Ramón López Velarde

Fernando Fernández presenta un retrato nítido y completo de la obra de López Velarde

Ha logrado conjugar una serie de miradas que atrapan nuestra curiosidad. Aquí ofrecemos un adelanto de este volumen, con el capítulo “Diccionario de López Velarde”, estudio sobre los trabajos del profesor universitario Marco Antonio Campos en torno al poeta zacatecano.
miércoles, 29 de diciembre de 2021 · 13:39

CIUDAD DE MÉXICO (apro). –Con una prosa diáfana, inteligente, fresca y apasionada, el poeta, ensayista y editor Fernando Fernández (Ciudad de México, 1964) nos comparte sus mil y un retratos del poeta laureado de Jerez, Zacatecas en “La majestad de lo mínimo. Ensayos sobre Ramón López Velarde” (Bonilla Artigas Editores, colección Pública Ensayo, 204 páginas).   

Se trata de trece capítulos en un volumen que apuesta a favor de una visión más nítida y completa de López Velarde, lanzando un llamado intelectual para volver al vate de “La Suave Patria”.

El poeta Ramón Modesto López Velarde Berumen nació en Jerez de García Salinas, Zacatecas, el 15 de junio de 1888 y falleció en esta capital de la República Mexicana el 19 de junio de 1921, hace un siglo.

Lector ávido de nuevas ideas literarias, viajero infatigable, melómano, conductor de programas en IMER, creador del ingenioso sitio “sigloenlabrisa.com” y editor de revistas como “Viceversa”, Fernando Fernández ha logrado conjugar una serie de miradas que atrapan nuestra curiosidad. Aquí ofrecemos un adelanto de este volumen, con el capítulo “Diccionario de López Velarde”, estudio sobre los trabajos del profesor universitario Marco Antonio Campos en torno a Ramón López Velarde.

Laderas novedosas

Hasta donde llegan nuestras noticias, de los investigadores mexicanos que han hecho aportaciones significativas al conocimiento de la vida de Ramón López Velarde, solamente uno se mantiene activo en el estudio de nuestro autor: Marco Antonio Campos.

A finales de 2020, el poeta, ensayista y traductor nacido en la capital del país en 1949, dio a conocer el más reciente de sus proyectos, un diccionario de asuntos biográficos y literarios relacionados con el poeta de Jerez. El libro, que lleva el número 13 de la serie Cátedra Universitaria de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, tiene una doble dedicatoria: a uno de esos conocedores, Gabriel Zaid, y al más importante editor contemporáneo de la poesía velardiana, el sevillano Alfonso García Morales.

Campos ha sido un incansable estudioso del tema desde sus años juveniles, primero como aprendiz de literatura, después como maestro y editor, y por último como promotor de nuestra poesía en multitud de foros mexicanos e internacionales.

Como sabemos por sus crónicas, nunca ha dejado de tener los ojos puestos en Zacatecas. Fue para el gobierno de ese estado que el notable editor José de Jesús Sampedro creó a principios de siglo una colección de libros que llevaban el nombre del jerezano, la cual por desgracia, con el fin del sexenio en que fue concebida, vio su cierre definitivo.

Marco Antonio Campos fue el agente determinante en la configuración de los títulos de la serie, firmando uno de ellos, armando personalmente otros dos y solicitando alguno más. Cinco títulos alcanzaron a salir en esa Biblioteca de Ramón López Velarde, como fue bautizada la colección, todos ellos del máximo interés y actualmente inconseguibles en su formato impreso, excepto el primero de ellos, “La lumbre inmóvil”, la selección que hizo Campos de los textos de José Emilio Pacheco sobre el poeta de “La Suave Patria”, que apareció con un epílogo suyo: publicado originalmente en 2003, el libro fue relanzado en 2018, con todo y su epílogo, por la editorial ERA.

El segundo título, al que volveré más abajo, apareció dos años después: se llama “El tigre incendiado” (2005) y reúne las principales aportaciones del propio Marco Antonio Campos al estudio de nuestro tema. De Emmanuel Carballo es el tercero: “Ramón López Velarse en Guadalajara” (2006). Una recuperación de la presencia del poeta zacatecano en las publicaciones de aquella ciudad, que incluye los textos mismos tomados de las viejas publicaciones donde primeo vieron luz.

Campos es el encargado del cuarto de la serie, “Ramón López Velarde visto por los Contemporáneos” (2008), una reunión de los ensayos que dedicaron a su común maestro los escritores de ese grupo (Villaurrutia, Gorostiza, Cuesta, Pellicer, etcétera), que se acompañó de un prólogo de Evodio Escalante. El quinto y el último (hasta donde sabemos) fue “La edad vulnerable” (2010) de Sofía Ramírez, libro que recoge el paso del poeta por la ciudad de Aguascalientes.

