Cine
"La vida de los muertos"
"La vida de los muertos" inaugura la carrera de Arnaud Desplechin como uno de los autores más interesantes de esta última etapa del cine francésCIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Dentro del menú del festival de cine francés apoyado por el festival de Morelia (FICM), gratis en línea, la selección ofrece un pequeño archivo de historias de fantasmas que incluye desde el muy clásico Orfeo (1950) de Jean Cocteau, hasta La vida de los muertos (La Vie des morts; Francia, 1991) de Arnaud Desplechin.
El menú aclara que se trata de fantasmas a la francesa, no precisamente de almas en pena.
La vida de los muertos inaugura la carrera de Desplechin como uno de los autores más interesantes de esta última etapa del cine francés; el mediometraje, de apenas una hora, contiene el germen de los temas que ha desarrollado, desde Cómo me peleé con mi vida sexual (1996) hasta la estupenda Tres recuerdos de juventud (2015) y Los fantasmas de Ismael (2017).
Arnaud Desplechin se define a sí mismo como autor, y La vida de los muertos funciona como el mito fundador de su cine; presentes se hayan ya la nostalgia de la infancia, las crisis de adolescencia, el terruño querido, la ciudad natal del cineasta (Roubaix); sobre todo, la familia como caldo de cultivo de todos los gérmenes a los que habrá que aprender a sobrevivir.
Tres generaciones, padres, hermanos, primos, se reúnen debido a una crisis familiar, Patrick está en coma en un hospital luego de un intento de suicidio; la muerte y la locura rondan la casa familiar de esta familia grande. A diferencia del cine de Hollywood, aquí el espectador entra de lleno en el ambiente de crisis, dolor, culpa, sin que de entrada se presente a los personajes y se explique la situación. Todos se conocen, y aunque la tragedia impone la reunión, bien podría tratarse de una celebración navideña; ironía y chistes familiares quedan entre ellos, los paquetes de emociones pesan toneladas pero se juegan como pelotas, hay que preparar el desayuno, la salida a la iglesia, o se organiza, de manera espontánea, un partido de futbol.
La novia (Emmanuelle Devos) de uno de los primos asiste, como espectadora, a juegos y ritos familiares, y cada intento de participar, cada frase, caen fuera de lugar, pero nada que replicar, silencio y miradas; apenas uno de ellos, el más joven, le explica: “somos una familia de muertos”, y le hace una breve crónica de accidentes, suicidios, hospitales. Amor, dolor, algo flota en el ambiente, quizá el fantasma del incesto; la madre de Patrick confiesa que amó a su vástago no como a un hijo, sino como a un hombre, y duda si los padres saben querer a los hijos.
En La vida de los muertos Arnaud Desplechin encontró su voz, las influencia de Alain Renais y del Bergman de Fanny y Alexander son aún muy fuertes, pero ya se haya presente el estilo que lo caracteriza: narración elíptica, diálogos cargados de emociones que duelen, frases que apuntan al futuro y que algún día serán recuerdos de un pasado que nunca deja de pesar.
Lo que bien distingue a este realizador no es adaptar novelas al cine, sino hacer novelas con el cine.