Estro Armónico

En el bicentenario de Paulina García (1821-1910)

Los festejos tienen su mayor auge en España, por ser una figura clave en la divulgación de la música española en Europa, pero también en Alemania, Francia, Inglaterra y Rusia, por haber sido algunos de los países donde residió y dejó huella. No obstante, también en México debería festejársele.
viernes, 18 de junio de 2021 · 23:56

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Desde inicios de este 2021 han arrancado los festejos por los 200 años del natalicio de la celebérrima pianista, cantante y compositora Micaela Paulina García Briones, quien vio la luz en París el 18 de julio, siendo hija de dos renombrados cantantes españoles. Naturalmente, los festejos tienen su mayor auge en España, por ser una figura clave en la divulgación de la música española en Europa, pero también en Alemania, Francia, Inglaterra y Rusia, por haber sido algunos de los países donde residió y dejó huella.

No obstante, también en México debería festejársele, y para que no quede duda, esta columna se apunta, no sólo a través del presente texto, sino con la exhumación de una obra suya, aún inédita, que fue proporcionada por la Houghton Library de la Universidad de Harvard. Este hallazgo, hay que enfatizarlo, es motivo legítimo de orgullo y, como podrá leerse más adelante, ratifica por qué los festejos mexicanos deberían tener lugar.

Al enunciar el adjetivo “celebérrima”, muchos podrán fruncir el ceño aduciendo que el nombre de la dama les es desconocido, y algo de razón tendrían; en efecto, la fama de Paulina se cimentó al sustituir su apellido paterno por el de Viardot de su consorte. De cualquier forma, es menester que esclarezcamos con toda propiedad los méritos de Pauline –ya con el nombre en su modo galo– y que describamos aquello que se sabe de la obra exhumada. Garantizamos que será una grata sorpresa para los lectores mexicanos…

Empezando por el ambiente familiar, ya había una predestinación fuera de serie puesto que su padre fue el gran cantante y maestro sevillano Manuel del Pópulo García (1775-1832), una figura de igual relevancia en el ambiente cultural europeo de principios del decimonónico. Destacó como tenor, y en esa veste estrenó las óperas que Rossini compuso para él (Il Barbiere di Siviglia, en primer término); mas también se distinguió como compositor y empresario. Como profesor de canto fue una eminencia sumamente aclamada que pasó a la historia por la valía de su método y, sobre todo, por haber sido el tutor de sus hijos, el también tenor, médico y maestro de canto Manuel García Jr. (inventor ni más ni menos que del laringoscopio), la soprano María García (mejor conocida como María Malibrán) y la citada Paulina. En cuanto a la madre, Joaquina Briones, también fue una aplaudida cantante que sumó sus capacidades pedagógicas para educar a tan distinguida prole, amén de ser parte de la compañía de ópera de su marido.

Paulina nació con una diferencia de 16 años con el hermano y de 13 con la hermana, de manera que su infancia coincidió con la afirmación artística, tanto de ellos en lo personal como con la consagración de sus padres. Y por la trashumancia familiar, que tenía su base de operaciones en Francia, es que avino el nacimiento de las hijas en la Ville Lumiere. El hijo nació en Madrid, antes del exilio familiar por la invasión napoleónica.

Inicialmente Paulina fue educada para convertirse en una pianista de concierto –uno de sus principales maestros fue Franz Liszt, quien declaró que la genialidad de los García corría por sus venas como la savia por los árboles–; sin embargo, la prematura muerte de su hermana María a los 28 años –se cayó de un caballo y al negarse a recibir atención médica para cumplir con sus compromisos artísticos acabó con el cuerpo extenuado– fue la causa de que su carrera diera un giro por orden de su madre, quien vislumbró en ella un mayor potencial como cantante. Y el vaticinio materno resultó certero, aunque Paulina nunca dejaría de tocar y de acompañarse a sí misma.

En aras de tener una preparación más sólida que su hermana, incursionó también en la composición, para lo que contó con la guía del insigne maestro bohemio afincado en París Anton Reicha (1770-1836), el mismo preceptor de Liszt, Berlioz y Frank. Mencionamos la rivalidad con la hermana ya que ésta realmente había conquistado los auditorios –europeos y neoyorquinos– de una manera casi sobrenatural. María fue mentada como la reina de Europa y no hubo país a cuyo paso no se desatara una Malibránmanía que abarrotaba los teatros y desataba delirios colectivos. En Venecia, uno de sus principales teatros, el San Giovanni Grisóstomo, fue rebautizado con su nombre después de su fulgurante actuación dentro de sus muros. En su entierro avenido en Manchester se dio cita un cortejo fúnebre que registró a más de 50 mil asistentes…

Mas tornando a Paulina, digamos que, como figura pública, de ninguna manera estuvo a la zaga de la hermana, es más, habría de superarla en todos los órdenes de la vida. Su voz fue tan notable que en su debut en Bruselas, con sólo 16 años de edad, suscitó un furor como no había desatado antes ningún cantante lírico. Un extasiado crítico anotó: “Ella es verdaderamente hija de reyes y descendiente de las divinidades… Ninguna otra mujer puede haber procedido tan directamente de los dioses”.

