'El muro que ya existe”, de Eileen Truax

miércoles, 8 de abril de 2020 · 00:47
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- "El muro que ya existe. Las puertas cerradas de Estados Unidos" (HarperCollins México, prólogo de Martín Caparrós, 221 páginas), de la internacionalmente reconocida periodista mexicana Eileen Truax, es un lúcido retrato del atroz panorama que viven cientos de miles de migrantes que llegan a Estados Unidos a buscar refugio huyendo de la pobreza y la violencia que se han eternizado en México y Centroamérica. A continuación, ofrecemos fragmentos del capítulo “Annunciation House: La tradición de asilo”, acerca de la casa fundada en El Paso, Texas, por el idealista y devoto católico mexicano Rubén García hace casi medio siglo para recibir y alimentar a paisanos que cruzan el muro. Este volumen, dividido en cuatro partes (“La frontera”, “Exilio y asilo”, “La impunidad” y “Aquí estamos”), fue fruto de tres lustros de investigación a cargo de Eileen Truax (excolaboradora de Proceso, The New York Times y The Washington Post), publicándose originalmente en inglés a finales de 2018 en Verso Books, bajo el título: We built the wall. How the US Keeps Out Asylum Seekers from Mexico, Central America and Beyond.
“En el nombre de Jesús”
A diez cuadras de la frontera entre México y Estados Unidos se yergue un edificio de ladrillo rojo. La construcción, de casi un siglo de antigüedad, se ubica en la ciudad de El Paso. Del otro lado del río, se sabe, está Ciudad Juárez. Y se sabe también que, a pesar de sólo haber unos pasos entre una y otra, quienes llegan al edificio rojo pueden sentirse finalmente a salvo. Desde su fundación en 1978, Annunication House ha ofrecido refugio: una cama, una ducha y comida caliente a personas desamparadas y sin hogar. La idea surgió entre 1976 y 1977, cuando un grupo de adultos jóvenes, católicos e idealistas, se reunieron en El Paso buscando un propósito mayor, algo que los hiciera sentir que estaban cumpliendo con una misión […] Rubén García se encontraba en ese grupo de jóvenes […] Saúl Reyes Salazar cruzó el puente de Santa Fe con su esposa y sus tres hijos en febrero de 2011. Cuando llegaron a El Paso, tan sólo con lo que llevaban puesto, con la esperanza de iniciar un proceso de asilo político que les permitiera salvar su vida, el primer sitio que los alojó fue Annunciation House. Decenas de historias como la de los Reyes se desgranan en ese lugar. Familias que han sido acosadas, perseguidas y violentadas, cuyas propiedades son devastadas o quemadas, y que viven marcadas por la impunidad de la que gozan los responsables. Una estimación realizada por la Universidad Autónoma de Chihuahua indica que durante los cinco primeros años a partir de 2008, cuando inició la violencia en la zona, cerca de cien mil mexicanos mudaron su lugar de residencia de Juárez a alguna ciudad de Estados Unidos; la mitad de ellos fue a El Paso… Como ocurrió con los acomodados porfiristas de principios de siglo, algunos de quienes salieron de Juárez contaban con los recursos, una visa o un permiso de trabajo para permanecer legalmente en Estados Unidos; otros, como los Reyes, consideraron que tenían un caso de asilo suficientemente fuerte y decidieron iniciar el proceso legal. Pero esos casos son la excepción. Aunque en Paso del Norte la migración y el asilo son algo cotidiano, la política restrictiva de Estados Unidos para otorgar asilo político a quienes vienen de ciertos países, incluido México, hace que la mayoría de quienes vienen de ese país opten por la única alternativa que les queda: ingresar sin documentos o con una visa temporal, que pronto dejan vencer, para perderse en la anomia de los 11.5 millones de indocumentados que viven en el país. “Lo que pasa en México ha tenido repercusiones de este lado. Cuando una de las dos ciudades está saludable, la otra también lo está; lo mismo ocurre si una de las dos enferma”, asevera el sacerdote Arturo Bañuelas, que conoce bien su ciudad. Párroco del Templo de San Pío durante veintiséis años y recientemente mudado a una nueva parroquia, también en El Paso, Bañuelas ha sido cercano al trabajo de García en Annunciation House. La operación de ese sitio es indispensable, asegura Bañuelas, especialmente ante el exilio generado por la violencia reciente en Juárez. Todo