Cultura

Lagartijas tiradas al sol en la isla de Tiburón

La compañía mexicana Lagartijas tiradas al sol emprende una aventura más alrededor de la identidad, del juego de personajes y del ser, de las formas con las que se accede a la creación y a la apropiación de alguien a quien se quiere ver accionando en el escenario.
martes, 1 de diciembre de 2020 · 11:24

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- ¿Quién fue José María de Barahona, que vivió 10 años en la isla de Tiburón evangelizando a la comunidad indígena de los tokariku? ¿Quién es Lázaro Gabino Rodríguez, que fue a vivir a la isla para adentrarse en el personaje y convertirse en él?

La compañía mexicana Lagartijas tiradas al sol emprende una aventura más alrededor de la identidad, del juego de personajes y del ser, de las formas con las que se accede a la creación y a la apropiación de alguien a quien se quiere ver accionando en el escenario. Tiburón es el más reciente espectáculo escénico transmitido por streaming que la compañía realizó el 25 y el 26 de este mes en el teatro del Centro Cultural Conde Duque España, en el marco del 38 Festival de Otoño.

Desde diferentes perspectivas aborda la realidad del evangelizador Barahona y la del actor que lo recrea y lo interpreta. El actor investiga y se transforma en el fraile o en otros que hablan de él. Es él con la voz de sus diarios que, desde la posible invención, afirma (el actor) haber encontrado publicados en el libro Triunfos de la fe, del jesuita Andrés Pérez de Ribas, de 1645. La realidad y la ficción se confunden; el libro existe y los diarios pueden ser reconstrucciones, fragmentos de textos, recreaciones; apócrifos, como lo mencionan. La historia de Barahona es atravesada por interpretaciones, por subjetividades, y la contundencia del personaje.

Lázaro Gabino Rodríguez –que en su anterior propuesta se convirtió en Lázaro y cambió de ser Gabino a Lázaro y ahora se presenta con los dos nombres– continúa con esta exploración identitaria y sigue sus inclinaciones de infancia. Luisa Pardo, de Lagartijas tiradas al sol, cuenta que el padre de Gabino les mostró cómo desde niño se apasionó por la isla de Tiburón. En su testimonio, que se proyecta en una pantalla elevada, igualmente habla de sus contradicciones de ser otro y de quién ser.

Los amigos o compañeros de Gabino cuentan cómo lo ven perder piso al creer ser otro. De cómo iniciaron juntos el proyecto y se distanciaron al irse a vivir a la isla de Tiburón, la más grande del golfo de California, perteneciente a Sonora, donde, desde hace 600 años, viven en aislamiento los indios tokariku.

A través del diario, que lo vemos en pantalla con la pátina del tiempo, Barahona narra su acercamiento a las creencias de los indígenas, sus esfuerzos por evangelizarlos, el uso del teatro de sombras para hacerlo, y del encuentro con el gran brujo para que le enseñara a hacer llover.

Los recursos escénicos son múltiples, teniendo como estructura base el formato del teatro documental, donde el video recoge testimonios y las narraciones se dan desde distintas personas o personajes, ya sea proyectados o interpretados por el mismo actor. En el escenario están diferentes telones de mar y objetos rodeando el templete donde se concentra la interpretación de Barahona/Lázaro. El actor utiliza un bastón con el que empuja y ordena, como cuando se juega a las muñecas, piezas de pasta como las que se usan en los nacimientos. Para contarnos su historia utiliza figuras de vírgenes, santos y pastores. En los alrededores los objetos se iluminan, y van apareciendo, para permanecer estáticos, otros personajes que con máscaras de madera michoacanas miran al público como testigos del acontecer.

Tiburón es una enriquecedora propuesta escénica que se añora ver de manera presencial para sentir eso que es el teatro vivo y no sólo el testimonio de que el teatro sigue existiendo. Es una obra arriesgada que involucra la vida del actor y la ficción que representa. Aunque con carencias de cámaras, enfoques y sonido, la pieza se pudo apreciar y disfrutar abriendo preguntas escénicas del teatro de hoy.

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