Cultura

El “Antimanual de buenas costumbres”, de Boris Berenzon

El volumen nace como una burla a las personas en que nos convertimos cuando usamos las redes sociales, y a lo que somos, con o sin Web 2.0.
miércoles, 17 de marzo de 2021 · 16:54

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Este libro de 93 páginas publicado por Editorial Algarabía, bajo el curiosísimo y largo título de "Antimanual de buenas costumbres para usuarios de redes sociales y ciudadanos digitales", contiene una serie de recomendaciones para ser feliz y sobrevivir a la distopía que se avecina, según dice en la solapa su autor Boris Berenzon.

El Antimanual… nace como una burla a las personas en que nos convertimos cuando usamos las redes sociales, y a lo que somos, con o sin Web 2.0, buscando sólo la invención de cualquier nueva herramienta para utilizarla y sacar lo peor de nosotros mismos.

Berenzon incluye dibujos de Helguera y Benjamín García Minjares, en tanto que el epílogo lo escribe Gabriel Sosa Plata (director de Radio Educación) y prólogo del periodista Gerardo Galarza, por años colaborador de Proceso y la agencia noticiosa Apro, que ofrecemos a continuación.        

El prólogo

¡Carajo! “No hay nada nuevo bajo el sol”, dicen que dice el Eclesiastés 1:9 –si no sabe qué es, por favor “googléelo”, para eso y mucho más tiene internet en su teléfono o en su computadora.

Este escribidor, que no opinador –ya entenderá por qué al leer el texto prologado--, debe confesar que escribió las líneas anteriores sin haber leído antes el inciso XV del capítulo V de este Antimanual de buenas costumbres para usuarios de redes sociales y ciudadanos y digitales, de Boris Berenzon, donde se establece como “intolerable” en las benditas redes sociales, andar haciendo citas y referencias no actuales --es decir, que no son trending topics--; por eso la humilde solicitud de ir a Google.

Hace más o menos un titipuchal de años, unos 40 ó 45 --es decir, en los años sesenta del siglo pasado--, un cantante argentino llamado Sandro de América, tan popular como cualquier youtuber o influencer de la actualidad –o a lo mejor más--, cantaba a todo pulmón algo así como:

         Ayer leyendo el diario

         supe que te casaste.

         Las páginas sociales

         no cuentan que me amaste…

         Sí, aunque no lo crea, en esos lejanos años no había redes sociales. Bueno, ni teléfonos celulares, mucho menos smart-phones. Es más, ni siquiera muchos teléfonos fijos. Quien no salía en los periódicos o las revistas, no existía; por eso Sandro no supo en tiempo real sobre la boda de su exnovia. Todavía años después, Silvio Rodríguez cantaba, y nosotros con él -con la pena, pero sí-:

         ¡Cómo gasto papel en recordarte!

         ¡Cómo no te me quitas de las ganas!

         Y eso que todavía no existía “la patria digital”, y ya el despilfarro de papel preocupaba. ¡Qué pantallas sensibles ni qué la mano --los dedos-- del muerto!

Déjenme seguirles contando.

El doctor Berenzon, a quien creí mi amigo, me trajo a este berenjenal de hacer un prólogo “de dos o tres cuartillitas” al antimanual citado, que el escribidor había leído en partes, ciertamente, en artículos periodísticos del propio autor.

Pero, ¡oh, sorpresa!, de pronto, a las primeras líneas de lectura, el escribidor se da cuenta de que está en la categoría de los opinadores de las redes sociales que son sujetos del compendio. ¡Ah, chinga’o! Ya ni modo. Todo sea por la amistad y, sobre todo, por los usos y las “buenas costumbres de la urbanidad digital”.

El antimanual del historiador Berenzon, que –confío-- seguirá siendo mi amigo luego de este escrito, lleva irremediablemente --a lectores de cierta edad, que lo conocieron por sí mismos o por sus familiares-- al popularmente llamado Manual de Carreño, originalmente titulado Manual de urbanidad y buenas maneras, escrito por el español Manuel Antonio Carreño y publicado por primera vez en 1853, fecha que para muchos será como la del día que desaparecieron los dinosaurios, pero que fue referente originario de las llamadas buenas costumbres sociales más o menos modernas y, del cual, el escribidor tiene en sus libreros una, digamos, reedición de alguna otra reedición.

Ciertamente, en su infancia el escribidor nunca lo leyó, pero supo de él gracias a sus mayores. Por eso no le sorprende que nuestro autor cite que ahí se enseña “a las señoritas a sentarse con las piernas cruzadas y a los jovencitos a ser amables con sus superiores”, y no sólo eso: mucho más, cosas que aquí no se deben contar, como recomendaría el Carreño original. Este escribidor debe confesar que gracias a este manual, a través de las enseñanzas de sus superiores, siempre ha utilizado pañuelo y, aunque poco lo use, no sale de su casa si en su bolsillo izquierdo delantero no lleva uno… por aquello de las dudas. Es una bendición, dirían en las redes sociales. El último regalo real que ha recibido es una caja de pañuelos. Se lo dio su mujer --sí, su, de su propiedad machista--, que sabe de estas cosas.

Nuestro autor --así se decía antes-- escribe desde “la ironía, la acidez y la desesperanza”, tal como debe ser, pero sin duda también desde el reclamo a la ignorancia, a la petulancia y la impunidad de nuestras “benditas” redes sociales.

Berenzon sostiene, con toda la razón, que la “web social” no es más que una herramienta para los hombres, como han existido muchas otras en la historia de la humanidad, y no --por supuesto y sin debate alguno-- una “cumbre de la civilización”. De serlo, también lo serían los utensilios para marcar piedras --como la de Rosetta--, los papiros, la imprenta, la máquina de vapor, la radio, el cine, la televisión, bueno, hasta las lavadoras mecánicas.

La “cumbre de la civilización” cree el escribidor, es el lenguaje humano: el oral, pero sobre todo, su representación por la escritura, al nivel de la utilización del fuego. Esta es la diferencia entre la humanidad y otras especies animales. Y ciertamente, nuestras redes sociales no se distinguen por el buen uso del lenguaje. Los emojis --o como se llamen esos presuntos símbolos-- no cuentan.

No tenemos la intuición ni el oficio de ser influencer, tuitstar o poetuitero por el simple hecho de compartir nuestra propia vida a través de una red social. Usted no se preocupe: no pasa, ni pasará nada. Por ejemplo, hay miles de millones de niños, jóvenes y adultos que patean un balón y nunca serán futbolistas, ya no se diga jugadores profesionales, y mucho menos miembros esenciales de un equipo con fama global, sino nacional. Son cosas de la globalización; de la masificación, se decía hace algunas décadas; de gentiles, mucho más atrás; de bárbaros, de paganos, de los que siempre fueron mayorías, de los que hicieron la historia. Ni modo.

Pero sí podemos ser educados y propagar las nuevas “buenas costumbres” vigentes. Por ejemplo, recomienda Boris Berenzon: a ninguno de nuestros visitantes se le debe negar la clave de nuestro Wi-Fi casero, aunque no la pida, y exijámosla a nuestros anfitriones, todo mientras no haya quien o quienes rompan con esas “buenas costumbres”, con lo políticamente correcto, con lo que la sociedad dicta, que es lo que ocurre hoy. De ahí la ironía, el sarcasmo, la burla, el troleo del autor.

Históricamente, si no hay nada nuevo bajo el sol, no hay trending topic. Así de sencillo, aunque no se crea. ¡Salud!

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