"La guerra zapatista, 1916-1919", de Francisco Pineda Gómez
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Con el tomo cuarto de Francisco Pineda Gómez (Taxco, Guerrero, 1955) La guerra zapatista, 1916-1919, concluye la tetralogía cuya construcción inició el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) hace treinta años.
Aquí, el autor establece nuevas formas de entender lo ocurrido en México durante la guerra civil que se llevó a cabo entre 1915 y 1919, especialmente en Morelos y zonas aledañas. Junto a la resistencia denodada de los pueblos, se reconstruye en meticuloso detalle cómo esa guerra civil devino en una guerra contrainsurgente de exterminio y cómo culminó en genocidio.
Por cortesía de Pineda Gómez y Ediciones Era, ofrecemos a nuestros lectores un fragmento del comienzo de este volumen.
Introducción
A mediados de octubre d 2015, el gobierno de Estados Unidos reconoció a Venustiano Carranza como presidente de facto. Al mismo tiempo, el Ejército Constitucionalista inició la guerra de exterminio –así llamada por el general Pablo González—contra la revolución campesina de México.
Poco después, al final de la primera decena de marzo de 1916, el ejército de Estados Unidos invadió la República, una vez más, En forma simultánea, el ejército carrancista invadió Morelos. Finalmente, ambas invasiones, en Chihuahua y en Morelos, concluyeron el mes de febrero de 1917. Pues no sólo hubo sincronía en las acciones; además, estos gobiernos y ejércitos mantuvieron una estrecha colaboración operativa.
El petróleo y el material de guerra fueron elementos clave en esa alianza. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), las grandes compañías extrajeron de México más de 218 millones de barriles de petróleo, lo que representa un saqueo a gran escala. A nivel mundial, tal cantidad de petróleo sólo fue sobrepasada por Estados Unidos y Rusia. Por otro lado, en el campo de operaciones, la invasión del ejército estadunidense en Chihuahua hizo que el Ejército Constitucionalista pudiera destinar gran parte de sus tropas y mandos a la campaña contra el zapatismo. En las operaciones del sur participaron contingentes carrancistas de muchos estados de la República, pero la gran mayoría eran de Coahuila. Tal desplazamiento sólo fue posible porque –además de las fuerzas que entraron a Chihuahua-- Estados Unidos concentró en la frontera de Texas a cien mil soldados dispuestos a intervenir.
En Morelos, el ejército invasor arrasó con todo; en el seno de las familias, en campos y poblados, destruyó y saqueó los medios de vida, las siembras, las semillas, los ingenios azucareros, líneas de ferrocarril y telégrafos. La devastación y el genocidio racista fueron enormes. El estado de Morelos sólo recuperó su tamaño demográfico hasta 1940. El ejército carrancista no contaba con bombas de napalm, pero se dio a la tarea de fabricar granadas de gas asfixiante durante la Primera Guerra Mundial –con tecnología adquirida por Estados Unidos. Aquí, sin embargo, esas granadas no se fabricaron para una contienda contra otro país, sino para la guerra interior: la guerra de exterminio contra la revolución del sur.
Los pueblos y su Ejército Libertador resistieron. Fueron protagonistas de una gesta heroica y lograron derrotar la primera invasión por medio de una fuerte campaña militar que duró ocho meses. Pero el daño que provocó el ejército invasor fue irreparable. Tal es el contenido de la primera parte de esta obra.
Lo que vivió la gente en aquel tiempo es indispensable. Se pueden citar muchos testimonios contenidos en los archivos, y el lector podrá constatarlo en este libro. Pero ¿cómo se podría narrar el enorme dolor que sufrieron las familias a causa de los secuestros masivos de población civil en territorio insurgente? ¿Cómo describir la pena que provocó ver que la gente moría de hambre en las calles de los poblados o el llanto de civiles y milicianos debido a las ejecuciones sumarias y los incendios de las casas? ¿Qué esfuerzo y convicciones son indispensables para realizar una marcha de más de mil kilómetros, en combate, desde Cuautla hasta la frontera del sur? ¿Cómo valorar el trabajo necesario de cada guerrillero para llevar a cabo 1,328 acciones armadas en dos años?
En el periodo siguiente, hasta noviembre de 1918, la revolución trató de reorganizar a las fuerzas civiles y militares, reconstruirla vida y apertrecharse. Al mismo tiempo, el Cuartel General buscó en forma constante la unificación revolucionaria contra el gobierno de Venustiano Carranza. No se consiguió. Pero el Ejército Libertador extendió su zona de operaciones a once estados de la República, fuera del cerco que la contrarrevolución mantuvo sobre Morelos.
Tampoco tuvieron éxito las misiones internacionales que Emiliano Zapata encomendó a Octavio Paz Solórzano, Jenaro Amezcua y Antonio Soto y Gama para conseguir pertrechos de guerra en el extranjero de forma clandestina. Ni hubo resultados por otras vías, como la compra de un embarque de armas y municiones que estuvo disponible en España o por medio del reconocimiento como fuerza beligerante.
