'¡Te tenemos noticias, Antonieta!”

martes, 25 de junio de 2019 · 08:05
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La vida (y el teatro) te da sorpresas, como dice la canción. Una sorpresa teatral alucinante tuvo lugar el pasado sábado 22 de junio en la ya restaurada Casa Rivas Mercado, en la colonia Guerrero, en el mismo salón donde el famoso arquitecto Antonio Rivas Mercado, y su también conocida hija Antonieta, celebraban fiestas a principios del siglo XX. Entre los reconocidos invitados estaban el músico Carlos Chávez, los escritores Salvador Novo y Andrés Henestrosa, el dramaturgo Celestino Gorostiza, la actriz María Tereza (sic) Montoya, los pintores Antonio Ruiz El Corcito, Diego Rivera y Manuel Rodríguez Lozano, el propio presidente Porfirio Díaz, la familia de Francisco I. Madero y José Vasconcelos. Se trató de una representación que hizo volar ante los espectadores los espíritus que poblaron esa mansión. La casa es sin duda un escenario único. Después de ser propiedad de los Rivas Mercado pasó a alojar una escuela y en otro tiempo fue abandonada. Pero hoy, tras un trabajo impresionante de restauración (mosaicos encargados a la fábrica antigua original y otros detalles) luce como lució en el porfiriato, en los inicios de la Revolución, en los tiempos vasconcelistas… Y es el escenario único también para esta función de ¡Te tenemos noticias, Antonieta!. No hubo más escenografía que una pequeña mesa (como la que usaría Antonieta para poner flores, cartas, guantes) y un piano. Allí, la actriz Paulina de Labra encarnó el espíritu de Antonieta, en su época actriz, escritora, impulsora del arte, mecenas de músicos, escritores y pintores. En un exquisito monólogo de altibajos emocionales --al que lo único que le faltó fue una pizca de humor-- hizo el viaje por esa vida que llenó esa casa, acompañada por el gran pianista Héctor Infanzón. El músico, reconocido como uno de los más grandes instrumentistas mexicanos, que domina todos los géneros (en especial jazz y clásico), fue aquí una especie de médium melódico. Nos confesó que su acompañamiento a lo largo de todo el monólogo fue improvisado, sintiendo como única guía las voces de Paulina Labra, la de Antonieta, y quién sabe cuántas voces, pues fue sorprendente el deambular de las teclas por todas las emociones: amor, tristeza, ira y entusiasmo, todo con el sabor y las piezas de los valses mexicanos de principios del siglo XX. Y cuando llegamos al final, cuando Antonieta se planta en Notre Dame para darse un tiro en el pecho con la pistola de su amante, José Vasconcelos, y a pesar de que no había más escenografía, todos los espectadores se sentían, en un suspiro, en la oscuridad, en el umbral, en la catedral francesa. Desde que se terminó la restauración de esta casa fascinante donde el arquitecto Rivas Mercado imaginó nada más ni nada menos que el Ángel de la Independencia, se ha buscado presentar en ella espectáculos artísticos para revivir aquello que motivó a sus habitantes originales. Este evento de sábado al mediodía fue una sorpresa que da la vida. Fue una función única, a la espera de nueva fecha.  

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