Arte

Vicente Rojo, fuera de teorías y definiciones

El artista Vicente Rojo, quien no se calificaba ni de pintor ni de diseñador, murió este miércoles a los 89 años de edad. Por ello, Proceso revive una entrevista al "trabajador de la cultura" realizada en 1981.
jueves, 18 de marzo de 2021 · 09:08

CIUDAD DE MÉXICO (apro). - Esta entrevista con el con el pintor, escultor e ilustrador Vicente Rojo, fallecido este miércoles a los 89 años, apareció en Proceso el 20 de julio de 1981, a una semana de inaugurar su retrospectiva 1964-1981 en el Museo de Arte Moderno.

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Ni pintor ni diseñador, Vicente Rojo se califica simplemente como trabajador de la cultura. Y cultura para él, en el terreno de las artes, es cualquier expresión de Juan Sebastián Bach a José Feliciano, por ejemplo, y ninguna mejor o comparable a la otra. Es un artista que trabaja dentro de la mayor libertad, que defiende la libertad de cada quien a tener su propio gusto. Por eso dice:

“Que discutan los que estudian para discutir. A duras penas me preparé para pintar o diseñar. No acepto a nadie que me imponga una decisión artística”.

No gusta Rojo de las definiciones acerca del arte, y por lo tanto rechaza referirse a sus obras. Se mueve exclusivamente en el terreno visual, afirma, en base a las formas elementales del triángulo, la esfera y el cuadrado. Está fuera de las teorías, jamás lee nada sobre cuestiones estéticas y para él conviven perfectamente las diversas tendencias, pues su proliferación conduce al espectador a más opciones, a mayor riqueza. Por eso expresa:

“Una frase como `No hay más ruta que la nuestra' me parece bastante peligrosa. El peligro del autoritarismo cultural es peor o similar a cualquier otro. Los sistemas dictatoriales no han dejado de aprovecharse de esa vocación de censura: se considera cierta parte del arte como degenerada y se empieza a mandar a la gente a campos de concentración; y se empieza limitando individualmente y se acaba reprimiendo masivamente”.

Pero es el espectador, más que el creador, el afectado por la censura, porque “nadie puede ver una obra de arte”. Sin embargo, tal censura es siempre inútil:

“Nos conduce a nada, no ha conducido a nada. El arte sigue: Mientras exista el hombre, seguirá creando libremente”.

Entrevistado en su estudio de Coyoacán con motivo de la retrospectiva Vicente Rojo 1964-1981 que abrirá el 30 del actual en el Museo de Arte Moderno, narra el desarrollo de una formación irregular. Nació en Barcelona, en 1932, y de los horrores de la Guerra Civil sólo lo salvó su vocación, que no recuerda cómo ni cuándo comenzó:

“Desde que tengo uso de `razón' (entre comillas) siempre me recuerdo con un lápiz y un papel. Iba a la escuela, era una época pobre, dura, difícil, mi padre llegó a México en 1939 y en Cataluña nos quedamos mi madre, mis abuelitos y cuatro hermanos esperando que mandara por nosotros, hasta que pudimos hacerlo muchos años después. No tuve una situación normal de estudios, aunque algo aprendí de dibujo, escultura e historia del arte. Y los maestros eran muy malos...”.

A México llegó a los 17 años, "bajo cero", pero sorprendido y contento porque entre otras cosas, “conocí a mi padre”. Conoció también a Miguel Prieto, que en el departamento de ediciones de Bellas Artes buscaba asistente como tipógrafo. Tomó el puesto:

“Con Prieto aprendí mucho, descubrí mucho. Empecé a formarme culturalmente y hasta como persona”.

Paralelamente se entroncó con el equipo de Fernando Benítez que realizaba el suplemento México en la cultura (de donde fue director artístico) y así se ligó a una generación inquieta. Esta inmersión absoluta en la cultura mexicana le impediría en 1964, cuando regresó a vivir a España, sentirse español. Se considera, así, un “mexicano autodidacta”. Y se le pregunta si en 30 años de vivir aquí su visión del país ha cambiado.