movimiento allá tiene eco en El Paso. “Existen lazos económicos, culturales y religiosos muy fuertes. La gente aquí es una sola comunidad. Hoy sabemos, que tras la ola de violencia, por cada persona asesinada cien más han sido afectadas en ambos lados de la frontera. Washington, D.C., y la Ciudad de México, las capitales de ambos países están muy lejos de aquí, pero los gobiernos no entienden eso. Estamos más cerca uno del otro de lo que estamos de las capitales de nuestros países. Así que quienes tenían recursos encontraron la manera de salir cuando empezó la violencia; los que se quedaron en Juárez son los más pobres, los que no pudieron pagar por su exilio.” Una mañana de julio de 2014, Rubén García recibió una llamada. Era un representante de Immigration and Customs Enforcement (ICE), es decir, la Agencia de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos. El agente le habló del incremento en el número de migrantes menores de edad que viajaban solos, o acompañados por sus madres, detenidos en el área de Río Grande, al sur de Texas. Las autoridades de inmigración apenas se daban abasto para procesarlos, pero advertían que tras su liberación bajo fianza no tenían adónde ir: los dejarían en libertad sin tener un techo o una familia que los recibiera. Entonces, el agente anunció a García: iban a llegar al centro de procesamiento de El Paso algunos aviones con ciento cuarenta personas cada uno. “Los vamos a soltar bajo palabra. A los que no tengan a donde ir, ¿los podría recibir usted?”, le preguntó. Aunque García está acostumbrado a recibir familias enteras, la llamada lo sorprendió por venir de quien venía. Por muchos años Annunciation House fue víctima de redadas y acoso de la Patrulla Fronteriza y los agentes de inmigración. Al menos una vez al año, según afirma. Sin embargo, gradualmente las agresiones bajaron de intensidad, al punto de que en ocasiones han sido los propios agentes de inmigración los que llevan ahí a mujeres embarazadas, personas enfermas o niños, todos sin documentos. En el caso de menores que llegaron con la llamada “oleada de niños migrantes centroamericanos que viajaban no acompañados” en 2014, la casa terminó alojando a cerca de dos mil quinientas personas. En 2018, ya bajo la administración Trump y con la “crisis” de separación de familias en la frontera, la situación se repitió. “Pero esto es lo que hemos hecho por treinta y seis años”, dice García sin inmutarse. Annunciation House se ha convertido en un ícono para la comunidad paseña, cuyos miembros se jactan de vivir en “la Ellis Island del sureste de Estados Unidos”, como lo describe el periodista mexicanoestadounidense Alfredo Corchado, cuya familia, originaria de Durango, tras vivir en algunos años en los campos de California hizo de El Paso su casa. “Esta ciudad es el hogar para la gente que busca reinventarse, que huye de tiempos difíciles y necesita seguridad, una forma de reempezar”, explica Corchado con orgullo. “En El Paso encuentras remanentes de la historia: los rostros de la Revolución Mexicana, del Movimiento Cristero, del movimiento estudiantil de 1968. Y, en estos días, está la gente que huye de México por la violencia. Es una ciudad que acoge a los oprimidos, a los desposeídos, a los que han vivido el derramamiento de sangre y la incertidumbre. Annunciation House ha permanecido por más de tres décadas cerca de las turbulencias en México, a una o dos millas de distancia, como un faro de esperanza.” En mayo de 1976, cuando García aún trabajaba para la diócesis, tuvo la oportunidad de extender una invitación a la Madre Teresa de Calcuta para que visitara a su grupo de jóvenes adultos. La madre aceptó la invitación e inició una relación entre ambos que dos años más tarde llevó a la religiosa a invitar a García para sumarse a un proyecto que ella estaba iniciando. Pero entonces García ya tenía la autorización para crear un espacio que albergara a los más pobres de los pobres, y así se lo hizo saber: no podía aceptar la invitación. La Madre Teresa respondió con una carta celebrando su decisión: “Ahora podrás salir a hacer un trabajo de anunciación. Anunciarás las buenas nuevas y darás a la gente un hogar en nombre de Jesús.” A partir de ese momento, estaba dictado el destino de Annunciation House.

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