En ese tiempo, la revolución campesina de México llevó a cabo otras importantes tareas. Estableció más de cien escuelas en el territorio recuperado: Morelos y zonas de Puebla, el Estado de México y Guerrero. Se efectuaron elecciones en por lo menos ochenta y una localidades, bajo el principio revolucionario de establecer el gobierno del pueblo por el pueblo. Asimismo, se organizaron asociaciones locales para defender los principios revolucionarios, conferencias en los poblados, prensa y un sistema defensivo de los civiles. Al interior del Cuartel General, en Tlaltizapán, se establecieron departamentos –Hacienda, Justicia e Instrucción Pública, por ejemplo— para tratar de suplir las funciones que tenían los ministerios en la desaparecida Convención.
Por otro lado, la jefatura del Ejército Libertador tuvo noticias del espionaje carrancista dentro de la zona insurgente. Pero no fue posible detectar el trabajo enemigo dentro de las filas surianas. Esa limitación derivó en una grave crisis interna relativa a los generales Francisco Pacheco, Leonardo Vázquez, Domingo Arenas, Otilio Montaño y el asesinato de Eufemio Zapata.
En el segundo semestre de 1918, la pandemia de influenza debilitó aún más a los pueblos y a los contingentes guerrilleros. En diciembre de ese año, cuando el ejército de Estados Unidos ya había cumplido su intervención en la Primera Guerra Mundial, el ejército carrancista emprendió la segunda invasión de Morelos. En poco tiempo, el 10 de abril de 1919, logró el propósito de que Emiliano Zapata, general en jefe del Ejército Libertador, cayera en una emboscada fatal.
A grandes rasgos, con eso concluye la segunda parte del libro. Fue necesario decidir en qué momento hacer el corte. Las principales consideraciones fueron dos. El 4 de septiembre de 1919 se llevó a cabo la votación que designó a Gildardo Magaña para sustituir a Zapata. Pocos días después, el 29 de octubre, Magaña presentó su rendición ante Pablo González. Hubo jefes que siguieron en armas, pero ya no defendieron el Plan de Ayala; enarbolaron el Plan de Agua Prieta, obregonista, y pactaron con el jefe de la guerra de exterminio, Pablo González. El corte definitivo de la revolución quedó marcado con el asesinato de Emiliano Zapata.
Recuperar tierras, montes y aguas –usurpadas desde la época de Hernán Cortés—y defenderlas con las armas en la mano; suprimir el ejército permanente y sustituirlo con el pueblo armado, e instaurar el gobierno del pueblo por el pueblo fueron tres principios y tres prácticas fundamentales de la revolución campesina de México. La liberación nacional y la liberación social contra el coloniaje y el capitalismo estuvieron indisolublemente unidas por medio de la acción directa del pueblo, en la tierra, en las armas y en el gobierno.
Este libro es la continuación de tres anteriores, publicados por Ediciones Era: La irrupción zapatista, 1911; La revolución del sur, 1912-1914 y Ejército Libertador, 1915. Así pues, con el trabajo que entrego ahora, La guerra zapatista, 1916-1919, concluye la tarea de investigación asumida hace treinta años, cuando elaboré el proyecto de investigación general.
La experiencia adquirida en ese tiempo ha sido muy importante. Nunca imaginé que existiera la cantidad enorme de información disponible acerca de la revolución del sur. Al inicio, con gran ignorancia, pensé que terminaría la investigación en dos años. Pero en cada tramo las sorpresas fueron mayores. Para el trabajo actual, agregué al acerbo digital y a la base de datos –consignados en el tercer libro—el procesamiento de más de 25, 500 folios. En cantidad menor, hay documentos del archivo histórico del ejército federal y el histórico del Departamento de Estado, donde se encuentran copias de los informes semanales acerca de la situación de México elaboradas por las fuerzas armadas de Estados Unidos: el ejército y las flotas del Pacífico y el Atlántico.
Pero aún quedan fuentes documentales por rescatar, especialmente los archivos del Cuartel General que capturó el ejército carrancista. Además, los jóvenes compañeros que estudian el zapatismo han podido constatar que ahí es posible recuperar gran cantidad de información.
Otro aspecto decisivo para llevar a adelante el proyecto general de investigación ha sido la solidaridad que he encontrado en muchas personas. En una ocasión, después de escuchar la experiencia de Jaime Vélez con el archivo de Genovevo de la O, le pedí que conversáramos sobre el proyecto que yo tenía en mente. Me recomendó buscar a Laura Espejel, y ahí comenzó una lección fundamental. Pude valorar la labor de los jóvenes estudiantes que, en la década de 1970, se dedicaron a recoger testimonios directos de los sobrevivientes, además de rescatar, organizar y catalogar documentos y analizar sus contenidos. (…)
El estudio para este libro se realizó en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, como parte de las actividades en la línea de investigación Cultura y Conflicto.
(Francisco Pineda Gómez, 8 de mayo de 2018.)