Cultura

“El baile de los 41”

Apoyado con el guion de Mónika Revilla, el realizador sortea, lo mejor que puede, la caricatura con la que Posada inmortalizó el estigma del "baile de los maricones", como se espetaba entonces.
domingo, 29 de noviembre de 2020 · 23:03

El escándalo provocado por la redada que organizó la policía porfiriana para apresar a un grupo de homosexuales en una fiesta privada –la mitad de ellos vestidos de mujer– dio lugar a una leyenda que define, aún hoy en día, la actitud de la sociedad mexicana hacia esa comunidad ahora conocida por las siglas de LGBT: El baile de los 41, cuya cifra contabiliza el número de participantes y delata al fugitivo, el número 42, que habría correspondido al yerno de Porfirio Díaz.

Escarnio, abuso, privilegios políticos, hipocresía, machismo, la letanía sigue. David Pablos (La vida después, 2013) tuvo el coraje de abordar este tema repleto de tabúes en el que se mezclan pequeña historia y Gran Historia; en El baile de los 41 (México-Brasil, 2020), el drama conyugal de Amada Díaz (Mabel Cadena) y de su esposo, Ignacio de la Torre (Alfonso Herrera) –político y aristócrata homosexual que se vale del parentesco con su suegro para sustentar su ambición de poder–, retumba el esplendor y la decadencia del Porfiriato, y la Revolución Mexicana misma. 

Apoyado con el guion de Mónika Revilla, el realizador sortea, lo mejor que puede, la caricatura con la que Posada inmortalizó el estigma del "baile de los maricones", como se espetaba entonces; sobraban dilemas: cómo no ofender a la comunidad gay de la actualidad sin renunciar del todo al grotesco que provoca la disparidad de trajes y bigotazos en la época signo de masculinidad a prueba de balas, con vestidos de mujer, aretes y collares de duquesa; cómo construir la personalidad del protagonista, representante de lo más repudiado por el régimen revolucionario, que falsifica por completo el código de hombría en su matrimonio, cosa que redunda en el sometimiento de la condición femenina, que Pablos resuelve estupendamente en la escena de la noche de bodas.

David Pablos apuesta por la representación plástica en vez de adentrarse en la novela, aún por escribirse (las intentonas literarias han sido fallidas), que debería conjugar un sinnúmero de niveles de realidad y apariencia, amor prohibido, amor sublime de una esposa que sostiene su dignidad y nunca se vive como víctima, junto con los juegos políticos de la dictadura.

En ese siglo mexicano que comenzaba, con lujo afrancesado, noches de gala, vestirse y bailar, todo consistía en imitar estereotipos de refinamiento europeo; posteriormente, la representación en la plástica mexica glorifica la Revolución en murales y caricaturiza el lujo del porfiriato. ¿Cómo deshacerse de tales iconos? El director los aprovecha pero los carga de nuevos significados, los hombres se besan y acarician de acuerdo a la connotación moderna, el placer homosexual se ve legítimo, aunque eso en el contexto porfiriano, y en el actual, cuando la mujer queda expuesta al abuso y a la explotación como víctima colateral de la homofobia. 

Actores como Alfonso Herrera o Sebastián Zurita (Evaristo Rivas, su amante) sostienen de manera sólida la propuesta, nunca caen en la caricatura. Un buen tema de comedia sería imaginar a los galanes del cine de la Época de Oro, que oscilaba entre glorificar a don Porfirio y a la Revolución, en un rodaje de El baile de los 41.

Este análisis forma parte del número 2299 de la edición impresa de Proceso, publicado el 22 de noviembre de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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