'Siete tipos de ateísmo”, de John Gray

miércoles, 12 de junio de 2019 · 21:21
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El pensador inglés John Gray (South Shields, 1948) escribe en el primer capítulo del volumen Los siete tipos de ateísmo (Editorial Sexto Piso, traducción de Albino Santos Mosquera, 228 páginas): “Los nuevos ateos han centrado su ofensiva en un aspecto muy limitado de la religión que, pese a su reducido alcance, ni siquiera han logrado entender. Concibiendo la religión como un sistema de creencias, la han atacado como si no fuera más que una teoría científica obsoleta. De ahí el ‘debate sobre Dios’, una tediosa repetición de la antigua querella victoriana entre ciencia y religión.” Gray, autor de El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos (2013), La Comisión para la inmortalización. La ciencia y la extraña cruzada para burlar a la muerte (2014), El alma de las marionetas. Un breve estudio sobre la libertad del ser humano (2015) y Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía (2017), todos publicados por Sexto Piso, prosigue así (parte primera “El nuevo ateísmo. Una ortodoxia del siglo XIX”): “Pero la idea de que la religión no consiste más que en un puñado de teorías desacreditadas es en sí una teoría desacreditada: una reliquia de esa filosofía decimonónica que fue el positivismo”. A continuación, ofrecemos a nuestros lectores uno de los fragmentos de la introducción “Cómo ser un ateo”, intitulado precisamente… Siete tipos de ateísmo En el libro Seven Types of Ambiguity [Siete clases de ambigüedad] (1930), Empson --cuya particular versión de ateísmo comento en el capítulo quinto--mostró hasta qué punto el lenguaje podía ser indefinido y abierto sin ser engañoso. La ambigüedad, sugería él, no es un defecto, sino una parte misma de la riqueza del lenguaje. Lejos de significar un equívoco o una confusión, las expresiones ambiguas nos permiten describir un mundo fluido y paradójico. Empson reservaba esa versión de la ambigüedad principalmente para la poesía, pero es también esclarecedora cuando la aplicamos a la religión y al ateísmo. Tras definir la ambigüedad como “todo matiz verbal, por ligero que sea, que deje margen para reacciones alternativas a esa misma pieza lingüística”, señalaba que “todo enunciado en prosa puede calificarse de ambiguo”. La claridad total es imposible. “Se puede avanzar mucho en hacer la poesía inteligible –escribió Empson—discutiendo la variedad de significados resultante”. Eran los matices de significado, por lo tanto, lo que hacían posible la poesía. Es un libro posterior, The Structure of Complex Words (1951), Empson mostró cómo los términos aparentemente más claros y directos están “llenos de doctrinas” que hacían equívoco su significado. No hay ninguna simplicidad oculta detrás de las palabras complejas. Inherentemente plurales en su significado, las palabras hacen posible diferentes modos de ver el mundo. Aplicando el método de Empson, examinaré aquí siete tipos de ateísmo. El primero de ellos –el denominado “nuevo ateísmo”—contiene poco que sea novedoso o interesante. Tras el primer capítulo, ya no volveré a referirme a él. El segundo tipo es el humanismo laico o secular, una versión hueca de la creencia cristiana en la salvación a través de la historia. En tercer lugar, está el tipo de ateísmo que crea una religión a partir de la ciencia, una categoría en la que se incluyen el humanismo evolucionista, el mesmerismo, el materialismo dialéctico y el transhumanismo contemporáneo. En cuarto lugar, están las religiones políticas modernas, desde el jacobinismo hasta el comunismo, pasando por el nazismo y el liberalismo proselitista contemporáneo. En quinto lugar, está el ateísmo de quienes odian a Dios, como el marqués de Sade, Iván Karamásov (el personaje de ficción de Dostoievski) y el propio William Empson. En sexto lugar, hablaré de los ateísmos de George Santayana y Joseph Conrad, que rechazan la idea de un dios creador y no compensan ese rechazo con devoción alguna por la humanidad. Y en séptimo (y último) lugar, está el ateísmo de Schopenhauer y las teorías negativas de Baruch Spinoza y el fideísta judeorruso de comienzos del siglo XX, Lev Shestov, que apuntan, de diferentes formas, a un Dios que trasciende cualquier concepción humana. No tengo interés alguno en convertir a nadie en uno de estos ateísmos ni en hacer que nadie reniegue de ninguno de ellos. Pero dejaré muy claras mis propias preferencias al respecto. En concreto, rechazo las cinco primeras variedades y me inclino por las dos últimas, que son las de aquellos ateísmos encantados de vivir en un mundo tal cual es, sin dioses o con un Dios innombrable.

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