Microteatro CDMX cierra sus puertas
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Microteatro nació como una revolución teatral en un prostíbulo abandonado en Madrid, y se expandió a ciudades como Nueva York, Lima y México. Y cuando llegó a ésta fue aplaudido por directores, actores, escritores y público por su carácter democratizador, con el formato perfecto para los tiempos actuales.
Obras de 15 minutos, espacios compartidos en una casa, un tema común: Buffet a los ojos de los espectadores, antojando el plato a degustar en el siguiente tiempo. Una oportunidad única para los teatreros de experimentar, jugar, producir, crear y vencer la carencia de espacios escénicos para el buen género.
Primero estuvo en una casa en la calle de Uxmal 520 en Narvarte, según reportaron Roberto Ponce y Columba Vértiz (“Microteatro México, revolución teatral”, en Proceso, abril de 2013). Para agosto se trasladó a una más grande, ubicada en Roble 3, Colonia Santa María la Ribera, para recibir a los asistentes por su largo pasillo con los pósters de las obras en cartelera; al fondo, una cafetería y la taquilla con horarios, a donde los ojos volteaban instintivamente tratando de cuadrar su itinerario teatral.
Las fundadoras llegaron a ese espacio abandonado que había sido hogar de una familia acaudalada en el siglo XIX, y que más recientemente había servido de call center. Recibido casi en ruinas, se pusieron a readaptarlo con sudor. Diez días después abría sus puertas al sorprendido público.
Microteatro México ha cubierto cartelera con infinidad de tópicos que apuestan por algo: Por amor, Por deseo, Por sexo, Por las luchas, Por la cena, Por la paz –cuyas funciones fueron invitadas a presentarse en el Palacio de Bellas Artes–, y hasta Por el Diablo en Navidad. Han puesto burlesque, stand-up comedy, shows de magia, drama, indispensable comedia y tragedia. Han deslumbrado con creativos escenarios. Con reconocidos actores y, en el mismo nivel, con nuevos y antes desconocidos actores. Y han integrado al público en el pequeño espacio, convertido, más que en una obra, en una ofrenda teatral.
Hoy, después de casi 7 años, el proyecto se ha vuelto inviable. No hay solvencia económica. Incluso la casona de Roble se desmorona.
A Alejandra Guevara –Jana, como la conoce la mayoría– se le corta la voz mientras cuenta cómo se termina el proyecto que fundó y al que, junto a su hija Andrea Novelo, le ha dado todo en los últimos años.
“Microteatro siempre ha sido una macrochinga”, declara entre risas.
Cargaron el proyecto en sus hombros y le hicieron lo que pudieron. Hasta hoy. La manutención de un espacio de ese tamaño, de 70 personas nuevas trabajando en sus producciones cada mes, es casi imposible de sostener sin apoyos del gobierno o del sector privado. O ya al menos con un restaurante dentro. O de plano, en un panorama ideal, con funciones llenas cada semana. Pero no se está en ninguna de esas circunstancias.
“Cada vez que nos entra algo de ganancia, en lugar de quedárnoslo lo invertimos en arreglar la casa. Cada final de temporada había una pared pintada, un espacio arreglado.”
Pero Jana concluye:
“No puedo seguir pagando por trabajar en lo que me gusta hacer.”
Dice que hoy mucha gente prefiere quedarse cerca de casa –o dentro– para sus actividades y, para colmo, nadie quiere cruzar “la frontera de las marchas” (Av. Reforma) para llegar a la clásica Santa María la Ribera.
Desde el terremoto de septiembre de 2017, el Microteatro comenzó a ir en picada. Septiembre no parece buen mes para el teatro alternativo. Hace un año, el mítico Foro Shakespeare de la colonia Condesa desaparecía para convertirse en unos metros cuadrados más de un nuevo y moderno complejo habitacional.
Sin embargo, Microteatro no desaparece del todo. Sus creadores seguirán moviéndose a los lugares a los que los inviten. Guevara cierra con una respuesta:
“Lo único que sé es que nacimos para contar historias.”
La despedida fue este domingo 29.
Este texto se publicó el 29 de septiembre de 2019 en la edición 2239 de la revista Proceso.