Documental

"Cosas que no hacemos", documental sobre la identidad sexual

El filme, de una hora 11 minutos, forma parte de la cartelera nacional, y se centra en Dayanara, un adolescente transgénero del ejido El Roblito, Tecuala.
domingo, 27 de junio de 2021 · 22:07

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).– Mejor documental en los festivales Internacional de Cine de Chicago y de Cine de Lima, Cosas que no hacemos, de Bruno Santamaría Razo, retrata a Dayanara, un adolescente transgénero del ejido El Roblito, Tecuala, Nayarit, que lucha para que lo acepten tal cual es.

“El filme habla de crecer, y crecer significa asumirse como quien tu quieres ser independientemente con lo que la autoridad, en este caso tus padres, piensen, y eso Dayanara lo representa”, enfatiza Santamaría Razo en entrevista por zoom.

El filme, de una hora 11 minutos, forma parte de la cartelera nacional, y se centra en Arturo de Dios Cisneros, un chico de 17 años, quien convive con otros niños del lugar como un hermano mayor, acompañándoles en sus paseos y enseñándoles a bailar, y en sus momentos más privados se viste con ropas de mujer para explorar su identidad. Y gracias a la eventual aceptación de su familia se convierte en Dayanara y comienza a asumir su identidad de género de forma más abierta a pesar de los peligros latentes que amenazan a las personas como ella en una sociedad machista.

Santamaría Razo, egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), menciona que a Cosas que no hacemos le ha ido muy bien en los festivales en Estados Unidos, Latinoamérica, Europa y Asia:

“La han visto en más de treinta y cuatro naciones. De alguna manera el salir del closet se ligó a una idea de éxito. Estoy feliz con todo el equipo y el estreno en los cines es fascinante.”

El además realizador de Margarita rememora que antes de Cosas que no hacemos primero escribió una memoria de su infancia con respecto a la represión de identidad sexual:

“Ahí aparece el título Cosas que no hacemos. Quería filmar a alguien que crece, una niña o niño que da un paso para ser adulto. Fui a Sinaloa buscando un espacio, y sin saber bien qué realizar, y sobre una lancha, un niño me contó que Santa Claus sobrevuela una isla, El Roblito, aventando dulces a los niños desde un trineo de colores con una barba gigante. Pensé: ‘Si quiero hacer una película sobre niños, debo conocer este lugar donde existe Santa Claus’.

“Llegamos y había niños y niñas corriendo por todos lados, casi no había adultos. Me invitaron a una fogata en la noche y contaban historias de Santa Claus, de una mujer bruja, y que había balas sueltas por todos lados, también los casquillos, y que no había huellas ni rastro humano, por lo cual era el diablo que andaba suelto; toda esta complejidad de las historias bellísimas, inocentes, pero violentas, me hizo sacar la cámara y encontrar una razón para permanecer en esta zona”

El cineasta comenzó a trabajar como maestro en la escuela de El Roblito, donde habitan menos de 300 personas que viven de la pesca:

“Les daba clases de video a los niños y las niñas con el celular, después los ejercicios los mostrábamos con un proyector en la pared, y les encantó a los abuelos y las abuelas. Luego fundamos un cineclub, donde exhibimos todo tipo de películas. Proyecté Margarita, donde yo salgo, y entendieron lo que era un documental, una cinta con personas que existimos en la realidad. Ese fue un proceso de tres años”.

Conoció a Arturo de Dios Cisneros, luego Dayanara, y a su familia:

“Su mamá me cuestionó, sobre qué efectuaba y sobre mi identidad sexual. Le narré que era gay, y me preguntó cómo fue la reacción con mis padres, y le respondí que no lo sabía. Me señaló por qué no les había contado, y le expresé que me daba miedo, porque no los quería lastimar, y me manifestó: ‘Nada les va a doler más que el secreto’. Esa conversación la escuchó Arturo, en el cuarto de al lado, y días después me comentó que debía relatarme algo. Que no era gay, sino mujer, y ya tenía tiempo pensando en compartírselo a sus padres, pero no se atrevía. En ese momento todo se me aclaró”.

 Santamaría Razo sigue:

“Es importante que Dayanara vaya transformando su entorno, su realidad, como se ve en el documental. Es muy fuerte porque una vez que ella se libera, pide permiso a sus padres para vestirse de mujer, y no todo se da más fácil, al contrario, quizá ahora será más difícil porque van a venir insultos, molestias de otras personas, bullying a la madre y al padre que es pescador. Es más trabajo el que debe efectuar, ya no solo con su familia sino con todas las personas que la rodea”.

          --¿Cómo lo ha transformado este proyecto?

--Es difícil quizá mirarse en el espejo para ser puntual, pero de alguna manera muy concreta yo pude hablar con mis padres también después de crear el documental y mirar a Dayanara lo que hace. No fue tan sencillo, un año y medio más, pero pude platicar con mis padres y eso ha repercutido de muchas maneras positivas, y como cineasta el proyecto me hizo reforzar mi confianza, para saber que la paciencia y el tiempo terminan dando un resultado honesto, amoroso y ligado a lo que uno lo mueve para realizar cine, independientemente de temáticas y situaciones que son llamativas.

Santamaría Razo actualmente desarrolla la película Es mentira que debes obedecer y escribe el argumento El edificio rosa con azul con la beca jóvenes creadores del FONCA.

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