La pureza de su voz y su inusual rango –se dice que abarcaba tres octavas y media de extensión– fueron suficientes para que, con sólo un par de temporadas, se convirtiera, antes de cumplir sus 20 años, en una de las estrellas de mayor rutilancia de la época. Su matrimonio con Louis Viardot (1800-1883), un intelectual francés que además de haber traducido el Quijote a la lengua de Voltaire era director del Thèâtre Des Italiens en París, acabó de completar el escenario para que su prominencia artística se volviera legendaria. Cosa extraña para la época, el señor Viardot aceptó fungir de esposo anónimo renunciando a su puesto como director del teatro para convertirse en el manager de su pareja; y encargándose él, la mayor parte del tiempo, de la crianza de los hijos.

Los éxitos ininterrumpidos durante giras que abarcaban la mayor parte del año pusieron en boca de todos los amantes del canto el nombre de Paulina, y la especial capacidad de gestión, tanto del señor Viardot como de ella, por una asombrosa confianza en sí misma, determinó que se tornara, previsiblemente, en la artista más cara de su tiempo. Fue tan conspicua su fortuna, que aparte del apartamento parisino, los Viardot adquirieron un castillo medieval francés y construyeron su propio teatro en Baden, Alemania. Igualmente, pudieron hacerse de propiedades en España, Inglaterra y Rusia, pues tanto los zares como la realeza británica reclamaban su presencia con una desenfrenada avidez, obligando a la pareja a pasar largas estancias en sus dominios.

Todo ello, aunado al interés por las culturas de los países que la acogían, hizo que Paulina se convirtiera en una políglota y que fuera la invitada consentida de las sociedades cultas de Europa. En la primera visita a San Petersburgo, Iván Turguenev (1818-1883) quedó tan prendado que, de ahí en adelante y hasta el fin de sus días, viajaría siguiéndoles los pasos a los Viardot. De esa convivencia –o de ese “honorable” triángulo amoroso– surgieron los libretos para varias composiciones operáticas de Paulina y, también, en que el escritor la convirtiera en la heroína de una de sus novelas.

Y sucedió lo mismo con George Sand (1804-1876), que modeló su novela Consuelo en ella y predijo: “La aparición de la señorita García es un momento cumbre en la historia del arte creado por mujeres. Su genio como músico, tan inspirado y consolidado, demuestra el progreso de una inteligencia que nunca antes se había manifestado tan abiertamente en el sexo femenino”. Asimismo, la relación con Fréderic Chopin (1810-1849), amante de la Sand, tuvo tintes novelescos, ya que hicieron música juntos y se otorgaron mutuamente el permiso para emplear sus melodías (Paulina le puso letra a sus mazurkas y Chopin musicalizó varias de sus canciones).

Retirada de los escenarios, Paulina se dedicó con fervor a la enseñanza de las nuevas generaciones, y bajo el impulso de Camille Saint-Säens (1835-1921) –quien le dedicó su ópera Samsón et Dalilah– se decidió a dar a la imprenta una gran variedad de composiciones. Falleció a la provecta edad de 88 años, aún en plenitud de facultades.

En cuanto a la obra que orgullosamente sacamos a la luz, se trata del Aire mexicaine “La gallina”, cuya génesis se remonta, ni más ni menos, que a la infancia de la diva. Resulta que la familia García-Briones residió en la Ciudad de México entre 1827 y 1828, debido a la contratación de un melómano mexicano –el coronel Luis Castrejón– para que su compañía de ópera deleitara al público capitalino. Lamentablemente, a los García les tocó una época de profunda hispanofobia y las presentaciones en el Teatro de Los Gallos fueron un fracaso comercial. Para colmo de males, al dejar el país fueron asaltados cerca de Río Frío, perdiendo todas sus pertenencias (Manuel Payno dejó constancia de ello). Empero, fue aquí donde Paulina, con siete años de edad, recibió sus primeras lecciones de piano, de parte del maestro de capilla de la Catedral Metropolitana. El influjo del folclor mexicano dejaría una huella indeleble en su ánimo, al punto de que su arreglo de “La Gallina” haría las delicias de los europeos, empezando por Chopin que, muy a menudo, le pedía que se la cantara…

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