Vicente Fernández
Olga Wornat narra los primeros años de Vicente Fernández
Proceso retoma fragmentos de "El último rey. Biografía no autorizada de Vicente Fernández” de Olga Wornat. Fue el único hijo varón de José Ramón Fernández Barba y María Paula Gómez Ponce. Nació el 17 de febrero de 1940, bajo el signo de Acuario, en Huentitán El Alto.CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).–Las 301 páginas de la investigación de Olga Wornat “El último rey. Biografía no autorizada de Vicente Fernández” aparecieron al comenzar diciembre. A raíz de la muerte del popular “charro de Huentitán” este domingo 12, hemos solicitado al sello editorial Planeta retomar algunos fragmentos del segundo capítulo relativos a la infancia y juventud del recién fallecido artista jalisciense, en este libro que cuenta con 27 fotografías. Proceso agradece a Editorial Planeta y a la autora el permiso de reproducir para nuestros lectores partes del volumen “El último rey…”, que comprenden las páginas 61 a 91.
Un largo camino hacia la gloria
Vicente Fernández Gómez fue el único hijo varón de José Ramón Fernández Barba y María Paula Gómez Ponce. Nació el 17 de febrero de 1940, bajo el signo de Acuario, en Huentitán El Alto, un poblado ubicado en las afueras de Guadalajara.
Cuenta Wornat que el joven matrimonio celebró con alborozo aquel acontecimiento. Originarios de Tepatitlán de Morelos, la pareja había llegado a Huentitán en busca de una mejor vida; se afincaron allí y al poco tiempo llegaron los hijos.
Vicente Fernández fue el segundo de tres hermanos, precedido por María del Refugio y seguido por Teresa (“como único varón, se convirtió en el consentido de la casa, sobre todo de su madre, una mujer bonita y dulce que en sus ratos libres, y para ayudar a la endeble economía familiar, trabajaba como costurera”.)
Conforme a “El último rey…”, los destellos de la ternura y dedicación de su madre quedaron grabados en la memoria de Vicente Fernández, del mismo modo en que lo harían las anécdotas de una vida intensa y dura en sus inicios, mucho antes de que la fama lo convirtiera en una leyenda:
“Después de varias décadas, los recuerdos de ambas situaciones van y vienen del pasado al presente, en una conjugación de nostalgia y alegría, inundados por el inquebrantable orgullo del que se hizo solo y desde abajo. Doña Paula se desvivía por Vicente y, con el pasar del tiempo, él se convertiría en su refugio frente a las peleas que frecuentemente sostenía con su marido. Se trataba de un hombre que, según Vicente, no fue una mala persona; más bien, el gran problema de su padre radicaba en su adicción al alcohol. Como consecuencia de ello, la economía de la casa de hacía trizas al mismo tiempo que su carácter, lo que afectaba la salud de su madre.”
Wornat recoge testimonios de amigas y vecinas de los Fernández Gómez que dan cuenta de que poco tiempo después del nacimiento de Chente, doña Paula, con apenas 23 años, se quedó sin leche para poder amamantar a su hijo, como consecuencia de una fuerte discusión con Ramón. Refiere que una vecina, quien acababa de parir una niña, se compadeció y le ofreció ayuda, siendo así como se convirtió “en la mamá de leche del recién nacido Chente”, de acuerdo a lo que relató su hija María Mercedes Rivera.
“Aquel invierno del año bisiesto de 1940, cuando Vicente llegó al humilde hogar de los Fernández, el mundo estaba siendo jaloneado por acontecimientos políticos tumultuosos. Apenas un año antes había comenzado la Segunda Guerra Mundial; la Alemania nazi había conquistado gran parte de Europa continental y aún quedaban cinco años por delante para que la atroz pesadilla terminara. Aunque México permaneció al margen, el conflicto bélico influyó en lo social y en lo económico. El país transitaba el final del mandato de Lázaro Cárdenas y el posterior arribo al poder del general Manuel Ávila Camacho. Ambos gobiernos estuvieron marcados por una profunda desigualdad económica, a tal punto que los estudios de historia y economía de esa época señalan que el 83,05% de los mexicanos eran pobres y campesinos.”
Huentitán, que en lengua náhuatl significa “lugar de las ofrendas”, es un pueblo vetusto de 58 hectáreas fundado por los indígenas antes de la llegada de los españoles. Durante los años cuarenta, escribe Wornat, estaba habitado mayoritariamente por rancheros y asalariados que vivían de la ganadería y la agricultura, y que no soñaban “ni por asomo” con poder estudiar o capacitarse. El municipio se divide en dos regiones: El Alto y El Bajo; en este último existe un barranco profundo, accidente geográfico provocado por el río Santiago, sobre el que se construyó el primer puente colgante de América Latina.
