Virgen de Guadalupe

“Felicidad de México”, la Virgen Morena

Conmemorando el Centenario de la Coronación de María Señora de Guadalupe, Editorial Clío publicó en 1995 el pequeño libro “Felicidad de México”, autoría de Fausto Zerón-Medina, ilustrado con unas 150 magníficas estampas a color.
sábado, 11 de diciembre de 2021 · 23:58

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).– Conmemorando el Centenario de la Coronación de María Señora de Guadalupe, Editorial Clío publicó en 1995 el pequeño libro “Felicidad de México”, autoría de Fausto Zerón-Medina, ilustrado con unas 150 magníficas estampas a color y destacando en portada una pintura emblemática de Manuel Cabrera a la Virgen de Guadalupe.

Siguiendo el conjuro de mi profesor Hernán Lara Zavala que dice “los libros tienen patitas”, hace pocos días entré a una “librería de viejo” en la Campestre Churubusco de avenida Taxqueña y “me guiñó” este volumen que compré al precio de 50 pesos, cifra pegoteada al sello de la primera de 144 páginas que rezaba: “Librerías a través de los siglos”.

Más allá del contenido religioso e histórico, su lectura me produjo grata alegría al comprobar que, pese a haber transcurrido 26 años desde que salió en Clío dicha edición de “Felicidad de México”, este volumen de 20 x 15 centímetros prueba lo óptimo que puede llegar a ser un libro si se posee el noble oficio de contar con un buen editor. Excelencia hasta la última página:

Felicidad de México, de Fausto Zenón-Medina, tributo a la devoción del pueblo mexicano al cumplirse cien años de la coronación de María Señora de Guadalupe, se terminó de imprimir en los talleres de Productora, Comercializadora y Editora de Libros, S.A. de C.V., el martes 15 de agosto de 1995, fecha en la que el catolicismo celebra la Asunción de María a los cielos en cuerpo y alma.”

Apenas abrí al azar esta joya literaria, en la página 113 se me reveló que “Benito Juárez cuidó que las Leyes de Reforma no dañaran el santuario del Tepeyac ni el ‘calendario emocional’ de los mexicanos; no tocó sus bienes y mantuvo el 12 de diciembre como fiesta oficial”. 

Los capítulos son: “Devoción Milenaria”, “Vínculo Celestial”, “Soberana”, “Reina y Madre de México”, más unos “Apéndices” dando cuenta, en letras chiquiticas, la amplia bibliografía consultada amén de los correspondientes créditos fotográficos claros, precisos. El capítulo “Reina y Madre de México” comienza con una cita de Octavio Paz, tomada del prefacio “Entre orfandad y legitimidad” a la obra “Quetzalcóatl y Guadalupe”, de Jacques Lefaye (México, 1955):

“Madre de dioses y de hombres, de astros y hormigas, del maíz y del maguey… madre-montaña… madre-agua… madre natural y sobrenatural, hecha de tierra americana y teología europea.”

Fausto Zerón-Medina (1947) cuenta que la devoción guadalupana estuvo siempre vinculada con la realeza de María, la madre de Cristo.

Cita que el “Nican Mopohua” (“Aquí se narra”), atribuido a Antonio Valeriano, hace referencia a “la casita sagrada de la Niña Reina en el Tepeyac” (por cierto, entre los cánticos recolectados por Vicente T. Mendoza en su “Lírica infantil de México”, hallamos una cancioncita dedicada a la majestuosa “Niña Lupita”).

De acuerdo a Wikipedia “Nican Mopohua” es la voz con la cual se conoce ampliamente “el relato en náhuatl de las apariciones marianas de la santísima Virgen de México, bajo la advocación de Guadalupe, que tuvieron lugar en el cerro del Tepeyac, al norte de la Ciudad de México”.

Letras y prodigios

Historiador miembro del Colegio Nacional, Fausto Zerón-Medina cita además las palabras que supuestamente dijo a Juan Diego el primer obispo de la Nueva España, Fray Juan de Zumárraga:

“Anda, vamos a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le erija su templo.”

Asimismo, atestigua Zerón-Medina que en el libro de Miguel Sánchez “Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe, milagrosamente aparecida en la Ciudad de México” (1648) hay una referencia a la tercera aparición de María (“…con amable semblante y agradecidas caricias la Reina Purísima del Cielo”), y añade:

“…pone en boca de Juan Diego el tratamiento a la Virgen de Señora mía, modo reverencial y honorífico reservado entonces a quien tenía algún poder”. Enseguida, reproduce los versos de “el poeta y sabio” Carlos de Sigüenza y Góngora sobre la Guadalupana:

Una Copia, una Imagen, un Traslado
de la Reina del Cielo más volado.