- Sí, sí ha cambiado... a partir del 64 empecé a suponer que era mexicano. Ese sentido de responsabilidad nacional, digámosle así, se agravó y se definió en 1968. El terreno de las identidades nacionales es muy discutido. Desearía que esa identidad no se encontrara nunca. La enorme riqueza de ser mexicano, está en la búsqueda de esa identidad, felizmente imposible de definir.

Porque una de las cuatro series de cuadros que mostrará Vicente Rojo en el MAM (además de Señales, Negaciones y Recuerdos) se llama México bajo la lluvia. Se trata de 12 grandes acrílicos, sólo uno de ellos a medio terminar, que en el estudio no pueden apreciarse como serie por sus dimensiones.

Esta característica modificó el método de Rojo respecto las otras series: en aquellas hay evidente continuidad e interdependencia de un cuadro a otro: aquí los signos y el color tienen correspondencia hacia el interior de cada obra. Es una idea que el artista califica de “ambiciosa”, que empezó en 1964 en Barcelona (donde realizó tres dibujos), pero que sólo pudo desarrollar durante una estancia de 10 meses en París en 1979.

Pero la idea nació de una visión, o para decirlo en términos de Rojo, la “idea visual” surgió al contemplar la lluvia sobre el Valle de Cholula, en 1952. Y es que para él el arte forma parte de la naturaleza: “Puedo partir de un árbol o de una obra de Klee. Para mí no tiene connotación diferente”.

Como la realización de la serie “me parecía imposible, entonces la comencé; la comencé derrotado”, apunta. Y le llevará todavía 5 o 6 años más de trabajo, porque la que presentará en el MAM es sólo la primera parte.

--¿Cómo puede combinar un contenido político que se señala, por ejemplo, en el título de algún cuadro, con la forma geométrica? --se le inquiere.

--Ahí me pierdo absolutamente –señala--. Tendría que explicar literalmente lo que pinto. La pintura --y no sólo la mía-- opera por caminos inimaginables, secretos, y creo que si es así será mejor la pintura.

--¿No le interesa racionalizar, la racionalización?

--En mi proceso, sí. El del espectador es otro. El espectador tiene que encontrar dentro de sí correspondencias de esa pintura, que quizá no coincida con los propósitos del pintor cuando la creó. Es el misterio de la creación, del receptor y del autor.

Importa a Rojo que las ideas visuales lleguen con buen término a la realización en función de una “pequeña” idea original. Su problema se expresa en el siguiente propósito: “Cómo ligar una materia densa con una línea limpia”. Importa a Rojo la “eficacia estética”. Y cree que toda expresión cultural encuentra su eficacia, por lo que le parece inexacto calificar una “cultura popular”: “el mundo de la cultura es un horizonte amplio donde caben muchísimos elementos y cada quien decide sobre su propio gusto. Es gama variada, variable, y no cerrada, en la que no caben las comparaciones ni las categorías”.

No afecta a Rojo lo que se diga de su obra: “está hecha para que nadie piense en ella. La pintura la hago exclusivamente para mí. Claro, tiene un nuevo camino al desprenderme de ella. Ahí la pintura empieza otra vida, a la cual casi soy ajeno. Y claro, en esta otra vida la obra adquiere valores sociales, culturales y hasta mercantiles”.

No habla más de esa pintura: “tengo una imposibilidad de construir una sola frase”. La realiza como el diseño, porque le gusta el trabajo y para no aburrirse (aunque con el diseño, dice, se siente útil): sus dos reglas de oro. Y no opina de su obra, porque ahí está el espectador, al que le tiene un profundo respeto: “Cualquier espectador sabe más que yo siempre. Yo no lo menosprecio, no le impongo mis gustos. Aunque me considerara un pintor no desearía imponer mi pintura a nadie. Hay que defender los derechos de gusto del público”.

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