Fue también ahí donde en 1978 se filmó parte de “El Arracadas”, película protagonizada por Vicente Fernández, el hijo pródigo del pueblo. También conocida como Barranca de Oblatos o Barranca de Chente, hoy es una reserva ecológica “con un paisaje que enamora y un aroma permanente a flora y tierra mojada”, más cientos de turistas la visitan durante todo el año.
“No terminé la escuela, llegué a quinto año y lo repetí tres veces. Mi padre se molestó mucho conmigo y como castigo me mandó a trabajar en el campo ordeñando vacas. Yo digo que no hay mejor escuela que en la calle”, recordaba Chente entre risas.
Así transcurrió su niñez. En 1943 comenzó la época de oro de la radiofonía mexicana y la exitosa estación XEW, de Emilio Azcárraga Vidaurreta, llegó a transmitir hasta cinco radionovelas por día, “el género de moda que rompía corazones de millones de mexicanas con sus historias desgarradoras de amor y desamor”.
La canción más escuchada era “Frenesí”, del compositor chiapaneco Alberto Domínguez; la tapatía Consuelo Velázquez, de apenas 16 años, estrenaba en 1940 “Bésame mucho”, bolero que se transformó en un ícono de la música romántica, siendo también el más versionado en el mundo, con interpretaciones de Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís y los Beatles. Décadas más tarde, convertido ya en un ídolo, Chente grabaría la canción de su comprovinciana en el álbum “Primer fila”, lanzado en 2008, después de cantarla tantas veces en teatros, palenques, ferias y conciertos.
"Chente" el soñador
“La infancia de Vicente Fernández fue como la de cualquier chavito de un pueblo rural de Jalisco. Domingos de misa y paseos por la plaza, y los ansiados festejos de las fiestas populares. Los veranos se vivían en medio de funciones de cine, escapadas al barranco y funciones de algún circo que cada tanto pasaba por el pueblo y los maravillaba con las acrobacias y los animales exóticos.
“Acompañado de su mejor amigo, Raúl Abarca Villaseñor, ambos se adueñaban de la calle para jugar a la pelota hasta que sus padres los llamaban de vuelta a casa. Puertas adentro, Chente se entretenía en el patio de su casa moldeando figuras con plastilina: vacas, carretas y ranchos que acomodaba estratégicamente sobre el piso y llamaba a sus hermanas:
“--Miren. Cuando sea grande, este va a ser mi rancho –les decía.
“--Sigue soñando –respondía María del Refugio, su hermana mayor.
“En esos años de carencias, no había margen para las utopías. Sin embargo, esa figura de arquitectura modelada con plastilina fue años después el puntapié inicial de lo que sería Los Tres Potrillos, la casa definitiva de Vicente Fernández, una finca de 500 hectáreas que cuenta con museo, restaurantes, capilla y hasta una arena para conciertos. Para la concreción de ese sueño hizo falta prepotencia de trabajo, sacrificios, dolores, fracasos y renunciamientos personales.”
En la Navidad de 1947, Chente tenía siete años y pidió de regalo que lo llevaran al cine que tenían sus primos. Se estrenaba la cinta “Los tres García”, protagonizada por Pedro Infante y Sara García, “la Abuelita del Cine Nacional”. A decir de Wornat, fue una película que marcó un antes y un después en la filmografía y la consolidación de la comedia ranchera, género que había surgido a partir de la cinta “Allá en el Rancho Grande” (1936).
“Vicente abría los ojos maravillado con ese universo charro en blanco y negro, pero sobre todo porque allí conoció en pantalla gigante a Luis Antonio, un personaje mujeriego, bromista y valiente. Tras su regreso a casa, corrió a los brazos de su madre y le dijo convencido:
“--Cuando crezca, voy a ser como él”. Su madre lo animó a perseguir su ensoñación.
“Al domingo siguiente de ir al cine, a mi mamá se le ocurre regalarnos unos radios amarillos de plástico, y cuando lo prendo y escucho ‘Cariño que Dios me ha dado para quererlo’, dije: “Híjole, Pedro Infante se hace como Campanita’. Cerré las puertas de la recámara y empecé a desarmar la radio para que no se me escapara. Cuando entró mi mamá, solo quedaban válvulas y me puso una fea. ¡Había roto el radio! Esa fue la admiración tan grande que le tuve a una persona como Pedro Infante”, recordaría muchos años más tarde en una entrevista con Gustavo Infante.
Convertirse en Pedro Infante fue su obsesión de niño, y entre juegos se pasaba largo tiempo imitándolo, asienta Olga Wornat. Un día su padre lo llevó a verlo a la plaza de toros El Progreso, en Guadalajara. “Observarlo de cerca, sentir aquel carisma encendido como una llama y escuchar su voz en vivo le quitó el sueño. Por esos días le regalaron su primera guitarra, un instrumento que le dio la posibilidad de descubrir un mundo mágico que lo cautivó y lo terminó de convencer de que nunca abandonaría el sueño de convertirse en cantante. Ya no se despegó de ella.”