Desde su trabajo como director de la colección Poemas y Ensayos de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, no ha dejado Campos de alentar el trabajo de otros sobre los más diversos temas poéticos. Desde ese lugar su contribución más reciente al mundo velardiano es “Obra poética (verso y prosa)” de Alfonso García Morales, volumen aparecido en 2016. Y en esa misma serie universitaria se hubiera publicado “La provincia inmutable. Estudios sobre la poesía de Ramón López Velarde”, el espléndido estudio de Martha Canfield desconocido en México (aunque no por Campos), si la investigadora uruguaya hubiera aceptado publicarlo en las condiciones en que se dio a conocer en Italia en 1981.

Precisamente en la nota que encabeza “El tigre incendiado”, su propio libro sobre López Velarde, el segundo título de la colección zacatecana lamentablemente truncada. Campos dice que su gusto por la poesía del jerezano comenzó a los 19 años y nunca ha dejado de crecer. Para él, la obra de ningún poeta mexicano “es más secreta” que la suya “y en sus menores instantes, en prosa, o en poesía, hay una luz que nos deslumbra y una sombra que no logramos aclarar o desvelar”. Aquel libro abre con una crónica de Jerez de Zacatecas y echa luego un vistazo a “La Suave Patria”, “El minutero” y “Din de febrero y otras crónicas”. Más adelante, aborda la crítica literaria de nuestro poeta y reúne por último la visión que tenía López Velarde del poeta Othón, y las que tenían de él tablada, Torri y José Emilio Pacheco. El libro cierra con un poema de su autoría: “Frente a una casa jerezana”.  

Con motivo de la llegada de 1988, cuando se conmemoraron cien del nacimiento de López Velarde, hace ahora 33 años, precisamente los que vivió el poeta, apareció un libro coordinado por Emmanuel Carballo con lo más importante dicho por la crítica a lo largo del siglo: “Visiones y versiones. López Velarde y sus críticos 1914- 1987” (INBA, 1989). Como el índice de aquel volumen concluye con un ensayo de Campos (el dedicado a la visión que tenía Torri de López Velarde), se nos antoja pensar que para aquel tiempo y esa generación, el benjamín de los estudios velardianos era muestro amigo, quien se ha convertido con el paso del tiempo en una serie de decano de quienes venimos después.

Su más reciente proyecto sobre el poeta de Jerez es la consecuencia de muchos años de trabajo y dedicación y por eso tiene algo de conclusivo. En un puñado de páginas, Campos resume sus intereses organizándolos de una manera alfabética, en una lista que cumple las necesidades generales del lector que se acerca por primera vez a la materia y conserva al mismo tiempo un sesgo felizmente personal. Como cuenta él mismo en la primera página de su diccionario, fue a partir de su descubrimiento del “Alfabeto pirandelliano” de Leonardo Sciascia (en México lo publicó El Milagro en 1977) que tuvo la idea de hacer algo semejante con López Velarde. Algo llama nuestra atención una vez que lo hemos leído: aunque no alcanza las 150 páginas, el volumen contiene tal cantidad de información procesada a lo largo del tiempo que resulta notablemente denso.          

De ese modo, su “Diccionario lopezvelardiano” cumple con la expectativa de ofrecer información sobre los temas esenciales y por eso forman parte de sus asuntos previsibles como Agueda, Beaudelaire, flâneur, Fuensanta, Jerez, Margarita Quijano, poeta nacional Zacatecas, y a la vez se interna por laderas novedosas como Acuña, Carácter, Chile, gramática, paloma, Quijote, reloj, toros, Virginia.

Aun cuando deba someterse al orden analfabético, Campos se las arregla para colocar algunas palabras en lugares estratégicos y ofrecer de ese modo, a quienes pasamos en orden las páginas de su libro, una sensación de secuencia cronológica.

Empieza por la palabra abogado, lo que le permite presentar al padre del poeta, quien obtuvo ese título, y comentar a partir de su figura cosas como de dónde provino el apellido Velarde, que no era propiamente el de la familia, y otros asuntos relacionados don los orígenes.

En el otro extremo del libro, cierra su diccionario con zalagarda, esto es “una emboscada dispuesta para tomar descuidado al enemigo y dar sobre él sin que recele”, como define castizamente el diccionario y bien podemos definir la trampa inesperada y prematura que tendió la muerte al poeta.

Campos nos hace notar que el debatido asunto de la influencia de Baudelaire en López Velarde, y la convicción de la crítica expuesta por cierto con buenos argumentos, de que una manera poética presente en López Velarde es la de Jules Laforgue, no corresponden a las apenas tres o cuatro menciones al primero y a la ausencia absoluta del nombre del segundo en el volumen de varios cientos de páginas de su obra reunida. En el caso de Laforgue es llamativo el silencio de López Velarde sobre todo su recordamos la insistencia con que se refieren a su influencia (la misma, por cierto, que también alcanzó a T. S. Eliot) con razonamientos perfectos, Octavio Paz, Allen W. Phillips o José Luis Martínez.

Por otro lado, explica que se ha empañado el motivo de la muerte de Fuensanta: si fue una nefritis, como dice el acta de defunción, firmada por el hermano del poeta, o una tuberculosis como los lectores han tendido a pensar a partir del poema “Hoy como nunca…”, o un problema del corazón, como terminó contando aquel mismo hermano del médico, Jesús López Velarde, en una entrevista de 1971. (…)

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