“Casi todas las imágenes guadalupanas anteriores al siglo XIX que se conservan hacen lucir sobre la cabeza de Santa María de Guadalupe una corona. A la par que Reina, Nuestra Señora de Guadalupe fue considerada Madre de los mexicanos y sobre esto abundan los textos en que se le confieren tales títulos. Todo parece indicar que los primeros en sentirse hijos de tal soberana fueron los indígenas y los primeros mestizos originarios de estas tierras.

“Algunos autores destacan la presencia de datos simbólicos como la tez morena de la Virgen, y las rosas y las plumas de colores vinculadas al prodigio guadalupano, y los relacionan con el color de la piel de los nativos y con tradiciones mesoamericanas representativas de lo sagrado. También afirman que la reverencia con que se acercaron a quien consideraban madre e intercesora no ofrecía parangón ni equivalencia en la religiosidad prehispánica.”

Un primer testimonio, apunta Zerón-Medina, es el de Juan Suárez de Peralta, en su “Tratado del descubrimiento de las Indias”, donde describe la existencia de “una imagen devotísima que está en México como dos legüechuelas, la cual ha hecho muchos milagros… Apareció entre unos riscos y a esta devoción acude toda la tierra” (Gisela von Wobeser, “La imagen de la Virgen de Guadalupe y sus milagros ca. 1615”, UNAM, 2021).

En el siglo XVIII sucedió la consagración de la Guadalupana:

“En 1737, fue llevada en procesión por las calles y proclamada Patrona de la Ciudad de México, y nueve años después, de todo el reino de la Nueva España. En 1754 el papa Benedicto XIV aprobó el patronato; autorizó la traslación de su fiesta el 12 de diciembre y le concedió misa y oficios propios.”

Y más adelante, sostiene Zerón-Medina:

“Lorenzo Boturini solicitó el 18 de julio de 1738 la ausencia del cabildo vaticano para coronar solemnemente la imagen de Santa María de Guadalupe. El permiso llegó dos años después. La licencia se otorgó por única ocasión de manera extraordinaria (…) Boturini inició una colecta entre dignatarios eclesiásticos y particulares. Pretextando la imposibilidad de acudir a España por la guerra que ésta libraba con Inglaterra y por los numerosos piratas en el Atlántico, solicitó el permiso de coronación a la Real Audiencia de México, la cual lo concedió de inmediato.”

No obstante, tal decisión irritó de sobremanera al virrey Conde de Fuenteclara, quien prohibió tal acto, encarceló a Boturini y confiscó los fondos de la colecta. Boturini huyó del país en 1744 “y no regresó más a México, a pesar de que fue rehabilitado y se le otorgó permiso para hacerlo”. Pero este hecho sólo provocó que el guadalupanismo aumentase entre todos los grupos sociales, como manifiesta el autor de “Felicidad de México”, quien cita aparte al jesuita michoacano Diego José Abad, quien desterrado en Italia escribió en su “Nostalgia del Tepeyac” lo siguiente:

“No hay en el orbe nada más amable ni más hermoso. ¡Cómo, oh Virgen, me parece que te estoy viendo aún! Lo que es posible, hago, Señora. Lleno de recuerdos, con el rostro postrado a Ti, bellísima Virgen, de aquí te mando mis suspiros frecuentes: hasta Ti ellos pueden llegarse, y ellos llegarán veloces.”

La coronación ocurrió finalmente en 1895. Zerón-Medina relata al detalle los festejos de aquel 12 de octubre y cómo el obispo de Querétaro, Rafael Dabás Camacho propuso “y fue aceptado, que cada diócesis mexicana visitara en peregrinación el Tepeyac”. Transcribimos parte de su crónica:

“La imagen salió del templo. El pueblo se postró para venerarla y la coronó en las calles. Volcó su imaginación para alabarla en público. Su corazón la guardó en lo íntimo. La refrendó en su símbolo: de religiosidad, desde que comenzó a rendirle culto; de libertad, como quedó plasmada en las luchas de los revolucionarios que encabezó Hidalgo o de los guerrilleros campesinos que siguieron a Zapata, de liberación, como lo intuye cuando la invoca como Reina, como Madre, como Felicidad de México. Reina, Madre y Felicidad emergen de una ‘esperanza colectiva en la recuperación de un paraíso perdido’.”

Primera y última de sus abogadas, Madre universal, trascendió las fronteras de México y fue llamada Emperatriz de América, declara finalmente Fausto Zerón-Medina:

“La donante generosa aparece prefigurada en una pregunta que forma parte del ‘Nican Mopohua’:

“¿No soy yo la fuente de tu alegría?”

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