Primeros golpes
Pero no había cumplido ocho años cuando su mundo se vino abajo.
“Su padre quebró, un poco por la crisis general y otro porque trabajaba a crédito y no era muy hábil en los negocios. Se quedaron sin nada. Con lo poco que don Ramón salvó del naufragio, adquirió un lote de zapatos en León, Guanajuato, y le propuso a su mujer buscar una oportunidad a 220 kilómetros de casa, Armar las valijas, despedirse de todo lo conocido y mudarse a Tijuana fue un golpe fortísimo para todos. Sin embargo, no querían estar separados, y don Ramón prometió que sería por poco tiempo. (…) Así, en una semana pasó de ser hijo de un ranchero a un jovencito que vendía calzado en las vecindades.”
Años más tarde, rememoraría un envalentonado Chente:
"Había que fajarse y seguir adelante, arañarle los ojos a la vida y continuar en la pelea. A un golpe hay que responder con otro. Traté de ayudar a la familia como fuera, era mi deber. Hice de todo para llevar unos centavos a la casa…
“Lo que pasa es que las letras no entran cuando se tiene hambre y desde chamaco tuve que ponerme a trabajar. Como castigo por abandonar los estudios, mi padre me puso a trabajar en un establo, pero a mí me gustaba. No era ningún sacrificio despertarme a las dos de la mañana a ordeñar y repartir la leche. A los 13 tuve que aprender a usar el pico y la pala en el campo. Todas mis ilusiones se me fueron a tierra; más que por mí, sufría por mis padres y hermanas. No hay nada peor que haber sido rico y luego pobre. Es espantoso haberlo tenido todo y, de repente, verte sin nada y con las manos vacías. Eso le pasó a mi padre y a todos nosotros”, confesó años después con ojos vidriosos en una entrevista con la conductora de televisión dominicana Charytin.
Sus padres quisieron que aprendiera el oficio de pintor de brocha gorda y en el proceso, su voz cantarina comenzó a dar el fruto de la popularidad, como expresó a la revista “Quién”:
“Me la pasaba lijando las paredes, quedaba blanco hasta las pestañas y siempre cantando. Me decían ‘el Cuñado’. En las mañanas, cada quien elegía a su estudiante y todos los pintores me querían a mí para que les cantara.”
A los 15, todavía en Tijuana, tocó la puerta de la XEX local. Se anotó en un concurso de cantantes aficionados. Fracaso total, redacta Wornat:
“Apenas empezó a cantar, alguien contó un chiste que lo hizo reír; en ese momento sonaron la campana, lo que significaba que estaba fuera de juego, que se había acabado el tiempo.
“--Me fui al suelo y me sentí deshecho. Me puse tan mal que salí de ahí y me puse hasta el gorro. Fue la primera borrachera de mi vida. Pensaba en mi madre, que me había enseñado “No vuelvo a amar”, “Corazón de lodo” y “Nobleza”, entre otras canciones. Y me decía a mí mismo: “¡Le fallé, le fallé!”, y se me salían las lágrimas. Fue entonces que me metí entre ceja y ceja la meta de ser artista. Me juré a mí mismo que triunfaría para regalarle un palacio a mi madre y un rancho con muchas vacas a mi padre.”
Sin embargo, su mamá murió y su padre jamás logró verlo en la cima. A los 18 años regresó a Jalisco. Su tío Javier Hernández, alias “El Chacho” le ofreció trabajo como intendente en el restorán “Batiri Batiri” de Guadalajara.
Se desata el huracán
“Uno de esos días, faltó uno de los muchachos que servían las mesas y así vio llegar su oportunidad: debía demostrar que sabía cantar, y de todo lo que era capaz…
“--¿Les regalo un tequilita y una cancioncita? –invitó la primera vez.
“No solo le respondieron afirmativamente, sino que sus canciones gustaron. Ese primero momento, desde su metro y sesenta y desde sus entrañas, entonó ‘Cariñito’ de Pedro Infante. En un instante, Vicente repasó mentalmente los pasos que lo llevaron hasta allá. Esta vez no iba a equivocarse. Así fue, y mientras cantaba se le escaparon varias lágrimas… esa noche se desató el huracán dentro de Vicente y ya no hubo quien lo frenara.”
Así rememoraba “el carro de Huentitán” aquellas tardes:
“Me le pegaba a cualquier mariachi y les decía a los clientes que si les gustaba cómo cantaba, me dieran una propinita. Y como tenía mucha suerte y mi voz agradaba a la gente, los músicos querían que repartiera entre todos lo que me daban por cantar y a veces no me daban ni un quinto.”
