Vicente Rojo

Carta de despedida a Vicente Rojo

Sin encontrar “una palabra en español” para expresar la amistad que lo unió desde joven a Vicente Rojo, el arquitecto y ecologista tapatío Fernando González Gortázar recibió una carta de despedida recién escrita por su hija Matiana.
sábado, 20 de marzo de 2021 · 23:27

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).– Sin encontrar “una palabra en español” para expresar la amistad que lo unió desde joven a Vicente Rojo, fallecido este miércoles, el arquitecto y ecologista tapatío Fernando González Gortázar (y escultor geométrico como el artista de origen catalán) recibió una carta de despedida recién escrita por su hija Matiana (D. F. 11 de septiembre de 1973). Doctora en Historia de la Ciencia por la Universidad de Barcelona, coordina en esa ciudad la Iniciativa para la eliminación de la malaria del Instituto de Salud Global de Barcelona. González Gortázar, con la autorización de su hija, compartió la misiva con los lectores de esta agencia.

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Cuando pequeña, yo no tenía padrinos de bautizo como los otros niños. Pero tenía “tutores”. Y saber que mis papás habían escogido a Vicente y a Albita para cuidarme si ellos morían me hacía sentir que eran las personas más buenas y confiables del mundo. En su casa de Cuernavaca recibí por Navidad mi primera bicicleta, y con Vicente al volante tuve mi primer (y único) accidente automovilístico en el Periférico de la Ciudad de México: mi hermana Narda voló desde el asiento trasero hasta los pies del copiloto, mientras Vicente –que cambiaba de personalidad tan pronto como se subía a un coche– lanzaba los más escandalosos improperios. Por él corrí a meter una jarra de agua en la nevera para acatar la bárbara costumbre española de beber agua fría, que él seguía cumpliendo a rajatabla. Con él comí chorizo y aceitunas, sorprendida de que hubiera alguien a quien no le gustaran las tortillas. Poco tiempo después de recorrer con él su gran exposición en el Reina Sofía, recibí como reglo de quince años un [“México bajo la lluvia”, dedicado. Mi nombre bajo los triangulitos no me pudo hacer sentir más orgullosa. Cuando me mudé a Barcelona, él me dio un hogar en su piso de la calle Petrixol, donde mis calcetines convivían dentro del armario con las camisolas embarradas de pintura que esperaban su retorno. Descansa en paz, mi querido, admirado Vicente Rojo, pilar de la cultura mexicana y de mi infancia.

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