo. No soy inteligente para ahorrar; pero como dice el refrán: Tanta culpa tiene el que abre el arca y la deja abierta, como el que roba el arcón.
–¿No te sientes solo?
–No, porque tengo la música. Ojalá que quienes lean esto, sean lo suficientemente jóvenes para aprender de mi experiencia. Tengo que cantar.
Y repitió:
El ayer, ya olvidé, ya olvidé
Pido un aplauso para el amor que a mí ha llegado
Entonces, se le salió una lágrima y apagué la grabadora. Me despidió con un sollozo:
“Perdóname. Los príncipes también lloramos.”