La suerte comenzó a sonreírle. Hacia 1960 se presentó en el programa de la televisión tapatía “La calandria musical”, cobrando 35 pesos. Ganó un concurso de canto y se convirtió en uno de los intérpretes de rancheras predilectos en Jalisco. Entonces emprendió la ruta de la fortuna enfilándose rumbo al Distrito Federal… aunque había dejado alborotada a su novia en Huentitán El Alto, llamada María del Refugio Abarca Villaseñor, “Cuquita”, nacida un 25 de julio de 1945.
“Amigos de la pareja dicen que Vicente tenía en México una novia que le había roto el corazón, así pues, despechado y furioso, tuvo un motivo para volver a Huentitán y buscar a la jovencita que había abandonado con una flor de laurel antes incluso de comenzar. Aseguran que esta sería la razón de su regreso abrupto para buscarla y proponerle matrimonio.”
Chente y Cuquita se casaron en diciembre de 1963 y la misma noche de bodas se marcharon de Huentitán a la Ciudad de México. La anécdota es de Chente:
“Nos casamos y nos fuimos en camión. En vez de tomar un asiento de atrás, nos fuimos en el de adelante. Entonces, cada vez que quería darle un beso a Cuca, el pinche chofer nomás volteaba por el espejo, y yo pensaba: ‘¡Hijo de tu chingada madre! ¿Qué no tienes pa´dónde ver más?’”
Se fogueó en El Amanecer Tapatío, interpretando hasta 60 canciones diarias sin micrófono. También protagonizó otras proezas, apunta Wornat:
“(…) Vicente tuvo un enredo con la dueña del Amanecer Tapatío y se vio obligado a renunciar para salvar su flamante matrimonio. La culpa nunca fue, es, ni sería suya. Esta fórmula se replicaría una y otra vez a lo largo de sus 81 años. Chente acomodó a su medida la historia de su partida abrupta de la Ciudad de México, y le confesó al público del programa ‘Sal y Pimienta’ de la cadena Univisión, que ‘al principio de mi carrera sufrí tantas humillaciones que, de hecho, hasta me rajé cuando Cuca y yo esperábamos a (su primer hijo) Vicente. Incluso me regresé a Jalisco, pues se me cerraron las puertas con todo y que Felipe Arriaga dio la cara por mí y me defendió ante la encargada del lugar, herida porque no acepté sus propuestas indecorosas.”
Llegó a pedir trabajo en el cabaret “Lucila”, de la zona roja en Hermosillo, Sonora.
“Al segundo día, después de la variedad, me dijo uno de los muchachos: ‘Chente, ahí está un señor que quiere incitarte una copa. Tienes que ir a fichar’. ‘¡¿Cómo que a fichar?! Si no soy prostituta’, repliqué. Acepté porque tenía que mantener a mi vieja y a mi hijo. Me pagaban 75 pesos por cantar en una noche y la ficha a cinco por copa. Al otro día me dijeron que estaba el mismo señor, pero yo ya no quería ir. Entonces me recomendaron pedir coñac con un refresco de cola, que tomara un trago de la bebida y después refresco. Seguí el consejo, fiché como 20 copas ¡y gané más de lo de mi sueldo!”
Entonces los astros se alinearon a su favor tras la trágica muerte de Javier Solís el 19 de abril de 1966. Consiguió grabar en CBS su LP “La voz que usted esperaba”. Ahí comienza su gloria, de acuerdo a Olga Wornat:
“Puertas adentro, en la intimidad, muchas son las acciones y actitudes que a lo largo de sus 81 años de vida podrán reprocharle a este hombre, con tantos matices y humano como todos. No obstante, lo que jamás se podrá decir de él es que no lo ha dado todo y más para que cada uno de los integrantes de su familia pueda progresar. Los esfuerzos que ha hecho para salir adelante, triunfar y mejorar la situación económica de padres, hermanas, suegros, cuñadas, esposa e hijos son innegables. Aún hoy, y ya sin ningún tipo de compensación más que su rol de patriarca, sigue siendo responsable de la economía de cada uno de ellos y hasta de los familiares de Cuquita.”
Bien podría ser este su epitafio en boca del propio rey Vicente Fernández: “Nunca pensé en fracasar, siempre pensé en llegar más alto. Lo único que me duele es que mi madre se murió con la ilusión de una casa propia y mi padre con la idea de tener mucho ganado y no se los pude dar. A los 31 años me dejaron solo, huérfano. Ahora cuando veo esta casa y este rancho no aguanto, se me mojan los ojos cuando ando a caballo, recuerdo a mi padre y digo: ‘Bueno, Dios no les da alas a los alacranes, él ha de saber por qué hace las cosas.”
(Olga Wornat estudió Historia, Derecho y Periodismo en la Universidad Nacional de la Plata. Abandonó México en 2011 al recibir amenazas de muerte tras publicar su libro del ex presidente mexicano “Felipe, el oscuro”.)